Andrés Calamaro es una parte ineludible de la vida de los argentinos desde hace casi 40 años. Para los fans devotos, claro, para los consumidores ocasionales, sí, pero también para los más desprevenidos. Sus canciones circulan casi sin proponérselo por los más diversos espacios de difusión musical –que en este caso hasta incluyen las canchas de fútbol– para formar parte de nuestra lengua popular. Su carrera atravesó la era del vinilo, del cassette, del CD, del MP3, de YouTube, del streaming y de la vuelta del vinilo en forma de objeto suntuoso. Calamaro parece capaz de sobrevivir a todos los movimientos de la industria, la moda y las tendencias. Incluso a su propia naturaleza abismal. Después de cuatro décadas, exhibe una tonicidad creativa que le permite eludir la caricatura de sí mismo, un virus de amplio impacto entre colegas de gran exposición.

Su presente musical está marcado por el embrujo de Cargar la suerte, un disco que se acerca al trazo de rock-blues con espíritu crooner y melodías adictivas que marcó Alta suciedad (97) y Honestidad brutal (99), pero que también exhibe al Calamaro más inspirado como compositor desde La lengua popular (07). Las canciones son la unidad expresiva de El Salmón y dentro de ellas las melodías siempre funcionan como punta de lanza para cooptar entusiasmos –en muchos casos– de manera instantánea. Pero hay mucho más si se observa con detenimiento. La calidad de los arreglos y las interpretaciones, la producción y un trabajo cada vez más meticuloso con las palabras presentan a un Calamaro maduro que va por más. El elegante encanto de «Verdades afiladas», el groove envolvente de «Tránsito lento», el desfile lento de «Cuarteles de invierno» y el músculo rockero de «Siete vidas» funcionan como algunos ejemplos de un músico a la altura de su obra y de su mito.

Recién concluida su extensa gira española, Calamaro se dispone a renovar fuerzas para encarar su tour por Latinoamérica que, como no podría ser de otra manera, tendrá una importante recorrido por la Argentina –ver recuadro–. Desde hace años El Salmón practica el credo de hacer sus entrevistas vía email. La especie se ampara en las imposiciones de sus viajes recurrentes, pero parece motivada en cierta obsesión por las palabras y sus formas de articularlas. Todavía desde España, Calamaro respondió las preguntas de Tiempo Argentino con la convicción y el tono que lo caracterizan.

–¿La columna vertebral de las letras de Cargar la suerte son los desencuentros y las despedidas?

–En Cargar la suerte me salgo del eje heterosexual, los desencuentros son más existenciales. Escribo todos los días, en el álbum hay dos letras rancheras y las demás son periféricas, afortunadamente. Estaba abrazando la soledad virtuosa citada por Schopenhauer.

–¿Sentís que musicalmente retoma el pulso vital y rockero de Alta suciedad y Honestidad brutal?

–El pulso vital y rockero lo tengo en la sala de ensayo, cuando tocamos y cantamos. Un disco es elegir entre 50 discos posibles. El impulso vital de Honestidad brutal es descarado, es todo impulso, dicho de una forma elegante. Alta suciedad es una grabación irrepetible, literalmente. No se pueden reunir esos músicos en esos estudios, algunos ya no existen.

–La música, la letra y el video de «Cuarteles de invierno» son muy melancólicos. ¿Sentís que de alguna manera definen tu relación con la Argentina?

–No lo había pensado, ocurre con mi vida que siempre me estoy yendo o acabo de llegar. Quizás estaba inspirado en eso. La ausencia como presencia. Bien pensado.

–¿Cómo fue trabajar con Luis Ortega en el video de «Tránsito lento»?

–Luis es un artista especial, no es solamente un director de cine que filma. Es vibrante, irradia. Filmar un par de horas con Luis es como boxear. Vi El Ángel, claro. La obra dentro de la obra es «fabricar» un Robledo tan auténtico con un actor sin experiencia. «Tránsito lento» es una obra, la canción casi está a la altura. Luis hizo una obra insólita, la película de El Salmón. El casting es una obra monumental, llena de poesía, una manifestación del espíritu. Si es que existe eso.

