Mientras más de 3000 millones de personas están confinadas en todos los continentes, algo así como la mitad de la población total del planeta, Jair Bolsonaro (no es el único, claro) prefiere salvar su propia ropa, elige apostar a que “Brasil no se para” como publicitó en un spot y hasta mandó a la gente a la calle, con el doble objeto de recuperar el poder político perdido y contentar a los grupos económicos que aún lo sostienen.

¿Una irresponsabilidad típica de un gobernante que hace de su estilo político una serie casi interminable de bravuconadas, extravagancias y fantochadas? Sí, aunque no puede desconectarse su actitud de la realidad política brasileña, en la que no para de recibir cascotazos a diestra y siniestra, por sus acciones que disgustan a un amplio espectro, incluidos, por ejemplo, casi todos los gobernadores y decenas de alcaldes, y también a las FF AA, que tienen su representante en el vice de la nación, el general Hamilton Mourão. Ni qué hablar de las instituciones médicas.

Las encuestas ofrecían el dato de que más del 80% de los brasileños apoyaba el aislamiento. Pero el viernes, el Ministerio de Economía ordenó suspender el subsidio a trabajadores estatales de beneficios como el de transporte y otros, para evitar la autocuarentena. “Para los casi 40 millones de trabajadores autónomos: Brasil no puede parar. Para los vendedores ambulantes, ingenieros, feriantes, arquitectos, albañiles, abogados, profesores, prestadores de servicios: Brasil no puede parar”, rezaba el video.

Su modelo empezó siendo Milán, cuyo alcalde Giuseppe Sala acuñó esa frase, aunque en las últimas horas se mostró arrepentido y pidió disculpas con lágrimas en los ojos.

La respuesta casi inmediata fue que 26 de los 27 gobernadores advirtieron que lo desobedecerían y que seguirían las recomendaciones de la OMS. En especial los del sudoeste más rico, donde, paradójicamente, hay más casos de coronavirus. “No es justo abandonar a los enfermos a su suerte, sean mayores o no”, dijo fuerte João Doria. El hombre, empresario de derecha, es el actual gobernador de San Pablo. Wilson Witzel es abogado y exjuez: conduce Río de Janeiro; Romeu Zema, del partido Novo, otro empresario y profesor gobierna Minas Gerais desde hace 15 meses; Renato Casagrande asumió en Espíritu Santo el 1 de enero pasado y sí milita en el partido Socialista. Hoy los cuatro son obstinados detractores del presidente, entre muchos otros, aun cuando Doria y Witzel lo hayan apoyado con fruición antes de que fuera electo. Si se indaga en sus afiliaciones políticas se concluirá que esta vez no pasa por la derecha o la izquierda. El mensaje respuesta de Bolsonaro a Doria se lee en esa línea: “Guárdese sus comentarios para (las presidenciales de) 2022, cuando usted podrá destilar todo su odio y demagogia”.

Pero en el Palácio do Planalto y su círculo de poder más inmediato hay un temor ancestral: el posible crecimiento de Lula, su eventual retorno. A muchos les puso los pelos de punta que tuviera una muy amable comunicación con el propio Fernando Henrique Cardoso. Tal vez también por esa creciente imagen de Lula, en los cuarteles el apoyo al presidente está en baja, al punto de que en algún circulo ya se habla de su reemplazo por su vice. El comandante del Ejército, el general Edson Leal Pujol, asumió la lucha contra la pandemia, como un desafío de la institución: “La misión más importante de nuestra generación”, exclamó al tiempo que en el Congreso aumenta la presión sobre los legisladores (sobre todo “oficialistas”) para implementar un rápido impeachment a Bolsonaro si esta situación se extiende.

Claro que camioneros y empresarios que sí apoyan a JB convocaron a una marcha el viernes con sus vehículos, pidiendo abrir comercios, por la costanera de Camboriú, en Santa Catarina, donde Bolsonaro ganó las presidenciales con el 65% en 2018. No fue masiva. Tal vez muchos ya descreen de quien calificó de “gripecita” al coronavirus, el que dijo: “El brasileño debe ser estudiado. No se contagia nada. Lo pueden ver saltar en la alcantarilla, bucear… Y nunca le pasa nada”.

El que duda públicamente de las cifras de muertos que dan los gobernadores y quien se negó a mostrar el resultado supuestamente “negativo” que dio su propia prueba de contagio, cuando son 23 los integrantes de su equipo de gobierno que están infectados.