Bandoneón es cultura es el título del interesante debut discográfico de Daniel Ruggiero, joven bandoneonista y compositor que presentará este álbum hoy, viernes 17 a las 21.30 en el CAFF, Sánchez de Bustamante 772.

El músico (quien es hijo del legendario bandoneonista y compositor Osvaldo Ruggiero), cursó estudios en la EMPA (Escuela de Música Popular de Avellaneda) con profesores como Walter Castro y Rodolfo Mederos y se perfeccionó luego con maestros de la talla de Pacual «Cholo» Mamone, Néstor Marconi, Julio Pane, Alejandro Zárate, Carlos Lazzari y Manolo Juárez.

Desde 1997 desarrolla una intensa labor como bandoneonista y arreglador en Argentina y el exterior, al formar parte de diversas compañías artísticas o trabajando con artistas como Raúl Lavié, Guillermo Fernández, Atilio Stampone, José Colángelo y Julia Zenko entre otros, además de actuar con diversas orquestas sinfónicas y encarar sus propios proyectos musicales, como el Quasimodo Trío.

La presente placa ofrece su mirada personal sobre tangos clásicos, a los que les aporta un sonido en el que demuestra su calidad como instrumentista y arreglador. Prueba de esto son las versiones de piezas como «Mi tango triste» de Aníbal Troilo y José María Contursi, en el que tras un comienzo reflexivo va desarrollando la partitura hasta transformarla casi en un canto litúrgico, que deriva en el dramatismo con el que se acerca hacia el final del tema.

«La Beba» de Osvaldo Pugliese muestra nuevamente su lucimiento como instrumentista y su imaginación para los arreglos, como se puede corroborar en las versiones de «Aquellos tangos camperos» de Horacio Salgán, «Cristal» de Mariano Mores y Contursi (en la que la melodía es desglosada de manera cálida por el clarinete de Bernardo Monk), «Retrato de Alfredo Gobbi» de Ástor Piazzolla (en el que César Martinini le aporta una llamativa coloratura tímbrica con su vibráfono) o «Griseta» de Enrique Delfino y José González Castillo.

En todos estos casos Ruggiero «deconstruye» los temas y los redimensiona por medio de arreglos sobrios, con algunos pasajes armónicamente intrépidos y sumamente efectivos. Las composiciones de las cuales es autor muestran de qué manera el músico ha asimilado lecciones de las generaciones anteriores, las que sirvieron de base para el desarrollo de su propia búsqueda sonora.

En «Cuadernos de Laura» el violín de Matías Grande interpela la melodía con la utilización de los diversos recursos que ofrece el instrumento, alternando momentos introspectivos con otros más punzantes. La extensa obra que cierra el disco, «Rapsodia para cello y bandoneón» (con Luciano Falcón a cargo del instrumento de cuerda), reafirma la búsqueda estética de Ruggiero: un desarrollo en el que ambos instrumentos transitan por senderos laberínticos, entrecruzando protagonismo tanto en lo melódico como en lo armónico. 

En los pasajes más rítmicos como en los más serenos, la obra aparece muy cohesionada en cuanto a intensidades y dinámicas, lo que le proporciona una constante sensación de sorpresa a medida que se suceden los compases. Daniel Ruggiero se revela como un músico que se puso un objetivo ambicioso: expandir con su instrumento los límites de obras reconocidas del tango y demostrar que posee una refinada intuición para llevar adelante su labor como compositor, para la que apela a elementos de la tradición del género a los que les aporta su mirada contemporánea.