–En «My mafia» cantás «Cuando ladra la moral, en modal inquisición, me corresponde cantar a la libertad». ¿Últimamente las redes favorecen una moral única y políticamente correcta?

–No sé. Presumir de principios impolutos es sospechoso. La interferencia cultural telefónica está en auge. Peores cosas hemos visto, peores cornadas da el hambre.

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–»Voy a volver» parece dialogar con el Troilo que decía «Cómo van a decir que me fui, si siempre, siempre estoy llegando». ¿Lo pensaste? Volver también puede asociarse a una épica muy peronista.

–»Volver» en la música (en este idioma) es una palabra que invoca la nostalgia más épica, «volver con la frente marchita» es un verso extraordinario. Supongo que Aníbal pensaba en una vuelta al barrio, como Adrián Otero, una imagen muy propia del tango. Para el peronismo como anhelo que refluye, el escenario de la vuelta es emotivo en tanto responde a una versión del destino.

–¿»Mi ranchera» es una de las canciones más elegantes y melancólicas que grabaste últimamente?

–Muchas gracias. Es la segunda letra ranchera del disco. Contrastan las letras con el tratamiento elegante en los acordes de Germán (Wiedemer). No sé si se puede hablar de «música sentimental»… Son dos palabras que no me terminan de cerrar juntas. Si una canción nos recuerda una época, o una persona, es algo individual, pero los efluvios de la música son de otra categoría «sentimental». Es imposible demostrarlo pero la música es sólida.

–¿Cómo serán los shows en la Argentina?

–Durante la gira por España encontramos la forma al repertorio y al quinteto. Creo que casi todos repetimos juntos de giras anteriores, músicos y personal. Esta vez la intención es plantarnos como cinco músicos a tocar, sin más componente escénico que nosotros tocando y cantando.

–Pasan los años y tus letras, a veces bellas y otras ácidas, se perciben cada vez más detallistas. ¿Es un desafío que te imponés?

–Esta clase de desafíos es cada vez más interesante y comprometido, estamos con la página de «Culturas y delito» nerviodigital.com y escribo todos los días. Este año escribí un guión de cine y estoy ajustándome a las reglas académicas de la poesía, nunca es tarde.

–Compusiste cientos de canciones. ¿Tenés trucos para encontrar o estimular la inspiración?

–Lo más recomendable es ir a buscar la inspiración a mitad de camino, internarse en lo profundo es un deporte extremo, de riesgo. Hay un vínculo extraño entre la inspiración y la adversidad, pero puede evitarse. Espero.

–Ya superaste los 40 años de carrera. ¿Los números obligan al balance o redoblan la necesidad de seguir creando?

–Nunca hice planes a largo plazo, la realidad me sorprendió siempre. Pero ahora tengo proyectos y necesito tiempo. Escribo mucho, ensayamos mucho, estudio. Sé que una gira es larga, no es la suma de los recitales en un año, es una operación militar. Ya veremos quiénes terminamos vivos. Ahora mismo me quedaría tocando el piano sin parar, pero tenemos que grabar más discos y estoy preparado cosas en otros territorios. Ese es mi único balance posible.

–¿Qué te hace sentir más orgulloso de tu carrera?

–Estoy cumpliendo los deseos de mis mentores, mis compañeros y mis maestros. Tocando el piano, viajando con buen equipo y camiones. Grabamos en Los Ángeles, vivimos como siempre. Eso es grande.

–¿Hay algo que hoy harías diferente o preferirías no haber hecho?

–Haría cosas diferentes en todos los discos, supongo… Pero la cualidad de la música es invisible, es como pintar un cuadro y quemarlo después. Las grabaciones son pedazos rotos de nosotros. La música la puedo corregir en el ensayo de mañana, en lo demás ni pienso.

–¿El amor está condenado inexorablemente a la ruptura? ¿Esa ruptura es un gran combustible creativo?

–No soy creyente. Son palabras que pueden servirse y traducirse de tantas maneras, formas. No me fío. En líneas generales es una pérdida de tiempo. El amor como cualidad divina me parece un delirio.

