Era posible pero impensado. El escenario polarizado que vive Brasil en estas elecciones generales no podía anticiparse. Según todas las encuestas Luis Inácio «Lula» da Silva ya estaba listo para colocarse, por tercera vez, la banda presidencial. Pero el 31 de agosto pasaron cosas: el Tribunal Superior Electoral dictaminó que no podría postularse por estar condenado a 12 años de prisión en una causa de corrupción. Lula necesitaba transmutar en otro candidato, tenía que reencarnar en un sucesor, mientras que la oposición, diseminada en una decena de candidatos, precisaba construir un mesías. 

¿Para qué sectores Jair Bolsonaro es el enviado y cuáles son sus promesas de salvación? La respuesta rápida del líder del Partido Social Liberal (PSL) podría ser la promesa de liberar al pueblo brasileño de la corrupción. Se viste de paria con sus discursos de antipolítica. Se reivindica como un outsider pese a sus siete mandatos –en 27 años– como congresista y a haber integrado casi una decena de partidos. Dice no estar «contaminado» porque siempre fue «infiel» a ellos. Pero su plan de gobierno, en apariencia improvisado, antes que una cruzada contra la corrupción es un cuestionamiento al corazón de las políticas petistas y el rechazo al rol del estado como planificador de la economía.

En caso de llegar a comandar el Palacio del Planalto, será Paulo Guedes, un ultraliberal de la Escuela de Chicago, quien defina su política económica. Sin él, Bolsonaro dice «no tengo plan B». Pero con Guedes el recetario es conocido: achicamiento del Estado a través de recorte del gasto público y privatizaciones. El presidente Michel Temer logró la aprobación de un proyecto para congelar el gasto público por 20 años. Guedes lo definió como «óptimo». El camino de las privatizaciones también ya fue allanado por Temer, quien se desprendió de las distribuidoras de Electrobras, vendió Embraer a Boeing, hizo que Petrobras cediera parte de las concesiones de los campos del Presal (reservas petrolíferas en capas debajo del mar) a Shell, Exxon y BP.

¿Privatizar qué, entonces? «No hay límites», respondió Guedes. Un guiño al capital trasnacional y local para que se hagan de los activos del Estado. Las adhesiones que ya llegaron fueron las de los sectores que en el Parlamento se conocen como «las tres B»: Buey (sectores de los agronegocios), Biblia (evangelistas y católicos) y Bala (pro mano dura). Los ruralistas del Frente Parlamentario Agrícola le aportaron a Bolsonaro 261 de los 594 diputados y senadores federales. Si históricamente este bloque estuvo ligado al Partido de la Social Democracia Brasileña, ahora decidieron recalcular porque su candidato, Geraldo Alckmin, apenas ronda el 10% de intención de votos. La Biblia, agrupará en parte en el Frente Parlamentario Evangélico aportó la firma de sus 199 diputados y cuatro senadores. «Es una cuestión espiritual», reza la carta de apoyo, para «evitar a candidatos afiliados a la extrema izquierda».

Otra «luz» de adhesión vino del obispo Edir Macedo, líder de la Iglesia Universal, quien el jueves pasado bendijo a Bolsonaro, invitándolo a su canal TV Record mientras la TV Globo emitía el sexto y último debate con el resto de los candidatos. El episodio pareció no molestar a la Globo que nada dijo del faltazo. Si los fieles acompañan la peregrinación de sus representantes o estos responden a las plegarias de sus bases poco interesa. Según Datafolha, la colecta de votos de Bolsonaro entre los evangélicos es del 40%, mientras que la de Haddad es del 15 por ciento.

En la campaña presidencial de 2010 Lula pudo encarnar en Dilma Rousseff porque estuvo agarrado de su mano y levantándole el brazo en cada acto político, pero Fernando Haddad, su exministro de Educación, no contó la misma suerte. El enviado de Lula, tuvo menos de un mes para su campaña, y junto a su vice, Manuela D’Avila (PCdB), tuvieron que ser «lulizados» desde lejos: usaron máscaras de cartón y camisetas haciendo presente al líder petista, quien, mientras, desde la cárcel en Curitiba enviaba cartas públicas pidiendo que lleven el mensaje: «Lula ahora es Haddad presidente y Manuela vice».

La prédica de las medidas implementas por el gobierno de Lula se repetía como salmo: el incremento de la matrícula universitaria por programas como ProUni (becas en instituciones de educación superior), la creación de universidades, la construcción de más de 200 escuelas técnicas. Según Datafolha, los datos son contraintuitivos: quienes alcanzaron educación superior apoyan en un 43% a Bolsonaro y Haddad se ubica 30 puntos más abajo. Otros programas como el programa Bolsa Familia (una suerte de asignación para familias de bajos recursos para que los hijos asistan al colegio y estén vacunados); o Minha casa, minha vida (programa de viviendas populares) no estuvieron destinados a sectores acomodados como los representados por quienes ganan arriba de diez salarios mínimos, donde el PSL se posiciona con un 44% y Haddad apenas llega al 15%, en cambio entre quienes ganan dos salarios mínimos, el PT toma la delantera pero con apenas el 28%, y Bolsonaro atrás con 21 por ciento.

Además de continuidad, la formula PT- PCdB es también un intento de desmarcarse de Michel Temer, quien fuera vice de Dilma. «Esa sería la primera vez que hay una fórmula presidencial completamente de izquierda», dice Karim de 39 años, mientras compra 200 gramos de pan de queso en el acomodado barrio de Perdices en San Pablo. Militantes del PT despliegan una bandera en la avenida Paulista que interpela a los caminantes: «Yo voto por Lula, Haddad y Manu. Pregúntame por qué». «El número de votos blancos, nulos y abstenciones fue muy alto y eso termina ayudando a la candidatura de Bolsonaro», dice Fabio, mientras un señor canoso que camina a paso lento le grita acabou, eles não voltan mais (se terminó, no vuelven más). El resto de los caminantes se ven más ocupados en su salida de fin de semana que en las elecciones.

Candidatos con programas diferentes no explican la tensión de estas elecciones. El domingo la democracia parece estar plebiscitada. En las últimas horas, TV Globo difundió una encuesta sobre lo que los brasileños piensan de esa forma de gobierno, Fernando Haddad llamó a defender la democracia y en el centro de San Pablo militantes del PSOL dicen que en primera vuelta votarán con el corazón, pero en la segunda, la consigna es «a favor de la democracia y todo contra Bolsonaro».

Y ¿por qué cabe la pregunta por la democracia? Quizás porque Bolsonaro es un político y militar que en los ’90 pidió que cierren el Congreso y la vuelta de los militares, y hoy lleva como compañero de fórmula a Antônio Martins Mourão, general retirado del Ejército y defensor de torturadores. Quizás porque declaró que el error de la dictadura fue el no haber matado tantas personas como lo hizo Augusto Pinochet, porque reivindica la pena de muerte y la venta de armas, porque no creen en las políticas de Memoria, porque declara contra derechos civiles básicos cuando amenaza mujeres, dice que «los negros no sirven ni para procrear», o que prefiere tener hijo muerto antes que homosexual. Y para sintetizar su descreimiento del sistema –del que igualmente participa– dijo que no iba a aceptar otro resultado que no sea su victoria. Desconocer hasta la expresión mínima de la democracia, las elecciones. En la recta final un enviado y un mesías parece iniciar una cruzada santa, habrá que predicar para que sea pacífica.