Los aniversarios suelen funcionar como excusas de amplio espectro que facilitan homenajes y tributos –no siempre sentidos– y multiplican comentarios al paso. Pero en el periodismo favorecen ciertos aires liberadores. Permiten eludir la tiranía del día a día y hacer foco en lo importante más que en lo –supuestamente– urgente. El 23 de mayo de 1992 murió Atahualpa Yupanqui. Este martes se cumplirán 25 años de la partida del máximo símbolo del folklore argentino y asoma una oportunidad ideal para volver a conectarse con una obra fabulosa que sigue venciendo los caprichos de la moda. Para acercarse a un hombre que se construyó a sí mismo con una guitarra y un caballo, sí. Pero también con una sensibilidad enorme para percibir el dolor ajeno y el propio, y hacer con ellos canciones indomables.

Su figura enfrenta los tiempos sin vacilaciones. Casi sin fisuras. Se sustenta en composiciones sólidas, determinantes e inconfundibles. Yupanqui se hizo Yupanqui bajo sus propios términos. Sin operaciones de marketing ni estrategias trasnochadas. Acaso pueda decirse que en él se aplica como pocas veces aquello de que el todo es más que la suma de las partes. Pero fue único en sus diferentes facetas. Como compositor, letrista, cantor, guitarrista, sabio y hasta como mito viviente. Asomarse a esas distintas aristas de su arte contribuye a comprender la verdadera dimensión de su talento. Saltear la convalidación tácita o el subrayado impostado –a esta altura Yupanqui es poco menos que incuestionable– para indagar y repensar la potencia vívida de su legado. 

Liliana Herrero, cantante y gran constructora de repertorios y estéticas, destaca las múltiples habilidades de Yupanqui. Pero primero apunta a su búsqueda filosófica: «Una de las cosas que más me fascinan de su mirada es cómo siente y responde al llamado de la tierra. El gran tema filosófico de Yupanqui es el andar para buscar ese imperativo que él se impone: descifrar la esencialidad de la tierra y, por ende, de la patria. El andar como metáfora de la vida, un andar solitario, reflexivo, que también busca consuelo.»

Alumbramiento de la conciencia

El guitarrista, compositor y a veces también cantante Juan Falú destaca el sentido de pertenencia y el compromiso de Yupanqui con la cultura criolla. Al mismo tiempo hace foco en el impacto de sus letras en la gente: «Cuando era niño y escuché ‘las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas’ («El Arriero») fue como un alumbramiento de la conciencia. Con poesía y simpleza te decía todo. Y hay muchísimos ejemplos más que son demoledores. No hay con qué darle a Yupanqui.» El compositor, cantante, violinista y guitarrista Peteco Carabajal ofrece otro ángulo al análisis: «He tenido la suerte de musicalizar el poema de Yupanqui ‘Violín del monte’. Solo hay que leerlo para darse cuenta de que es una maravilla. Por un lado están las palabras, por el otro cómo cuenta una historia en apariencia menor pero que te envuelve, y por último que el texto tiene tanta musicalidad que inspira y se acomoda casi inmediatamente. Me emociona de Atahualpa que escribe sobre un violinista perdido con el mismo respeto y compromiso que si estuviera hablando de la tragedia universal de la bomba atómica en Hiroshima.» 

La obra de Yupanqui es caudalosa y profunda. Cuenta con más de 300 canciones propias registradas en forma oficial. «Los ejes de mis carreta», «Chacarera de las piedras», «Luna tucumana», «El arriero», «Los hermanos», «La añera», «Piedra y camino», «Zamba del grillo» y la monumental «Coplas del payador perseguido» son solo algunos de sus clásicos que ya forman parte hace décadas del cuerpo fundamental de la cultura popular argentina. Yupanqui incorporó gran parte de las formas folklóricas de nuestro país de primera mano. Recorriendo la patria, escuchando, hablando y compartiendo con la peonada, músicos ignotos y algunos más reconocidos. 

