Comprender la dinámica del Brexit no es tarea sencilla. Si bien se reconoce su trascendencia global, resulta difícil penetrar en la profundidad de sus motivaciones y conflictos. Un punto de partida es observar que significa el continente europeo para el sentido común del Reino Unido. Hace algunos años, ante un tornado que desvastó la ciudad de Londres y alrededores, un periódico tituló: «El continente quedó aislado». Sin proponérselo, la publicación, en cinco palabras definió con elocuencia qué lugar ocupa el continente para el Reino Unido: la periferia. Revisando la historia encontramos palabras más autorizadas como las del exprimer ministro Winston Churchill: «Europa es ese lugar desde donde viene el buen o mal tiempo». O las declaraciones, más explicitas aun, del británico Hasting Ismay, primer secretario general de la OTAN en plena Guerra Fría, cuando señaló  que el objetivo era «mantener a los americanos adentro (alianza estrecha), a los soviéticos fuera y a los alemanes abajo». El general Charles de Gaulle, astuto político con «luz larga» advertía: «El Reino Unido será un caballo de Troya dentro de la comunidad europea».

Es decir, Gran Bretaña, desde el siglo XVII cuando con sus leyes navales bloqueó y sancionó a la República Holandesa, privándola de continuar con la expansión del gran comercio y su creciente desarrollo industrial hasta declararle la guerra, siempre vio a Europa continental como un chivo expiatorio para justificar sus errores, horrores y dificultades, o como una oportunidad para superar obstáculos y decadencia. Consideró al continente mucho más un medio que un fin a alcanzar. Y una unidad para beneficio mutuo surgida de una convicción.

Historia y presente

En 1956 se producía el certificado de defunción del imperio británico y del francés: ambas fuerzas armadas con la colaboración del Estado de Israel habían tomado el canal de Suez. Se reunieron representantes de EE UU y la URSS y les ordenaron desalojar el espacio. Ante la nueva correlación de fuerzas y atraído por el creciente mercado europeo, el RU se lanzó a incorporarse a la Comunidad Económica Europea. En 1973 admitieron su ingreso.

Ese mismo año ganó las elecciones el laborismo con  Harold Wilson como primer ministro. Un año después convocó a un referéndum: por estrecho margen, triunfa el «Sí» al ingreso a la organización europea. La opinión pública quedó dividida. Pero en 1979 asumió Margaret Thatcher e hizo un giro de 180°: de ferviente defensora del ingreso al MCE a alejarse por el vertiginoso crecimiento alemán. John Mayor la sucedió en 1990: adhirió al tratado de Maastricht pero no se sumó a la zona euro, ni firmó el tratado de Schengen. Durante el decenio 1997-2007 Tony Blair abrazó a la constituida Unión Europea, pero como plataforma de lanzamiento del poder británico.

La caja de Pandora.

Un grupo de congresistas y parlamentarios conservadores, ante la crisis instalada que amenazaba con profundizarse producto de políticas neoliberales puestas en práctica a partir de los ’80, impusieron al primer ministro David Cameron la convocatoria  a un referéndum para determinar la salida. Sin campaña esclarecedora sobre las consecuencias, apelando a un nacionalismo emocional, con enorme manipulación mediática y, claro, apoyo de la Corona Británica, el 29 de marzo de 2016, se impuso el «Sí» al Brexit, por escaso margen. Un año después, oficialmente el RU pide la salida de la UE a las autoridades de Bruselas. Según lo establece el art.50 del acuerdo de Maastricht, se haría efectivo dos años mas tarde, tras cumplimentar una serie de requisitos, como el pago de 39 mil millones de libras esterlinas, unos 47 mil millones de euros.

Pero los cruces de intereses internos del poder real británico son demasiado fuertes y no logran acordar un vía. A fines de 2016, había asumido Theresa May: presentó varios proyectos de desvinculación, pero todos fueron rechazados, al tiempo que la ultraderecha de Nigel Farage ganó posiciones junto a los euroescépticos, y regresaba al escenario político el Partido Laborista de la mano de Jeremy Corbin.

La propuesta de May que estuvo más cerca de aprobarse fue la que proponía una unión aduanera, garantizaba la relación comercial y solucionaba el problema central del Brexit: el del llamado Blackstop o salvaguarda irlandesa. Pero tenía el obstáculo, según mirada de los conservadores, que no le permitía al RU concertar TLC (tratados de libre comercio) por fuera de la UE, es decir coartaba la principal jugada de los sectores que impulsan el Bx, un TLC con EE UU. La votación «no fue positiva», 264 votos a favor, 272 en contra.Ya son dos las prórrogas que debió pedir el RU: una venció el 12 de abril pasado y una segunda que vence el próximo 31 de octubre

El problema del intercambio comercial es central. El 50% de las transacciones de la Gran Bretaña es con la UE. Un Bx duro, sin acuerdo, sería una catástrofe económica.

