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(Foto: AFP)

Acaban de difundirse datos de Estados Unidos donde, a partir de la paralización económica que a regañadientes y de manera despareja se llevó a cabo, el desempleo ha aumentado de forma notable. Si se desagregan por identificación étnica (o raza según se denomina allí), resulta que los elevados guarismos para la población blanca anglosajona ascienden al doble si se trata de afroamericanxs y latinxs, frecuentemente vinculadxs a las ocupaciones menos calificadas, de mayor precarización en sus condiciones de trabajo, peor remuneradas y más estigmatizadas en la valoración social. A tales falencias se suma la generalizada ausencia de cobertura de salud como característica estructural del (casi inexistente) sistema de protección social estadounidense, tan ostensible en los momentos actuales.De modo que este escenario de momentáneo aminoramiento de la maquinaria productiva hace traslucir, con la crudeza de las imágenes del fotoperiodismo de catástrofe, un panorama agravado pero que viene de largo. Comienzan a trascender las comparaciones con la mítica crisis del 29 y la Gran Depresión, que diera lugar a una célebre obra literaria como Las viñas de la ira, de John Steinbeck, luego objeto de una adaptación cinematográfica conmovedora que dirigió John Ford.Con esta realidad también se aprecia que es sobre esas minorías donde recae el llamado trabajo esencial para mantener funcionando una sociedad, lxs enfermerxs, el servicio de recolección de residuos, etc. La maquinaria capitalista funciona ahora sin velos gracias a ellxs.

Hay dos lecturas simultáneas por hacer, entonces, entre lo coyuntural y lo persistente en la economía política del trabajo. Éste es el punto donde se intersecan el desempleo y la desigualdad como realidad inquietante de las sociedades capitalistas, consustancial a ellas pero en una disputa donde el balanceactual se inclina hacia su acrecentamiento conjunto. ¿Debemos pensar que, luego de esta etapa de desestructuración social global, imprevista para los negocios y en las previsiones estatales, todo volverá a una cierta normalidad preexistente al coronavirus? Ciertamente esta crisis ilustra las falencias del sistema (seguro ya harto conocidas y estudiadas) y abre una oportunidad para mejorar lo que viene.

En nuestro país, a pesar de medidas concretas de salvaguarda del empleo y de los ingresos por parte del estado, avanzan las maniobras de “redimensionamiento” corporativas, dado que se verifican despidos y suspensiones pese a las normativas oficiales en contrario, al tiempo que se conoce la firma de acuerdossectoriales con distintos gremios de la CGT para reducciones salariales. Lo sustancial de la carga de esta crisis inopinada es en lo inmediato despachada sobre las espaldas de la fuerza laboral con elpláceme de sus representantes, antes que sobre la rentabilidad y el riesgo empresario.

Pero es la gran masa de trabajadores informales los que son más afectados por la contracción de las ventas ante la cuarentena, y también de modo directo, por los efectos de una enfermedad que se ensaña con aquellxs en peores condiciones de vida en la escala social. Son éstxs los que sufren más los vaivenes de la economía, lxs que tienen acceso al servicio de salud de menor calidad (aceptando que, como resulta evidente, la salud pública está desfinanciada), lxs que también recuperarán más lentamente sus ingresos cuando se reabra la economía. La salida de la pandemia verá un aumento desproporcionado de la desigualdad entre el capital y el trabajo, y entre trabajadores más y menos formales.

Por ello, es el momento de volver la vista otra vez sobre la legislación laboral, heredada de la década del 90, y planificar la forma de mejorarla. Por lo pronto, de avanzar en legislación que garantice ingresos mínimos de carácter universal, dado que sabemos que el mercado laboral formal solo llega a una parte dela población. Acaso también a que el estado refuerce su compromiso con la no reproducción de relaciones de trabajo precarias y flexibles en su propio personal, como prerrequisito de su tarea interventora ante las desigualdades presentes en la “sociedad civil”.Y sobre todo, a explorar las posibilidades de un sistema público de salud gratuito, universal y de calidad que absorba los fragmentados y desiguales sistemas de financiación privada, y que podría incluir también las prestaciones de las obras sociales menos sostenibles. De la misma manera que se comprobó el colapso del sistema de capitalización de las AFJP y se estatizó en forma de un sistema solidario, esta pandemia echa luz sobre las desigualdades sanitarias latentes. Estamos comprobando en tiempo real que las desigualdades del mercado laboral tienen un fiel reflejo en los sistemas de salud y en la vulnerabilidad ante shocks económicos.

Aquí, como en Estados Unidos, también las identidades étnicas juegan su rol. Es la extensa historia de los desposeídos desde la percepción de los que algo tienen (o lo tienen todo), que va de la deshumanización para la explotación colonial indígena a la culpabilización de “cabecitas negras” y, luego, “planerxs” por su condición subalterna.Como se sabe, la larga estela del peronismo movilizó un sentido de igualación que atravesó los estratos sociales y dio a lxs trabajadores una consciencia de su dignidad plebeya.También cuenta con sus entrañables imágenes y narradores esta transformación cultural colectiva. Integran el sentido democrático que hemos sabido conseguir y debemos defender en los cruces de caminos donde racismo y clasismo se encuentran. Este mismo sentido de inclusión debe extenderse a las periferias del mercado laboral.

El presidente Alberto Fernández se cuida de enfatizar que prefiere asegurar una población sana al reinicio de la producción con obrerxs enfermxs. Ahora bien, conjurada la amenaza sanitaria, tenemos que pensar cómo evitar estas desigualdades y vulnerabilidades latentes, que sin duda nos van a acompañar en el desarrollo capitalista, más en el periférico. Es momento oportuno de ejercer la reflexión al respecto, antes que la urgencia de la vuelta a la normalidad apague el debate sobre estas cuestiones.