Su poesía está construida en base a preocupaciones recurrentes: la tierra, el camino, la soledad, la injusticia y las reflexiones metafísicas son algunas de ellas. Esas obsesiones fueron desarrolladas con puntilloso esmero y variantes. En ese amplio abanico puede reconocerse al Yupanqui más existencialista –»El cielo está dentro de mí»–, el costumbrista con mensaje social –»El arriero»–, el más contemplativo –»Chacarera de las piedras»–, el anti-imperialista –»¡Basta ya!»–, el que retrataba el sufrimiento brutal de los trabajadores –»Minero soy»–, el que entrelaza amor y filosofía –»Imposible»– y el que rinde sentido homenaje a su caballo –»El alazán»–.

Una obra que inspira

«Él era compositor y autor –música y letra–. Eso y su criterio estético le permitían llegar a síntesis prodigiosas. Es hermoso hacer versiones de Yupanqui porque inspira y abre caminos», confiesa Falú. Peteco resalta que Yupanqui conocía todos los ritmos de primera mano «porque recorrió buena parte del país y era un investigador muy serio. Pero además de la curiosidad y la sensibilidad hay que tener talento y creatividad para que una obra se concrete. Yupanqui lo tenía todo. También es muy interesante el aporte de Nenette, su esposa –música y letrista francesa, nacida como Antonietta Paule Pepin Fitzpatrick, que firmó composiciones sola y con Yupanqui bajo el seudónimo Pablo del Cerro–. Imagino sus diálogos. Deben haber sido entrañables.» Herrero, por su parte, destaca que en el Yupanqui compositor también se proyectaba esa capacidad de síntesis y belleza que son marcas registradas de su personalidad y le dan mayor resonancia y potencia a su discurso musical.

Sus facetas de cantante y guitarrista suelen ser menos atendidas. Pero resultaron fundamentales para que su mensaje llegara en plenitud. Herrero señala que «no tenía un registro espectacular. Pero eso le da doble mérito porque hacía que su palabra llegara donde y como tenía que llegar. Para transmitir verdad le alcanzaba y sobraba». Peteco explica que la voz de Yupanqui «siempre se movía por los bajos, nunca perdía el eje ni intentaba hacer algo que no podía y siempre era efectivo. De grande tenía menos potencia en la voz, como nos pasa a todos, pero nunca perdió la capacidad de transmitir y emocionar.» Falú considera que el registro de Atahualpa estaba moldeado a la medida de su obra y pondera su gran magnetismo cuando contaba historias entre tema y tema, en sus presentaciones en vivo. 

«Su guitarra es totalmente criolla –agrega Falú–. Por el sonido, por el espesor de ese sonido y por cierta rusticidad de las manos que identifican al hombre laborioso. Todo eso constituye un estilo que se identifica rápidamente tanto en la canción como en sus composiciones instrumentales». Herrero hace hincapié en que Yupanqui tocaba sin ningún tipo de artificio: «Cada nota que elegía era real y necesaria.» Peteco añade que lo emociona escuchar cómo Yupanqui pulsa las cuerdas: «¡Cómo vibra ese encordado! El ruido de los arrastres entre acorde y acorde es monumental. ¡Parece que se va a cortar los dedos por la fuerza que le pone! ¡Yo imaginaba que tocaba y salían chispas! Atahualpa y (Juan) Falú son los guitarristas ineludibles de nuestro folklore. Falú tenía una técnica genial, Yupanqui era más de la tierra y de matarte con unas pocas notas.»

Atahualpa Yupanqui, el hombre, murió a los 84 años aquella madrugada del 23 de mayo de 1992 en Nimes (Francia), poco después de un show a teatro lleno. Eso es irreparable. Pero su obra mantiene una vigencia demoledora. Sigue acechando a la injusticia, ahuyentando la vulgaridad y recreando las preguntas más profundas que –tarde o temprano– atraviesan a todos los hombres. Sus canciones y buena parte de su vida también continúan inspirando a músicos de los más diversos orígenes y géneros musicales. No hay margen para las dudas: Atahualpa Yupanqui es eterno. «

Una vida intensa, una obra acorde

* Nació el 31 de enero de 1908 en Peña (Pergamino, provincia de Buenos Aires), bajo el nombre de Héctor Roberto Chavero. 

