Con la muerte confirmada de más de 25 mil personas y alrededor de 400 mil infectados (hasta este miércoles 27) diagnosticados con COVID-19, Brasil es el segundo país del mundo en número de infectados atrás de Estados Unidos. Las medidas tomadas por el gobierno prometen seguir ampliando esos números de forma sostenida. Después de la renuncia de dos ministros de salud en poco más de un mes, el gobierno decidió enfrentar el recrudecimiento de la epidemia con la permanencia del ministro interino, General de División Eduardo Pazuello.

Indicado por Bolsonaro para cuidar de la parte logística junto al anterior ministro, el general ya nombró 17 militares en la dirección del ministerio. Como él, ninguno con formación en medicina o en salud pública, excepto una teniente-primero que sí es médica y que pasó a coordinar el programa de la secretaria de atención primaria. El único con experiencia en salud es el actual secretario ejecutivo, Coronel Antônio Élcio Franco Filho, que actuó como secretario de salud en Roraima un poco más de dos meses luego de la intervención federal en ese estado, en diciembre de 2018. El resto de los militares tiene experiencia en logística y finanzas.

Presionado por el presidente, el exministro Nelson Teich no aceptó establecer un protocolo de uso de cloroquina e hidroxicloroquina para el tratamiento del COVID-19 que permitiese prescribir esos medicamentos en todas las fases de la enfermedad. Cinco días después de su renuncia, el ministerio aprobó dicho protocolo. Vale aclarar que los medicamentos que ahora pueden ser recetados y consumidos para tratar el COVID-19 en Brasil – con el consentimiento escrito de los pacientes –, tuvieron sus ensayos suspendidos por la OMS después de la publicación de un estudio de revisión de todos los estudios realizados hasta ahora, que señalaba la ineficacia y contraindicación para los pacientes con coronavirus.

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Bolsonaro asumió desde el 23 de marzo que la cloroquina era el camino para la cura del virus, ampliando desde entonces la producción en escala del medicamento en los laboratorios militares.  La historia del uso de la cloroquina y de la hidroxicloroquina para combatir el COVID-19 trasciende Brasil y articula buenos resultados iniciales de experimentación y una trama de  incentivos de empresarios, científicos y políticos que, después de una intensa campaña del canal de noticias FOX News, llevaron a Trump a embarcarse en la defensa y recomendación de su uso. El anuncio realizado por Trump el 19 de marzo es el guión que Bolsonaro va a reproducir cuatro días más tarde.

En Brasil, la lucha por la autorización generalizada de la cloroquina se ha transformado en una de las banderas del bolsonarismo. Su uso no estaba prohibido. De hecho, muchos pacientes ya estaban siendo tratados con ella. La disputa era por ampliar su uso en las fases leves e inclusive sin diagnóstico, independientemente de la comprobación de su eficacia definida científicamente, esto es, siguiendo los protocolos establecidos. La promesa de salvación y la distribución en escala a través del Sistema Único de Salud permitió transformar la disputa por la cloroquina en una bandera contra “los intereses que luchan por mantener el coronavirus oprimiéndonos”. Aquellos que subrayan los efectos colaterales de esa droga – originalmente antimalárica – se han transformado en el blanco de las redes bolsonarista. Los investigadores de un estudio que cuestionaba la eficacia del uso de esa droga se enfrentan a una investigación civil instaurada por tres fiscales federales – dos de ellos declaradamente bolsonaristas, además de amenazas contra sus vidas y las de sus familias.

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(Foto: AFP)

Otra gran modificación de la nueva gestión fue alterar el énfasis dado a las noticias. En el panel de monitoreo de la epidemia del ministerio de salud, anteriormente aparecían en primer plano los números de los casos confirmados, los muertos y el porcentaje de letalidad. Ahora, el cuadro en destaque es el de “Casos recuperados”, apareciendo en tamaños menores los números de infectados y de muertos. En Rio de Janeiro, por ejemplo, la intendencia dejó de publicar el número de muertos en su página de acompañamiento de la epidemia. En las redes sociales, el número de recuperados pasó a ser destacado positivamente. Marcelo Carvalho, uno de los dueños del canal RedTV, anunció por ejemplo en su twiter un “sábado com boas notícias: cresce a cada dia o número de curados”.

A pesar de la cloroquina, la hidroxicloroquina y los casos recuperados, la epidemia avanza y mata cada vez más personas. INUMERÁVEIS, un memorial dedicado a la historia de cada una de las víctimas del coronavirus en Brasil, está cada vez más lejos de poder seguir los números que se multiplican. La crisis institucional abierta por la salida de Sergio Moro y la divulgación de una reunión ministerial del día 22 de abril ha sido la gran novedad de la semana pasada. Son tantas las barbaridades, las amenazas, el incentivo a desregular y vender todo lo que se pueda mientras el mundo mira la epidemia, que expresan de una forma muy acabada el proyecto del gobierno, sin mencionar el alineamiento intelectual a las tesis más delirantes de la ultraderecha internacional. El destaque, sin embargo, es la enunciación de la amenaza como política explicitada por el presidente y algunos de sus ministros: permitir que la población se arme para limitar la oposición a los deseos del gobierno. Que representantes de las fuerzas armadas en el gobierno -activos e inactivos- acepten este tipo de estrategia no solo los transforma en cómplices del caos social que se avecina, sino que revela el lugar que tienen en su diseño. Como en el Ministerio de Salud, son la garantía y el respaldo de la “buenas noticias” que continuaran llegando.

Fernando Rabossi

Universidad Federal de Rio de Janeiro