A horas de las elecciones estadounidenses, estas líneas son un anticipo del trabajo necesario a realizar una vez conocidos los resultados y la decisión del pueblo norteamericano.

Están en juego los destinos de miles de millones de seres humanos de todo el planeta, hoy preocupados por la violencia y la desigualdad, cuando no la miseria extrema, imperantes en el mundo en esta fase del desarrollo capitalista, que se extiende cual reguero de sangre y pólvora.

Saber algo, un poco al menos, de cómo se proyectarían sobre ellos uno u otro resultado sólo es posible a partir de escudriñar sobre el verdadero significado de esta elección, que todos sabemos, no es nunca el que te dicen y proclaman los candidatos.

Sin dudas la peculiaridad de un personaje de vetas siniestras e imprevisibles y las vergonzosas denuncias cruzadas entre los candidatos aplanaron y empobrecieron el debate político oscureciendo lo que efectivamente está pasando.

Para no obviar lo que se constituye en un obstáculo para la indagación más profunda comencemos por Trump.

Recuperando una vieja categorización de clase bastante obsoleta, digamos que Donald es un outsider supermillonario que acumula calificaciones políticamente incorrectas: neofascista, racista y machista y peligrosamente tiñe su ambición, natural a un candidato presidencial, de su carácter imprevisible y aventurero.

Los políticamente correctos tiemblan.

Sin embargo se equivocan incluso agudos analistas como Jorge Aleman cuando lo caracterizan como un neoliberal fascista. Fascista seguramente lo es pero neoliberal nunca.

No puede ser neoliberal un candidato que basa su popularidad en capitalizar la bronca de trabajadores, clases medias e incluso empresarios cuasi liquidados por el neoliberalismo triunfante, quien sostiene el cierre de fronteras en defensa de la industria norteamericana, la regulación y no la liberación de los obstáculos a la libre circulación de bienes, capitales e incluso trabajadores con escasa protección sindical, es decir se opone al catecismo básico del neoliberalismo desarrollado subsiguientemente al Consenso de Washington.

Se opone nada menos que a la globalización de la producción industrial tecnotrónica, siamesa del capital financiero ultraconcentrado.

En realidad la derecha fascistoide, tanto en EEUU como en Europa, no logra enhebrar un proyecto económico alternativo incluyente y superador del neoliberalismo actual. Pero políticamente expresa los miedos más primitivos y las nostalgias más anacrónicas surgidas ante la crisis, estimulando, para capitalizar luego, las tendencias más abyectas de la sociedad capitalista como el racismo y la violencia en sus diversas vertientes.

Su discurso más enfurecido se potencia ante la dificultad (o imposibilidad) de reformular un proyecto capitalista que vaya más lejos que el neoliberalismo globalizado y trascienda los límites (o contradicciones intrínsecas insalvables) que este modelo no ha logrado superar.Trump no posee un soporte de poder sólido para enfrentar tan gigantesca tarea sino que por el contrario todo el establishment norteamericano, incluso su sector republicano, está con Hillary y los demócratas.

Se puede afirmar sin dudar que el establishment del gran imperio del Norte está con Clinton y que allí anida su proyecto.

A riesgo de repetir lo que surge, con vitalidad económica y el vigor político necesarios para liderar la salida de la ya larga crisis del sistema mundo imperialista y su recomposición, es una alianza del capital financiero internacionalizado y ultraconcentrado y los más modernos monopolios de las industrias tecno-informáticas, comunicacionales y robótico-globalizadas.

Para consolidar el dominio de este modelo postfordista a la escala internacional necesaria, estos aliados tienen una tarea en común: borrar todo tipo de regulaciones, barreras aduaneras y fronteras nacionales, instalando la más absoluta libertad y velocidad de circulación de capitales y bienes.

Ese sector financiero es el mismo que salió ganador con el estallido de la burbuja financiera del 2008, mostrando su gran fortaleza política al conseguir una gigantesca transferencia en un salvataje privilegiado.

Paralelamente en el campo de la política derrotaron el belicismo extremo y extremadamente desprestigiado de Bush hijo. Erigieron a Obama, un negro, como símbolo democrático, un premio Nobel trucho construido prematuramente A partir de allí usaron la recomposición posterior al estallido del 2008 para ir dibujando los nuevos rasgos de la política imperialista a su servicio.

Fue precisando a ojos vista a China (su enemigo estratégico) como su principal preocupación a mediano plazo y a su socia, Rusia, como blanco inmediato de sus hostilidades. La baja del precio de los commoditties mostró su disposición al uso de las herramientas económicas para dañar a sus adversarios y el abismo al que llevó el precio del petróleo, le sirvió para hacerlo en múltiples direcciones; Venezuela, Irán y Rusia fueron sus blancos.

Boicot y precios, la economía como armas. Pero también el uso de un belicismo tercerizado como el usado para destruir la Libia de Khadafy (cuya sangre tiñe las manos de Hillary Clinton) o la fabricación de monstruos como el EAstado Islámicos, excusas o falsos enemigos para incrementar la intervención militar en Oriente, en nombre del antiterrorismo y los Derechos Humanos.

Pero su ilusión, forjada entre los avances tecnológicos comunicacionales y algunas experiencias exitosas es utilizar como arma de dominación de las mentes al formidable aparato comunicacional, virtual y cultural construido y apuesta allí de manera fuerte.Hay un hilo conductor entre las elecciones que llevaron al triunfo a Obama y la de este martes.

Obama promovió la distensión con la Cuba de Fidel y el acuerdo de paz entre las FARC y Colombia.Hillary, su legítima sucesora, debe llegar derrotando al fascista Donald Trump.

Si los demócratas triunfan están a un paso de proclamarse vencedores de la mayor crisis del último siglo. Se abalanzarán a logar la firma de los tratados que achiquen la dimensión de los océanos coronando incluso Brexit mediante el final de la breve multipolaridad. Dañar a los BRICS era un paso necesario. Empujar la confrontación con el bloque Ruso- Chino completa el retorno a la bipolaridad.

La nueva geoestrategia está siendo prefigurada.

Más difícil es prever que pasará si triunfa Donald Trump, el antisistema reaccionario, la crisis política y como dijimos la imprevisibilidad.

Será un fracaso del establishment dominante pero de ninguna manera un triunfo de las fuerzas del progreso. El problema es que lo contario es sí el triunfo del peligroso imperio neoliberal.