Además, en los últimos tiempos se produjo un pronunciado descenso del apoyo al Partido Conservador, que, encima, en los últimos días perdió una nueva banca  en la cámara de los comunes en Gales (la de Chris Davies) a manos de Jane Dodds del Partido Liberal Demócrata. Así se reduce a sólo un voto la diferencia del PC sobre el PL en Westminster, muy poco después de haber asumido Boris Johnson como primer ministro.


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(Foto: AFP)


El Blackstop

El principal obstáculo del Brexit es el Blackstop. El conflicto entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte no está solucionado y permanece en el freezer desde 1998, cuando se alcanzó una frágil paz. El estado sureño se comprometió a no reclamar más el territorio de su vecino y los norteños moderaron su agresividad. Nadie sabe qué puede pasar si se instaura una frontera convencional con trámites migratorios y aranceles comerciales. Porque la República de Irlanda es un país independiente integrado a la UE, pero Irlanda del Norte es parte del Reino Unido.

Por otro lado, los sectores conservadores se oponen a un Bx blando o salida  a la Noruega porque presupone la libre circulación de personas y seguir bajo el Tribunal de Justicia de la Unión Europea. El problema núcleo es cómo asegurar el libre comercio entre las dos Irlandas sin compromiso de unión aduanera, es decir evitando un acuerdo donde ambos tengan una sola política comercial.

Se da una muy clara paradoja: Inglaterra es la principal responsable del conflicto irlandés, que arranca en el siglo XVII, cuando las fuerzas militares británicas invaden y desalojan la población irlandesa en el Ulster (Irlanda del Norte), y ahora es ese conflicto el principal obstáculo para resolver una iniciativa de la propia Corona. A su vez, los sectores que impulsan el Bx necesitan los votos de los 12 diputados unionistas de Irlanda del Norte para sancionar cualquier acuerdo en la Cámara de los Comunes.

Los unos y los otros

A favor del Bx están la mayoría de miembros y parlamentarios conservadores, la propia Corona, los Gentry, la nobleza con ingresos medios, un sector importante de los mayores de 60 años y la mayoría de pobres, desocupados, marginados, asalariados con bajos ingresos. En contra: jóvenes menores de 35 años, capas medias y medias altas, profesionales.

Dos millones de jóvenes se incorporaron al padrón electoral en los últimos dos años lo que significa que un referéndum hoy cambiaría el resultado de 2016. Por ello hay multitudinarias marchas pidiendo una nueva consulta. Pero la mayoría de las fuerzas políticas se oponen.

Por caso el laborismo. Un problema que afronta Corbin es que la base del partido se opone al Bx y él no es claro en su posición. Esta incongruencia le costo al PL quedar relegado al cuarto puesto en la última elección, hace menos de una semana, en Gales.

Por su lado, los sindicatos están divididos: entre los 23 de los mas fuertes, 13 están por «No», 3 por el «Sí» y 7 son neutrales. Pero alcanzaron un rol relevante dentro del partido: cuentan con un tercio de los congresistas y financian el 50% del presupuesto partidario. De la mano de las luchas obreras los sindicatos se recuperan de las derrotas sufridas durante el thatcherismo. Y Corbin, a pesar de sus contradicciones, reconvirtió al PL en un partido de masas con gran apoyo juvenil.

Ante la decadencia

El Brexit es una iniciativa tomada en el marco de una crisis terminal del sistema capitalista en su etapa de globalización financiera. Es la búsqueda desesperada de una salida a la decadencia prolongada, consecuencia de haber abandonado hace cuatro décadas el desarrollo en base a la producción industrial y priorizar la acumulación de riqueza sustentada en la libre circulación de capitales. Esa forma de acumulación hoy alcanzó un techo imposible de superar, generando un fuerte retroceso en la calidad de vida y crecientes tensiones sociales.

Ante esa necesidad, Londres intenta reciclarse, atándose a la estrategia del gobierno norteamericano y con un TLC con ese país. No descarta tampoco convertir a la city londinense en la primer base offshore del yuan. Como a través de toda su historia, la diplomacia británica juega a varias puntas simultáneamente, basta recordar el año y medio que demoró, junto a otras potencias occidentales, la apertura del segundo frente en la II Guerra ante el reiterado pedido de la URSS. Sólo tomo la iniciativa cuando la batalla de Stalingrado estaba definida y la suerte del Tercer Reich echada.

Para los trabajadores y humildes la concreción del Bx profundizará las penurias, aunque se especule que en un principio las políticas proteccionistas generen más empleo, que serán mucho más precarios. De todas maneras, con o sin Bx, si no hay un cambio de política que tenga en cuenta a los sectores sociales más postergados, el costo de la crisis la seguirán pagando los más vulnerables de la escala social.