–¿El amor es como algunas drogas? ¿En determinados momentos  hay que saber tomar distancia?

–Es una buena comparación, mucho más cierta de lo que parece a simple vista. La «dosis» es una virtud muy poco frecuente con las sustancias adictivas peligrosas. Las más adictivas son más peligrosas, más allá de lo que sea la materia prima. Eso es inobjetable. Las más adictivas habría que consumirlas una sola vez cada seis meses. Otras sustancias se pueden consumir algunos fines de semana, es una libertad que un hombre de familia merece, una vez por semana dependiendo la disposición. Atreverse todos los días se conoce como alcoholismo o adicción al tabaco. Hay que aprender a estar solo de joven.

–Argentina está viviendo una crisis económica profunda. ¿Sos optimista en relación al futuro? ¿Creés en la política?

–La política tiene demasiados creyentes ya. Para mí hay que estudiarla y entenderla completa. Futuro es una palabra enorme, pesada. El futuro es un plan que nos excede, es un dolor que aún no sabe su nombre.

–¿Cómo te gustaría ser recordado?

–Como alguien todavía vivo y sexualmente activo. «


El arte, los toros y el streaming

Calamaro es hiperactivo por naturaleza y, como desde su trinchera de Twitter, no duda en reflexionar y opinar sobre los temas más variados. Siempre priorizando la sinceridad a las relaciones públicas.

–¿Tenés pensado lanzar un libro con fotos de corridas de toros? En las redes mucha gente se enoja con vos por este tema. ¿Por qué la tauromaquia es un arte?

–El arte no se discute ni se juzga, puede ser profano y virtuoso. No tengo que explicar el arte que sea manifiesto, basta con verlo como se mira un cuadro de Pedro Pablo Rubens o Francis Bacon, todos los días. Como se escucha música, estudiando, leyendo, escuchando. Entonces vale la pena. Con mis amigos conversamos, con mis compañeros trabajamos en la música y hablamos, mis amigos de verdad son mis compañeros y viceversa. No conozco a nadie más.

–¿Qué te motivó a lanzar la revista digital Nervio?

–Me motivó Rodolfo Palacios. Hace siete años que me está preparando para que escriba bien. Es un editor literario único. Somos una trinchera de outsiders y consagrados en el periodismo y la literatura.

–¿Cómo vivís la era de la música por streaming? ¿Qué ventajas y desventajas le encontrás a este momento de la industria?

–Es una verga. No tiene ninguna ventaja, el público de rock quería seguir comprando discos, nos estafaron a todos. El rock ya era grande y llegaba a casi todo el mundo. También somos víctimas de las políticas crueles. Por todos lados.

Un día en el planeta Calamaro

La vida de El Salmón mantiene convicciones y algunas costumbres, pero también se permite cambios en los modus operandi diarios. Aunque estos pueden diferir mucho estando de gira.

–¿Cómo es un día de tu vida? ¿Te sentás a escribir cotidianamente?

–Normalmente sí, a veces hasta quedar entumecido de tanto escribir. Pero ensayando es otra cosa, en la gira sostenida las mareas son las de alta mar. En un ensayo quedo consumido de cantar y sudar, se despiertan otros músculos con calambres según vuelvo a tocar guitarra o me siento a tocar el piano. De día tomo mate, en mi vida normal me ocupo de tener materiales para cocinar, me despierto tarde y ayuno hasta que las horas bajan. Después lo hago todo al revés.


Andrés Calamaro. Gira argentina de Cargar la suerte


17/10: Tucumán Club Floresta

19/10: Córdoba Estadio Orfeo

24/10: Corrientes Cocomarola

2/11: Montevideo Antel Arena

7/11: Mar del Plata Polideportivo

9/11: Neuquén Estadio Ruca Che

21/11: San Luis Anfiteatro Fénix

23/11: San Juan Microestadio Aldo Cantoni

30/11: Rosario Anfiteatro Municipal

5/12: CABA Buenos Aires Arena