Un verdadero regalo para el espectador y también para sí mismo ha sido esa recreación de uno de los más grandes y emotivos monólogos del siglo XX, “La voz humana” de Jean Cocteau, que Pedro Almodóvar ha traído al 77o. Festival de Venecia en homenaje al talento de la actriz inglesa Tilda Swinton, en ocasión del León de Oro a la carrera que le fue entregado hoy.

Al revés que la otra gran versión cinematográfica del mismo monólogo, hecha por Roberto Rossellini en 1948 para lucimiento de Anna Magnani y que se ambientaba claustrofóbicamente entre cuatro paredes para contar la desesperación de una mujer abandonada por su amante, el director manchego elige construir un decorado teatral con varios ambientes donde pasear a su protagonista, cambiándole vestido en cada toma, desde una imponente falda acampanada de un rojo intenso almodovariano del incipit hasta un pijama de calle para el final.

Almodóvar se toma varias libertades con el texto “porque creo que hoy en día ninguna mujer se comportaría de esa manera” según lo declaró él mismo en la presentación del film, la mayor de las cuales es la de liberarla de una inútil relación amorosa para retomar su vida independiente.

El problema mayor es que gran parte del diálogo conservado requiere una fuerza dramática de la que carece el gélido talento de la actriz, que solo en los momentos en los que Almodóvar la libera del texto original, como en el final, revela todas sus cualidades histriónicas. 

Es curioso que este monólogo, escrito por Cocteau en 1930 para la pensionnaire de la Comédie Française Berthe Bovy, y caballito de batalla de todas las actrices viejo estilo durante gran parte del siglo XX, ya había aparecido en la filmografía almodovariana como secuencia de su “La Ley del deseo” que lo lanzó internacionalmente en el festival de Berlín en 1987, protagonizada por su actriz fetiche de ese momento, Carmen Maura.

Y si bien esta “The Human Voice”, más almodovariana que cocteauiana por su decorado (de Antón Gómez), su resplandeciente fotografía (de José Luis Alcaine) y su embrujadora música (de Alfredo Iglesias) no logrará hacer olvidar el prodigio de la actuación de Anna Magnani, será siempre un testimonio de lo que puede hacer el cine en situaciones límites de rodaje como el que ha impuesto el Covid 19. Y bien puede decirse que el cine unido (por el talento de sus autores, técnicos e intérpretes) jamás será vencido.

De muy distinto nivel fue el film inaugural de esta 77a. edición del festival veneciano con un escalofriante docufiction “Quo vadis, Aida?” de la directora bosníaca Jasmila Zhbanic que rememora la masacre de Srebrenica, en Bosnia Herzegovina donde en julio de 1995 fueron fusilados y enterrados en fosas comunes la entera población musulmana masculina de la ciudad (más de ocho mil personas) a manos del ejército regular serbio.

Inspirada en un hecho real, la de una traductora de la ONU que trata de salvar de la masacre a su marido y sus dos hijos, Zbanic, autora también del guión, nos muestra el profundo odio racial y religioso que ensangrentó a la ex Yugoslavia durante los años de la guerra civil, la pusilanimidad de las tropas holandesas que hubieran debido salvaguardar a la minoría musulmana y que en cambio la dejó abandonada a su luctuoso destino y el coraje impotente de la protagonista  (admirable Jasna Duricic, gran candidata a la Copa Volpi a la mejor actuación femenina).