* Su padre fue empleado ferroviario, lo que hizo que la familia se mudara en forma recurrente y conociera diversas realidades de nuestro país. 

* Su primer recuerdo musical movilizante fue escuchar tocar a los peones en Junín. 

* Estudió guitarra con el maestro Bautista Almirón, quien lo inició en la arquitectura del folklore y le abrió las puertas a la música clásica. 

* Descubrió parte de su vocación en el colegio. Allí publicó sus primeros sonetos y firmó como Atahualpa Yupanqui una monografía sobre Los 12 incas del Perú. 

* Para subsistir durante su juventud fue arriero, hachero y administrativo en una escribanía.  Sus primeras grabaciones para el sello RCA Victor fueron en 1936. 

* Era un lector voraz de poetas como Góngora, Lope de Vega y Quevedo. Sus filósofos favoritos eran Nietzsche y Shopenhauer. Más adelante se apasionó con la cultura oriental. 

* Tuvo fuertes inquietudes políticas y militancia partidaria. Fue afiliado del PC entre 1945 y 1952. El primer peronismo lo observó con recelo. Durante la dictadura del general Aramburu fue encarcelado y torturado. Llegaron a quebrarle el dedo meñique de la mano derecha con una máquina de escribir.  Vivió en las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Tucumán y Entre Ríos. También en París y Montevideo. Pero su lugar en el mundo era Cerro Colorado (Córdoba). 

* Conoció a Nenette en Tucumán, en 1942. Fue el amor de su vida y su socia creativa en muchos de sus clásicos –bajo el seudónimo Pablo del Cerro–. 

* Su obra es recordada y admirada en todo el mundo. Edith Piaf, Joan Manuel Serrat, Alfredo Zitarrosa, Silvio Rodríguez, Devendra Banhart y José González lo expresaron públicamente en forma reiterada.  

* Murió el 23 de mayo de 1992 en Nimes (Francia). Sus cenizas fueron esparcidas en su casa de Cerro Colorado. Allí funciona el Museo Agua Escondida, un tributo a su memoria.

La influencia en músicos de otros géneros

“Yupanqui es un hombre de la tierra y jamás se olvidó de los que menos tienen. Nos sentimos identificados en eso de cantar lo que uno siente. A nosotros también nos marcó la versión de ‘El arriero’ de Divididos. Abrió un camino entre el folklore y el rock que decidimos investigar» (Agustín Ronconi, Arbolito).

“Aprendí a tocar la guitarra y a cantar a los 5 años con la profesora del barrio. Mi primer tema fue ‘Luna tucumana’. Ya de grande sentí más admiración e identificación por su sentido de la economía. Una estética que exige mucho trabajo, pero que le da mayor potencia al discurso. Yupanqui es único.” (Gabo Ferro, cantautor).

“Hice un disco dedicado a la obra de Yupanqui por una propuesta que recibí y por la admiración que tengo de su obra. En mi casa siempre se escuchó folklore, pero cantarlo fue un gran desafío. El tango tiene enormes poetas. Pero la estatura y el peso especifico de Yupanqui es notable.» (Lidia Borda, cantora).

“Desde hace muchos años hago versiones de Yupanqui. Sus canciones son perfectas. Pero también pueden constituir un gran punto de partida para improvisaciones cercanas al jazz. El gran desafío es expresarlas de otra manera, pero sin traicionarlas.» (Hernán Ríos, ex El Terceto y actual Ríos-Guevara).

Un artista, muchas lecturas

“En nombre del folklore. Biografía de Atahualpa Yupanqui” (Sergio Pujol).

* “Atahualpa Yupanqui – Cartas a Nenette” (compiladas por Víctor Pintos).

“Atahualpa Yupanqui. Asuntos del Alma” (Sebastián Domínguez).

“Alhajita es tu canto: el capital simbólico de Atahualpa Yupanqui” (Ricardo J. Kaliman).

“Indio, criollo y vasco. Atahualpa Yupanqui” (Sergio Rekarte).

“Atahualpa Yupanqui. El canto de la patria profunda” (Norberto Galasso).

“Atahualpa Yupanqui. Este largo camino” (Víctor Pintos). 

* “Atahualpa Yupanqui” (Félix Luna).