Puede resultar una contradicción, pero el caos generó un nuevo orden en la Selección argentina. Más allá del tercer puesto, el triunfo por 2 a 1 frente a Chile, que actúa como doble (y breve) premio consuelo, por este final en la Copa América y porque el rival fue la pesadilla de las dos últimas finales, lo que deja este paso por Brasil es una estructura desde la cual se podrá construir una selección. Lo nuevo, sea lo que sea eso nuevo, acaba de nacer, un año después del desastre ruso.

Esa construcción será una tarea de Lionel Scaloni o de quien lo suceda, a partir de diciembre. Es necesario una conducción más fuerte, con experiencia, que esté incluso por encima de los dirigentes de la AFA, no que dependa de ellos su suerte. Scaloni, un entrenador sin antecedentes, sin trabajos previos en el rol, tiene méritos. Ya está dicho que probó demasiado, que improvisó, que, como alguien dijo en redes sociales, tocó todos los botones hasta que algo salió. Sin embargo, su mejor tarea fue encontrar el camino del recambio, algo que finalmente se dio sin mayores heridos, hasta con un histórico destacándose, como Sergio Agüero, y con un liderazgo maradoniano de Lionel Messi, que no asomó a recibir la medalla de bronce en la premiación. “Creo que lo que dije la vez pasada me pasó factura. No fui por todo un poco. Nosotros no tenemos que ser parte de la corrupción y de la falta de respeto que vivimos toda la Copa. La corrupción, los árbitros no permiten que la gente disfrute del show. La Copa está armada para Brasil”, aseguró después Messi.

Ayer, en San Pablo, el escenario de la última épica futbolística argentina, cuando la selección pasó a la final de Brasil 2014 por penales frente a Holanda, ese liderazgo de Messi incluyó una roja injusta, la segunda en su carrera, producto de una patoteada de Gary Medel, también expulsado. El daño está hecho: Messi tendrá que cumplir la suspensión en la primera fecha de Eliminatorias, aunque ni siquiera en sus reglamentos Conmebol es clara con sus sanciones. Los problemas de la Argentina no estuvieron en el arbitraje o el VAR, pero esta Copa América quedó embarrada en ambos aspectos. La Conmebol no otorga credibilidad en ninguna línea. Ayer el VAR volvió para darle un penal a Chile. El enemigo VAR, los malos arbitrajes, sin embargo, hicieron que el plantel argentino formara comunidad, se uniera bajo el sentido de que la derrota frente a Brasil fue inmerecida. Parece menor pero ahí también se forma un grupo, alimentado por el enemigo externo.

Hasta el momento de su expulsión, Messi comandaba el juego argentino. Había tenido su avivada para el gol de Agüero en una gran definición, pero además estaba activo, con ganas, era su mejor participación en esta Copa. Y eso, a su vez, convertía al partido en el mejor de la Argentina en estos días brasileños. ¿Para qué sirve un partido por el tercer puesto? Para esto, para probar en competición. Chile, además, es una buena medida, duro rival del próximo gran objetivo, las Eliminatorias. La Argentina, en un buen partido, dominó como nunca, reguló la intensidad ya típica chilena y cortó los circuitos de pases cortos que intenta tejer el equipo de Reinaldo Rueda.

Un partido como el de ayer permite establecer que Paulo Dybala es más que una simple opción para guardar en el banco. Y, sobre todo, que puede jugar con Messi. Su reemplazo, cuando era el mejor del equipo, forma parte de lo inexplicable de Scaloni, de la necesidad de intervenir con cambios cuando el partido no lo pide. El partido dejó otras señales. Que Juan Marcos Foyth ya es un jugador de selección, pero en su puesto original. Que Rodrigo De Paul fue un gran acierto de Scaloni. Y que Leandro Paredes tiene que sentirse dueño del medio, incluso cuando no haya partidos. A Giovani Lo Celso hay que dejarlo crecer. Y a ellos hay que sumarle, sin dudas, a Lautaro Martínez, con gol y mucha personalidad.

La Argentina creció partido a partido en la Copa América. Ayer lo cerró con un nivel que estuvo a la altura de lo que mostró en semifinales. Sin Messi, Agüero ejerció el liderazgo. Fue su mejor versión. Jugadores como Agüero, como Di María, en bajo rendimiento y por eso en el banco, ni hablar de Messi, eran señalados como los obturadores de un cambio, de la llegada de nuevos nombres. Hoy son los que abrieron las puertas, los que aportan experiencia, la necesaria cuando se traslada un legado. Nada debe hacer olvidar que este es un camino improvisado, sin mapa, sin saber a dónde había que llegar. Y aún así la llegada (o el regreso desde Brasil) fue mejor de lo que se esperaba.