En el Caballero de la Noche Asciende, Christopher Nolan narra con lucidez una postal de estos tiempos: mientras en Ciudad Gótica se vive, en apariencia, un tiempo de paz y prosperidad, en vías subterráneas miles se organizan para subvertir el orden e imponer una nueva era disruptiva de las instituciones y actores del modelo imperante.

Aunque las razones del triunfo de Jair Bolsonaro fueron largamente analizadas luego de la primera vuelta, hoy en Argentina vuelve a ser urgente preguntarnos: ¿Es posible que “pasen cosas” que no estamos viendo?

La llegada de un autoritarismo democrático en el país más grande de Sudamérica nos obliga en espejo a tomar en cuenta algunas cuestiones.

Primero, los electores están más abiertos a experiencias radicales en tanto estos actores emergentes sean capaces de ofrecer también transformaciones en igual sentido. Es la hegemonía del cambio sobre la continuidad.

Segundo, el ánimo de quienes votan se inclina por quienes representan sentimientos opuestos a la tristeza o a la nostalgia de un tiempo mejor. Los globos de Cambiemos, menospreciados y objetos de burla por parte de aquellos que se sienten portadores de una supuesta vanguardia intelectual, no terminaron de advertir el fondo de lo que se pone en juego.

Si todo está mal, ¿qué diferencia a un dirigente político de un taxista o un comerciante? El nivel del discurso político ha quedado lejos de las soluciones e íntimamente vinculado a una cotidianeidad sobrediagnosticada.

Tercero, es urgente para la dirigencia política ocuparse de enfrentar la corrupción partidaria y establecer mecanismos de prevención. No asumir la agenda de la transparencia no solo es torpe, sino que es suicida.

Cuarto, la gente vota a quienes son capaces de manifestar y ofrecer posibilidades de un país diferente. No vota por el pasado ni por la melancolía de un tiempo que supo ser mejor. En su mayoría, eligen a quien logra expresar y representar de manera más cabal el futuro que queremos.

Entonces, asistimos a clivajes simbólicos entre el cambio y la continuidad, la alegría y la tristeza, la transparencia y la corrupción, el futuro y el pasado. Estas cuestiones se asumen como ficciones que establecen campos divisores de aguas al encarar una campaña electoral. En sistemas políticos como los nuestros, donde prima la noción de “campaña permanente”, estas “grietas” se agudizan.

Por todo esto, la cuestión de si es posible la aparición de un “Bolsonaro” en Argentina no tiene la relevancia que puede ofrecer en espejo preguntarnos las causas que desembocaron en el surgimiento de una expresión electoral radical.

En nuestro país, la alianza Cambiemos funciona como dique contenedor de muchos de estos sectores de centro-derecha. Para la oposición disputar los campos que enunciamos se convierte en un imperativo para arribar al ballotage de la mejor manera.

Hoy el peronismo, como eje de una oposición, no necesita tanto de la competitividad como de la chance cierta de ganar en un escenario de segunda vuelta. Para esto, los ejes que pesaron en la elección brasileña sirven para nuestra realidad, siempre y cuando tomemos nota de un factor adicional clave: el tiempo.

Discutir si la estrategia del Partido de los Trabajadores (PT) fue acertada o no, también carece de relevancia porque el esfuerzo por disputar una legítima candidatura de Lula no puede omitirse de cualquier análisis político. Pero sí debemos comprender que, de cara a lo que viene, el tiempo es para la oposición un insumo tan vital como el dinero.

En suma, llorar sobre la leche derramada debería, aún con angustia o tristeza, llevar a reflexión a los proyectos democráticos y participativos sobre los peligros de hablarle a un espejo, o peor aún, a una pared.

Interpelar a la ciudadanía con preconceptos y prejuicios sin el debido contraste y apoyo de investigaciones y datos puede conducir al abismo de la derrota. Por eso es urgente preguntarnos qué no vemos y poner en tela de juicio nuestras ideas y nuestras rígidas apreciaciones sobre lo que piensa “la gente”.

Y sí, vale llorar sobre la leche derramada y hacer lo que tengamos que hacer para que no vuelva a suceder.