Mientras el exnuncio en EE UU, Carlo Maria Viganò, sigue «cascoteando» al Papa Francisco con su reclamo de que renuncie, el obispo Juan Barros declaraba como imputado de encubrimiento de abusos sexuales en el seno de la Iglesia católica de Chile.

Barros, amigo personal de Jorge Bergoglio, fue sindicado por haber ocultado las denuncias contra curas y en especial de uno de los «depredadores chilenos», Fernando Karadima. El caso se potenció cuando el Papa nombró a Barros obispo de Osorno y explotó durante su visita a Chile de principios de año.

La presencia ante la brigada de Delitos Sexuales de la Policía de Investigaciones (PDI) de Barros –cuya renuncia el Pontífice aceptó en junio, junto con las de otros 33 prelados– no es un dato menor en la delicada situación que vive el Vaticano.

A mediados de agosto una corte de Pensilvania publicó un informe sobre abusos de más de 300 clérigos a un millar de víctimas. De ese documento salió el mote de «depredadores sexuales» para los curas.

El exnuncio (embajador) de la Santa Sede en Washington arrojó la primera piedra cuando Francisco estaba de gira por Irlanda, otro país donde proliferaron denuncias de abusos. Viganò acordó con medios ligados al catolicismo la publicación el 22 de agosto de una carta en la que acusa al Papa argentino de haber ocultado denuncias desde que fue designado, en marzo de 2013. Pero especialmente de haber levantado la condena de Benedicto XVI contra el exarzobispo de Washington, Theodore McCarrick, también acusado de abusador serial. 

Viganò ya había escrito cartas también explosivas a Benedicto XVI donde marcaba los escándalos de corrupción en la Santa Sede. El caso estalló en 2012, se lo conoció como Vatileaks y terminó con la condena de un mayordomo, Paolo Gabriele, y de un sacerdote, Lucio Ángel Vallejo Balda, pero por posesión ilegal de documentos privados y por su divulgación.

Ahora Viganò detalla múltiples abusos dentro de EE UU pero les suma las denuncias conocidas de Australia, Irlanda y Chile. De la orden salesiana y nacido en Italia hace 77 años, el prelado había sido «trasladado» a EE UU por el Papa Joseph Ratzinger. Tomando como ejemplo el paso al costado que dio el Pontífice alemán, ahora pidió la renuncia de Bergoglio.

La carta fue interpretada como parte de la guerra del ala más conservadora de la Iglesia estadounidense contra el «progresismo» de Francisco y su posición contra el neoliberalismo y el poder del capitalismo financiero. En la misiva Viganò destaca que no habría que hablar de abuso de menores, ya que algunas de las víctimas eran mayores de edad. Por eso, puntualiza, «más correcto es hablar de efebofilia», porque se trata de jóvenes adolescentes.

Acto seguido despliega un pormenorizado detalle de sacerdotes homosexuales que utilizan su poder para satisfacer sus deseos físicos. Entre ellos ubica a McCarrick pero también a gran parte de la curia de ese país. También señala a varios obispos muy cercanos a Francisco.

El Papa por ahora prefiere esperar a que baje la espuma mediática. El exnuncio, que dejó su cargo en 2016, volvió entonces a arremeter al revelar un encuentro de Francisco en Washington con una secretaria judicial de Kentucky que fue presa en 2015 por negarse a firmar actas de matrimonios homosexuales. El Papa negó el encuentro y sólo dijo que saludó a una mujer entre muchas pero no sabía quién era. Como para embarrar más la cancha, Viganò –ahora– dice que sí sabía, que le había dicho personalmente de quién se trataba. ¿Le tendió una trampa entonces?