El Bafici alcanza su 20ª edición, y eso, en una ciudad como Buenos Aires –por eso que enseñaron Gardel y Le Pera sobre que 20 años no es nada–, cobra especial relevancia. El calendario invita a un balance y aquí se intenta uno a partir de tres perspectivas distintas. Por un lado, la de dos históricos que participaron en todas las ediciones y de distintas maneras: Diego Batlle y Alejandro Lingenti; el primero a través del periodismo y la crítica (hoy dirige el sitio Otros Cines), el segundo a través de la crítica y la realización (en 2010 presentó Ocio, codirgida con Juan Villegas, a la sazón director de Las Vegas, film de apertura de la actual edición, y es columnista del programa de Daniel Tognetti por Radio del Plata, Siempre es hoy). Por otro, la de Candela Martín, columnista de cine y espectáculos de Va de vuelta, el programa de Romina Manguel en Radio Nacional. 

«En principio, el Bafici fue todo un descubrimiento cinéfilo y acompañó además el furor del Nuevo Cine Argentino en todo el mundo –separa los tiempos históricos Batlle–. Luego llegó su consolidación local e internacional, y quizás también cierto ‘aburguesamiento’. Hoy es menos relevante para el circuito de festivales porque tenía ventajas comparativas que hoy no tiene: Mar del Plata no tenía un buen nivel (ahora sí) y lo que mostraba era imposible de ver en otro ámbito; además ahora existen el on demand, la piratería y todo se termina consiguiendo si uno lo busca con cierta atención».

A diez años de distancia por una cuestión generacional –podría decirse–, Martín indica que aún perduran algunos de aquellos valores del origen: «El Bafici es un formador de espectadores. A mí me enseñó a mirar cine, y un cine diferente. Incluido el cine independiente argentino. Ir al Bafici es conocer directores y artistas que en el cine comercial no se tiene posibilidad de conocer».

Por su parte Lingenti, como si se guiara por la máxima gardeliana, resalta la coherencia artística del Festival (algo que comparte Martín). «Cada gestión –(Andrés) Di Tella, Quintín, (Martín) Peña, (Sergio) Wolf, (Marcelo) Panozzo y (Javier) Porta Fouz– tuvo seguramente alguna pista de su impronta personal, pero en líneas generales el festival ha mantenido una identidad, centrada en la diversidad y la experimentación. Todos los directores que tuvo el Bafici son gente informada y con criterio. Después, es cuestión de gustos. La programación siempre tuvo osadía y amplitud».

Sin embargo el mundo, en especial en el consumo audiovisual, cambió a una velocidad inesperada: lo que resalta Batlle llevó a que el Bafici fuera mutando de aquella preeminencia por el descubrimiento cinéfilo a la búsqueda de una amplitud que, sin abandonar la osadía, pudiera incorporar nuevos públicos. «Mis primeros Bafici fueron ver cosas realmente raras –recuerda Martín–. Después empecé a ver más cosas que a mí me interesaban. En algún momento el Bafici sí fue un festival de nicho, tal vez de un público más snob. Pero los años le fueron dando categoría de festival más importante. Por un lado estuvo el boca a boca, luego la suma de sedes y el aumento de las actividades gratuitas, y después la cobertura periodística: al principio era más difícil encontrar información y ahora en todos los diarios de distribución masiva se está hablando de esto. Te das cuenta a la hora de sacar entradas: al principio la mecánica era hacer la fila y siempre conseguías un lugar; actualmente las películas que ya vienen con un peso, olvidate. Y eso me parece que habla del éxito de este festival».

Lingenti comparte en buena medida esta perspectiva de ampliación de públicos. «Es masivo: si no me equivoco van cerca de 350 mil personas por año. Más allá de las humoradas del nerd con gafas de pasta es aventurado caracterizar al espectador del Bafici. Es probable que el tipo de cine del festival sea un consumo cultural de la clase media y media-alta. Pero también es cierto que observando la programación de cada edición, hubo de todo: desde películas de animación para cualquier tipo de familia hasta films dedicados a un deporte popular como el fútbol, al margen de los experimentos más sofisticados que muchos identifican como la columna vertebral del festival. Tiene entradas a precios bastante populares, salas distribuidas en buena parte de la ciudad y funciones gratuitas al aire libre». En cambio Batlle sostiene que esa característica de nicho continúa en pie: «Es de varias decenas de miles de personas, pero sigue siendo un nicho».

En lo que todas las miradas coinciden es en su importancia cultural para la Ciudad. Eso sí, cada uno con sus matices. «Sirve para que la gente a la que le interesa el cine y no lo ve solamente como un mero pasatiempo tenga una alternativa al bombardeo incesante de la producción de Hollywood –dice Lingenti–. El cine, como cualquier disciplina artística, puede generar la posibilidad de articular un campo semántico, simbólico, diferente al del sentido común dominante. Para decirlo en otros términos: puede ofrecer una alternativa para percibir y pensar la realidad de una manera distinta. Es más probable que eso te ocurra con alguna película del Bafici que con Rápido y Furioso 120».

Martín, en cambio, pone el énfasis en el tema de género. «Este año de los 22 jurados, 11 son mujeres, y eso cambia la perspectiva o el tono de cómo venían manejándose las cosas. De repente nos damos cuenta de que es importante la voz y la opinión de la mujer. Lo es en todos los ámbitos, pero en uno como el cine, donde hay muchas denuncias no sólo de acoso sino del techo de cristal, me parece muy importante».

Lo de Batlle es la perspectiva cinematográfica: «Creo que el Festival es menos relevante que antes para la industria y para el cine independiente argentino (hoy muchos directores ya no empiezan la carrera de su película en el Bafici sino en otros festivales), pero sigue siendo un fenómeno importante para la vida cultural de la Ciudad. Es un festival sobre todo de descubrimientos (en la línea de Rotterdam y Locarno, por ejemplo), pero creo que la crisis general del cine de autor hace que una programación de 400 títulos muchas veces luzca con mucho «relleno». No hay 400, ni 300, ni 200 títulos excelentes cada año».

Estas voces de dos generaciones y tres abordajes diferentes que tienen tantas disonancias como coincidencias, de alguna manera representan el espíritu aperturista, tolerante y atrevido con el que se pensó y soñó el Bafici a fines del siglo pasado. Que ese espíritu se haya propagado en el tiempo hasta llegar a su vigésima edición es la mejor muestra de su éxito. «