Tras su paso por algunas redacciones como periodista, Brenda Focás se dedica desde hace años a la investigación académica. Doctora en Ciencias Sociales, su principal interés se ha centrado en cómo los cronistas tratan los casos policiales y cuál es su impacto en las audiencias. En 2016 coeditó junto a Omar Rincón el libro (In)seguridad, medios y miedos: una mirada desde las experiencias y las prácticas cotidianas en América Latina; y ahora acaba de publicar “El delito y sus públicos. Inseguridad, medios y polarización, bajo el sello de UNSAM Edita. Focás, además investigadora del Conicet, dialogó con Tiempo sobre su último trabajo, para el cual entrevistó entre 2011 y 2015 a varias decenas de televidentes y consumidores de noticias sobre la «inseguridad», a ocho periodistas de policiales, vinculados sobre todo a la televisión, y a diez personas con experiencia en el trato con víctimas de delitos.

“No había mucha literatura académica sobre la construcción de las noticias policiales y sus características recurrentes. Había ciertas inferencias sobre los efectos en las audiencias, pero no hay trabajos que indaguen concretamente en su incidencia.  ¿Qué pasa con todas esas noticias policiales que efectivamente crecieron en tiempo de exposición en la televisión y en cantidad de extensión en los medios gráficos, acompañando el apogeo de la inseguridad como problema público en la Argentina?”, resume Focás, quien también coordina el Núcleo de Estudios en Comunicación y Cultura del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), donde es profesora.

–¿Cuándo se convirtió la inseguridad en un problema público?

–Desde una mirada sociológica e histórica, a fines de los ’80 empieza a aparecer de la mano de la hiperinflación, de la gran crisis económica y luego sí, en los ’90, se fue ubicando como un tema de campañas presidenciales. Allí comienza a figurar en los medios como categoría propia, separada de otras cuestiones vinculadas con el delito; por eso decimos que es un concepto polisémico porque va a la par de lo que fue el neoliberalismo en la Argentina, ese corrimiento del Estado protector hacia un estado de indefensión generalizada. Ahí la inseguridad se consolida en distintos sentidos.

–¿La evolución del delito fue consecuente con ese corrimiento?

–Esto fue en sintonía con el alza de los delitos, que se duplicaron entre fines de los ’90 y el 2003. De acuerdo a algunos estudios, en 2004 se estabiliza esa curva y nunca más vuelve a los niveles anteriores. Sin embargo, el sentimiento o las percepciones de inseguridad siguieron subiendo y se mantienen entre un 80 y 90%, estable durante los últimos 20 años. De ahí surgió la idea de indagar sobre las construcciones subjetivas.

–Todo el libro está atravesado por las emociones y las percepciones…

–Es que esas percepciones van horadando creencias que se consolidan y terminan transformándose en comportamientos preventivos frente al delito. Me centré en cómo cambiaron las prácticas ciudadanas en relación a la inseguridad y en  qué lugar tienen los medios en esas modificaciones, un poco discutiendo también la idea de que los medios son responsables de la inseguridad o de que la gente tenga miedo. Si los medios sólo causaran temor, todos estaríamos encerrados. Son los medios, pero hay otras dimensiones de la vida social: la consonancia intersubjetiva. Lo que los medios dicen puede tener algún tipo de efecto, pero siempre que haya algún modo de confirmación con la vida cotidiana de las personas.

–¿Este tipo de noticias condiciona a las personas?

–Claro que inciden. Por ejemplo, a partir de distintos casos las personas van incorporando prácticas preventivas en relación con su propia gestión de la seguridad. A veces no se trata de casos conmocionantes, de primera plana, sino que están por fuera de la agenda pero que por alguna razón los interpeló y generaron empatía, poniéndose en el lugar de la víctima, y eso hace que cambien o modifiquen ciertos hábitos. También me encontré con que los medios suman riesgos insospechados que las personas no preveían o que no estaban en su horizonte hasta que no los vieron o escucharon en una noticia. Recuerdo el caso de un nene de Miramar al que mataron cuando entraron a la casa a robar mientras la madre se había ido a hacer las compras. Muchas mamás mencionaban ese ejemplo y explicaban que por esa razón no dejaban solos a sus hijos ni 15 minutos.

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(Foto: Captura de video)

–¿La audiencia busca estos temas o son impuestos por los medios?

–No era mi intención analizarlo, pero agregué una serie de entrevistas a periodistas de policiales para indagar en ese sentido. Resultó interesante porque hubo un cambio en el tratamiento de la inseguridad, en donde se pasó a dar consejos, sobre todo en televisión. El periodista se ubica en ese vínculo pedagógico de explicarle a las audiencias cómo estar prevenidas frente al avance del delito.

–¿Los medios profundizan la estigmatización y los prejuicios?

–Los estereotipos están bien marcados. Siempre hay un victimario que se emparenta con el joven, varón y pobre del Conurbano, y una víctima asimilable a la clase media. Pero estas figuras se extendieron al temor al que toca el timbre y dice que viene a mirar el medidor de gas. Todo esto genera nuevos comportamientos.

–¿Qué rol juega la polarización en las noticias de inseguridad?

–Si bien no era la pregunta central de mi trabajo, me parecía interesante ver el posicionamiento de estos periodistas frente a la inseguridad como problema público, y paralelamente empecé a rastrear las ideologías políticas de mis entrevistados. El tema «inseguridad» resultó muy polarizante. Cuando gobernaba Cristina Fernández y el entrevistado era opositor, acusaban al gobierno de ocultar la inseguridad, mientras que aquellos que se reconocían oficialistas decían que el tema estaba exagerado en los medios. Lo que en la literatura se llama más un miedo expresivo que un miedo experiencial.