Desde su lanzamiento en 2017, se supo que Big Little Lies indagaría sobre de los conflictos y las pasiones en la vida de las mujeres, especialmente los mecanismos opresores que afrontan en una sociedad patriarcal. Un atributo adicional era que la adaptación televisiva del libro homónimo de Liane Moriarty tenía lugar en un sector elitista de la sociedad californiana, en Estados Unidos.

Un mundo lleno de retiros espirituales, fortunas, cafés boutique, camionetas 4×4, galas y luces destellantes. Pero también uno excesivamente superficial, lleno de apariencias y relaciones transaccionales donde la mentira es más corriente que los dólares o los bitcoins. En ese contexto, durante la primera temporada de la serie nos adentramos en la vida de cinco mujeres con intereses e historias distintas que terminaron aunándose por una tragedia: la muerte de Perry Wright, un aparente esposo dedicado y padre ejemplar que ocultaba una personalidad violenta y el hecho de haber violado a una de las protagonistas en el pasado.

El fallecimiento de Perry se produjo en el medio de la confrontación con sus dos mayores victimas: su esposa Celeste (Nicole Kidman) a quien solía golpear y someter psicológicamente y Jane, una nueva habitante de la ciudad que lo reconoció como su agresor sexual luego de varios años del hecho. La que lo ultimó fue Bonnie (Zoë Kravitz), una apacible instructora de yoga que terminó empujándolo al vacío para evitar que lastimara una vez más a otra mujer. El grupo de testigos del acontecimiento que selló el final de la primera temporada se completó con Madeline (Reese Witherspoon) y Renata (Laura Dern), dos de las millonarias más populares en el grupo de madres del colegio en donde ocurrió el hecho.

Desde entonces, como se desarrolló en detalle en los últimos siete episodios, las vidas Las Cinco de Monterrey (como les empezaron a llamar después de la tragedia) se entrelazaron al nivel de reforzar vínculos de amistad preexistentes y otros de sororidad en pos de resguardar el secreto de la muerte de Perry, que hicieron lucir como un accidente.

Más allá de que en esta segunda entrega el tono pasó de un clásico drama a una mezcla con tintes de thriller agilizado por una intermitente investigación policial, lo cierto es que lo que primó fue una mirada introspectiva acerca del origen de los traumas y tensiones de cada protagonista, más allá de la mentira compartida. Este viaje al pasado incluyó la llegada de nuevos personajes como los padres de Bonnie (Crystal Fox y Martin Donovan) y la suegra de Celeste (interpretada grandiosamente por Meryl Streep).

Sanar duele. Aunque con cambios en la dirección (la primera temporada fue dirigida íntegramente por Jean-Marc Vallée), el estilo narrativo tuvo continuidad. Desde el guion, el uso de los colores y una excelente banda sonora se notó la intención de sumergir a los espectadores en los pensamientos de las protagonistas. De buscar identificación en conflictos que son comunes en todos los sectores sociales como la violencia doméstica, la disparidad laboral, los maltratos, las violaciones y, en general, los sometimientos obligados y no forzados que padecen las mujeres sean madres, profesionales, empresarias, amas de casa o no.

En esta segunda entrega, al parecer definitiva por lo que ha trascendido hasta ahora en los dichos de la propia Kidman (productora de la seria junto a Witherspoon), se hizo énfasis en el origen de los pequeños engaños que ganaron tamaño por acumulación y en el desafío de acabar con las mentiras, en especial esas que las mujeres se dicen a sí mismas.

Indagar sobre el pasado de Las Cinco ayudó a entender más sobre su conducta la noche en la que murió Perry. Como dijo la propia Zoë Kravitz acerca de su personaje, “si no fuera por sus cicatrices de la infancia, Bonnie seguramente no hubiera reaccionado con el empujón”. Ella solía mostrarse como alguien tranquila, refugiada en la meditación y el yoga, pero “luego del incidente todo su pasado salió a la superficie. En la temporada dos ella se ve desequilibrada buscando la sanación”, agregó.

Es que para nada sanar luego de semejante experiencia resultó sencillo para ninguna de las involucradas. La angustia de guardar tamaño secreto trajo fantasmas y las enfrentó a situaciones extremas que concluyeron con dos divorcios, una crisis matrimonial profunda y la casi pérdida de la tenencia de sus hijos para Celeste. Mientras que Jane estuvo a punto de rechazar la oportunidad de entablar una relación afectiva por el miedo que le daba siquiera tocar a un hombre después de la violación de la que nació su apreciado hijo Ziggy. Paradójicamente, fue ese pequeño ser producto de una atrocidad quien la convenció de permitirse amar de verdad.

En un recorrido doloroso, por momentos agobiante gracias a las excelentes interpretaciones de un cast de lujo, HBO volvió a dar muestra de que se pueden abordar temáticas importantes como la violencia de género en el prime time sin necesidad de acudir a la espectacularización de la tragedia. Un criterio que, afortunadamente, aparece lentamente como tendencia en algunas súper producciones.