Orden, trabajo, estrategia, actitud, equilibrio y tantos otros, integran la lista de los muchos conceptos presuntuosos, en reiteradas ocasiones vacios de contenidos, que utilizan los entrenadores para justificar su laburo, exitoso o no, y que repiten de igual modo los jugadores, y también tantos periodistas que toman esos tics y modalidades como propios, desvirtuando su rol de comunicadores.

A Edgardo Bauza, en cambio, se le puede achacar el estilo escasamente lustroso, poco audaz que elige para que sus equipos lleguen al final del camino, pero no que sea un tipo que no exhiba sus ideas de manera trasparente, y que las exponga con sus generosos fundamentos.

El Patón, desde que dejó de ser un eficaz e impetuoso defensor central -implacable de arriba, recio de abajo-, aplicó esos conceptos al servicio de la dirección técnica y, si nos llevamos por los resultados, de modo muy exitoso, toda vez que es el entrenador que más títulos logró en los últimos tiempos en esta zona del planeta. Pero además siempre afirmó –lo reiteró en un libro que describe su biografía-, que su “método” se apoya en tres características fundamentales, una de ellas, el equilibrio. Cuando se le requiere una síntesis de lo que le significa, advierte: “Jugar bien es lograr el equilibrio. Saber atacar y saber defender”.

La mayoría de los entrenadores buscan el equilibrio. La clave, la cuestión central, es en qué parte de la cancha se asientan para aplicar este concepto.

Para Bauza, el latido del equilibrio se encuentra pocos metros delante de su defensa, donde se para su 5 principal y desde donde rota su otro volante central, para conformar una de sus debilidades: el doble 5. El matrimonio que gestó con Néstor Ortigoza y el Pichi Mercier en San Lorenzo, es un ejemplo emblemático de lo que pretende. Si se pudiera sombrear la cancha con colores según la importancia que le da el técnico, la tonalidad más fuerte estará en ese cuarto que va un poco más adelante del área propia y la línea del medio. Desde allí, Ortigoza se erigía en el dueño del equipo y armaba la pincelada inicial de su equipo. Allí se instalaban, para adueñarse del juego, la dupla Patricio Urrutia-Enrique Vera, en el sorprendentemente ganador Liga Universitaria de Quito, que construyó el Patón con mano de orfebre.

Por caso, Marcelo Gallardo, otro de los entrenadores que rescata el equilibrio como concepto importante en su equipo, pone el epicentro en el cuarto siguiente del terreno de juego. Para él también es clave la posesión y que su 5 pase la línea de mitad de cancha. Y el equilibrio lo dan los volantes más creativos que ponen al equipo en actitud de ofensiva permanente y que, a su vez, generan la presión (actitud defensiva) para que los rivales no puedan generar con libertad desde el principio de la jugada.

El último campeón Lanús, estilizado por Jorge Almirón, presenta una variante respecto del de Gallardo, aun cuando también plantea una estructura ofensiva, desde su 4-3-3. Pero para que el equipo esté equilibrado, esa tripleta del medio (Román Martínez- Iván Marcone y el paraguayo Miguel Almirón) debe ser una usina que prenda el fuego del infierno. Empezando por Marcone, menos vistoso y ampuloso, sin la velocidad de vértigo que aportan sus laderos, pero con noción de los espacios y visión que lo hacen imprescindible en un equipo que tiene su equilibrio justo en la mitad de la cancha.

Un equipo que empezaron a modelar los mellizos Barros Schelotto, los más pragmáticos en este racimo de ejemplos, ciertamente diferentes. Parecería que la clave del Boca que están edificando depende de cómo se levante ese día Pablo Pérez –mientras no esté Gago- para regular una madeja amplia de posibilidades de ataque, muy rica como inconstantes, porque su termómetro, Carlitos Tevez, también tiene despertares muy discontinuos. El criterio de Sebastián Pérez, típico jugador a dos toques, de gran claridad, aún no llenó la ambición de su entrenador.

En celeste y blanco
Hace un tiempo, en una charla futbolera, Bauza contó que esa zona sería optimizada por un Juan Román Riquelme, o a un Juan Sebastián Verón, modelos de lanzadores, aun con distintas características. Que para él, disponer de esos jugadores, acarrearía un problema a resolver: son los que le completarían su ambición de generación de juego, su idea de cómo y cuándo se enhebra el primer toque y desde dónde se decide el rumbo, la velocidad y el cambio de ritmo de cada ataque. Pero a su vez no quitaría, sino en circunstancias muy especiales, a ninguno de sus dobles cinco. Como no lo puso allí al Pipi Romagnoli. Porque el Pipi es un jugador más cercano al área rival.

Y en la Selección, el equilibrio lo busca con Javier Mascherano-Lucas Biglia. Pero parece complicarlo el factor Messi. Entiende el Patón que debe rodear al 10, proponerle un socio. Y contra Uruguay eligió a Dybala. Allí está la inventiva. También lo inmanejable.

Pero sólo esa noche lo tuvo al 10. Contra Venezuela intentó rearmar la idea triangular, con Benega en el hipotético rol de aquella dupla virtuosa, pero le faltó rodaje. Y ni qué hablar contra Perú, que se le derrumbó el equilibrio: 1) Biglia es un partenaire perfecto para el rol protagónico que reclama Mascherano; sin Lucas, Kranevitter es un 5 más clásico y el Jefe, extrañamente, se sintió incómodo y, lo peor, impreciso. 2) Ni Dybala, ni Di María, ni mucho menos Agûero estuvieron cerca (geográfica y futbolísticamente) del doble 5 que esa vez conformaron los dos surgidos de River.

Para jugar ante los paraguayos, en Córdoba, el Patón anuncia una nueva prueba: Mascherano-Banega, con Gaitán-Agüero-Di Maria, e Higuaín, allá arriba. Un 4-2-3-1 que seduce al técnico casi más que el 4-2-2-2 que también suele esgrimir. La inclusión de ex Boca al lado del hombre del Barcelona, presunta la intención de que el equipo se pare más adelante, que la primera puntada sea limpia. Un equilibrio con mayor ingrediente ofensiva.

Y como otra vez será una Argentina sin Messi, no da para creer en el delirio, sino darle la razón al equilibrio.