El desplante del enviado de Trump al gobierno de Alberto Fernández yéndose del acto por la presencia oficial del enviado del gobierno chavista, se convirtió con el paso de las horas de ese día de fiesta en una pequeña derrota diplomática para el Departamento de Estados de EE.UU. 

Una derrota relativa, sin escala, de poca monta. Pero el gobierno de EE.UU. tuvo que soportar la primera decisión autónoma en política exterior del Fernandez & Fernandez. Esa es la marca del 10 de diciembre. El resto es abalorio protocolar.

La tarde de ese mismo día Fernández tuvo que impedir una charla pública del enviado bolivariano a varios movimientos argentinos que incluía a la Cámpora. Este fue un costo colateral menor del resultado, incluida el opacamiento de la presencia oficial de la hija de Chávez, representante de un Programa de la ONU…pero la hija del inventor de Maduro y Jorge Rodríguez.

El hecho puede ser considerado baladí y mirarse como una anécdota. Puede ser. Pero de él se desprende uno de los desafíos centrales del nuevo gobierno argentino. Tan central como el combate al hambre o la Deuda externa.

El desafío se define por la relación con el imperio dominante en la región y las maneras de asumir la complejidad de esa relación siempre peligrosa. En esa complejidad geopolítica dentro del contexto latinoamericano actual de peligros para las democracias y los derechos sociales, solo quedan tres gobiernos capaces de frenar o regular la avanzada recolonizadora de EE.UU. sobre el continente.

Aunque López Obrador, Fernández y Nicolás Maduro no lo sepan o no lo comprendan, México, Argentina y Venezuela tienen sobre sus hombros la responsabilidad de constituir una sola frontera geopolítica.

Estados Unidos existe como una potencia dominante con intereses y sin amigos. Los gobiernos de AMLO, Alberto Fernández y Nicolás Maduro existen. La relación entre los tres gobiernos y Estados Unidos es inevitable. Todo lo demás es relativo, se subordina. Este es el punto de partida de la fase geopolítica a la que ingresan nuestro continente y el gobierno de Alberto Fernández.

Las notables distancias entre los tres gobiernos, su diferente peso específico regional, el tipo de sus sistemas políticos, sus economías y tradiciones sociales y políticas, también distintas, no modifican en nada lo esencial: La relación entre los tres y la avasalladora potencia dominante. Es mucho más que la Doctrina Monroe y las sucesivas recreaciones de esa pauta geopolítica de dominación.

Los tres países, con sus gobiernos actuales (Argentina desde el 10/12), están obligados a constituir una muralla de defensa política relativa de la soberanía regional. Una suerte de firewall de intereses comunes.

El intelectual mexicano Axel García Encira lo retrata de esta manera: “Lo que ha posicionado a México como líder regional es haber sido el país que le dio la vuelta a los triunfos de derecha en la región, su respeto a la soberanía venezolana, el asilo a Evo Morales y su constante retórica anti neoliberal. En menos de un mes, México recibió la visita de Rafael Correa, José Mujica, y Alberto Fernández.” (ver aca)

Es otra cosa que aquello intentado a mediados de los años 2000 motorizado por Hugo Chávez desde una Venezuela boyante en petrodólares, ideas y proyectos rozagantes. Esta vez es defensivo. No es con la CELAC, el ALBA, la Unasur, PetroCaribe, BanSur, el Centro de Formación de Militares del ALBA en la Paz. Esta vez hay que lidiar con Bolsonaro, Piñera, Añez, Lacalle, Duque, el Grupo de Lima, todos al servicio de Washington.

Es otra cosa. Definirlo correctamente es el primer paso para comenzar a dar la vuelta. Sin diagnóstico acertado es difícil pensar en un medicamento útil.

Los ladrillos de esa muralla son de materiales diversos. En México y Argentina el material se compone de elecciones y votos. El ladrillo bolivariano es más complejo, mezcla tres insumos: elecciones y votos, movimientos comunales y armas. Las convencionales (FFAA) y las otras: Los casi tres millones de milicianas y milicianos.

Con votaciones masivas, Fernández y AMLO bloquearon el modelo neoliberal del capitalismo en su estado actual, con elecciones y armas Venezuela impidió la invasión militar imperialista en febrero de 2019.

Esta nueva realidad geopolítica no surge por casualidad o azar. Está impuesta por las condiciones internacionales acumuladas desde 2013 en adelante y en lo económico por los efectos mortales de la crisis global financiera de 2008.

La responsabilidad geopolítica de los tres países crece en la medida que aumenta la voracidad imperial y se evidencia como riesgo de intervencionismo. Esto lo que presenciamos el día 10 de diciembre mientras Alberto juraba el primer día de su mandato. Toda una señal.
 
Sería pusilánime y suicida creer que las diferencias entre los tres gobiernos latinoamericanos define la relación con Estados Unidos y sobre todo, suponer que al militarismo le importan los votos.