La inauguración de la primera planta elaboradora de Coca Cola en la Franja de Gaza reaviva las tensiones entre Israel, el dueño de la franquicia de la popular bebida gaseosa –un palestino cristiano que tuvo que emigrar hace medio siglo y ahora es un millonario inversor con ciudadanía estadounidense- y la multinacional con base en Atlanta, en el estado norteamericano de Georgia.

El empresario Zahi Khouri ya había instalado varias plantas en territorio palestino desde hace 25 años. Al recibir un premio en Oslo el año pasado, Khouri destacó que “cuando volví a Palestina en 1991 para sentar las bases de la nueva economía palestina, uno de los logros que más me enorgullece fue convencer a The Coca-Cola Company para que abriera una empresa embotelladora en Palestina.

Hasta la fecha, la Compañía Nacional de Bebidas de Palestina sigue siendo la mayor inversión de capital no árabe en Palestina. Pensé que si The Coca-Cola Company reconocía Palestina, el mundo pronto seguiría”.

El reconocimiento al estado de Palestina fue creciendo en el mundo pero no por el papel que desempeñó Coca Cola, uno de los emblemas de Estados Unidos.

Cierto es que el apoyo en la Organización de Naciones Unidas aumentó y actualmente son más de 130 países, incluida la Argentina y el resto de los países latinoamericanos.

Pero si Palestina no es reconocida como estado miembro de la ONU -es apenas un estado observador- es por la negativa de Israel pero fundamentalmente de Estados Unidos. Esa situación representa una anomalía para las reglas que los países ganadores de la Segunda Guerra Mundial se fijaron a formar la ONU, en 1945.

Es que si algo había quedado establecido entonces es que no se permitiría que ningún país ocupara territorialmente a otro por fuera de las fronteras reconocidas hasta entonces. La división de Palestina, que había sido protectorado británico desde la desaparición de imperio otomano en la Primera Guerra, quedó específicamente determinada en 1948 entre un estado judío en Israel y otro árabe palestino.

En 1967, tras la Guerra de los Seis Días, Israel ocupó militarmente Cisjordania y la Franja de Gaza, y desde entonces fue extendiendo colonias de ciudadanos israelíes en territorios a todas luces ocupados ilegalmente.

Es así que en noviembre de 2015 los países de la Unión Europea acordaron que todo producto que ingrese en el continente desde esas colonias debe tener una identificación que indique que proviene de asentamientos ocupados desde 1967 y no reconocidos como parte del territorio israelí. Lo que generó las consabidas protestas del gobierno de Tel Aviv. La ocupación Coca Cola se comenzó a fabricar en Israel en 1966.

No hubo demasiados problemas religiosos ya que desde 1935 el rabino Tuvia Geffen, vecino de la central de la firma en Atlanta, había determinado que era aceptada como bebida kosher. Fue una decisión complicada, cuenta la historia, porque tenía que encontrar la forma de aceptarla sí o sí en vista de que había sido adoptada como bebida de consumo masivo por la comunidad judía estadounidense.

La forma fue muy sencilla: Coca-Cola le aseguró al rabino Geffen que utilizarían exclusivamente el azúcar de caña durante la Pascua y se comprometió a no usar otro ingrediente que el sacerdote no consideraba kosher. Y asunto arreglado.

Para los árabes la cosa fue más complicada, ya que el apoyo estadounidense a las reclamaciones y a las posiciones más extrema de los sucesivos gobiernos de Israel llevó a que por grandes períodos hubiese un boicot contra la popular gaseosa.

Bloqueo en Gaza

Desde enero de 2008, y tras una serie de enfrentamientos que terminaron con una desigual cantidad de víctimas de uno y otro lado (el conflicto de 2014, sin ir más lejos, dejó un saldo de 35 veces más víctimas palestinas que israelíes, 2310 contra 66) Israel decretó un bloqueo total a la Franja de Gaza.

Cuando en 2010 una nave turca con activistas sociales quiso romper el bloqueo fue bombardeado desde una nave israelí y fueron muertos 9 militantes, generando un incidente de proporciones con el gobierno de Tayyip Recep Erdogan.

Gaza, para intelectuales y dirigentes incluso israelíes, es una cárcel de 365 kilómetros cuadrados, apenas más grande de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Los palestinos no disponen siquiera de agua potable propia, la que es abastecida por una empresa privada israelí, ni de los servicios más esenciales, como la electricidad.

No pueden ingresar por las fronteras material de construcción con el argumento de que algunos de ellos pueden tener aplicación bélica. Y es muy restringido el ingreso de alimentos y venidas en general.

El millonario Khouri fue acusado en los últimos tiempos, sobre todo desde el anuncio de la planta de Coca Cola en Gaza, de compartir valores antisemitas con algunas organizaciones que plantean un boicot contra productos israelíes.

La explicación de esas instituciones es que promueven medidas económicas para forzar a que Israel reconozca y facilite la formación del estado palestino, lo que implica que abandone la ocupación de esos territorios.

Khouri fundó en 1998 la National Beverage Company (NBC), y para el 2006, tenía tres plantas de embotellado y siete centros de distribución en Cisjordania que empleaban a 400 trabajadores en forma directa y a otros 4,000 de manera indirecta. La sede central está en Ramallah.

El desafío más grande fue convencer a Coca Cola de hacer una fábrica en Gaza, donde emplearía a 120 personas con una inversión de 20 millones de dólares.

Boicot y algo más

Para cuando se anunció la instalación de la fábrica, la francesa Orange, de telecomunicaciones, también había anunciado una fuerte inversión en ese territorio.

El CEO de la empresa, Stephane Richard, primero se sumó a esos grupos de presión pero pudo más el lobby del gobierno de Benjamin Netanyahu y finalmente tuvo que recular. Khouri, en cambio, se llamó a silencio sin por ello haberse bajado de la inversión que, asegura, es con sus propios fondos ya que Coca Cola trabaja mediante franquicia.

«La instalación de nuestra nueva fábrica en Gaza muestra nuestro continuo compromiso para invertir y apoyar el progreso de las sociedades de todo el mundo», dijo arte el presidente de Coca-Cola, Muhtar Kent, al inaugurar la embotelladora gazebí.

Al otro día en su despacho recibió una carta del centro jurídico The Shurat Hadin de Israel. “Esa carta es una advertencia a la empresa Coca-Cola para que rescinda el contrato de franquicia que mantiene con la Compañía Nacional de Bebidas de Palestina, encabezada por Zahi Khouri, quien defiende abiertamente sanciones contra Israel,” amenaza el titular de la organización, Nitsana Darshan-Leitner.

El magnate está acusado de haber dado su apoyo al Movimiento de Boicot, Desinversión y Sanciones contra Israel (BDS por sus siglas en inglés), una de aquellas instituciones que reclaman el reconocimiento de Palestina y la devolución de territorios y que para los sectores más radicales de Israel son antisemitas..

BDS también pide indemnizaciones por los daños generados. En la Franja de Gaza, gobernada desde 2007 por Hamas, la organización política a la que Israel considera terrorista, viven casi 1,9 millones de habitantes.

El PBI fue en el 2008 de unos 6.641 millones de dólares, lo que dejaría un PBI de poco más de 6000 dólares anuales. Puede ser un potencial mercado para muchos productos y la apuesta de Coca Cola va en ese sentido.

La bebida de la “alegría” se fabrica en todo el mundo, y bien mirado no hay razones para que no tenga una embotelladora en ese castigado territorio. Habrá que ver cuáles serían las consecuencias para una marca que gasta el 25% de su presupuesto en políticas de marketing para que nada salpique su sacrosanta imagen.