Una semana antes de que anunciara su retiro, Nicolás Burdisso se paró frente a la vidriera de una librería de Milán. Esperaba la salida del tren para volver a Turín, donde vive después de jugar la temporada pasada en el Torino. Entró y compró La matemática del gol, del profesor sueco David Sumpter. “Evalúa el fútbol en base a números -cuenta-. Y dice, por decir una estupidez, que el Real Madrid ganó estas tres Champions porque no sé cuántos minutos pasaron Marcelo y Carvajal a 15 metros del área, y que eso hace que reciban la pelota ahí, tengan superioridad numérica y posesión. Me copé”. Hijo de maestra de escuela y profesor de Educación Física, lector de Jorge Luis Borges y amante de los vinos, a los 37 años Burdisso le puso punto final a su vida como futbolista.

-¿Cómo viviste los cinco meses sin competir?

-Es lo que hace la diferencia. Mi hijo tiene 13 años, juega en el Torino, y está alimentando esa necesidad de competir. Me falta muchísimo la competencia, pero trato de suplirla con la preparación para ser entrenador. Quiero volver a ser competitivo de esa manera. Disfruté muchísimo jugar. Me sentía muy bien, pero es verdad que jugué mucho, casi 20 años de profesional. Tenía ganas de competir, no de jugar por jugar. Puse la vara muy alta. No salió nada, y la decisión la tomé por ese lado. Tampoco quería seguir esperando. No hay peor cosa que esperar. Y ya no espero.

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(Foto: Prensa Boca)

-¿Qué pasa después del retiro?

-El salto más grande en mi carrera fue cuando me fui de la Roma en 2013. Un año antes dejé de ir a la Selección y eso me dio mucho más tiempo. Nadie quiere irse de un club grande ni de la Selección, pero cuando pasa, tenés que ver la parte positiva y diferente, y una fue que empecé a tener más tiempo, porque dejé de jugar las copas y viajar tanto. Ahora empiezo a contar con algo que no contaba: tiempo. Antes lo usaba para descansar. Ahora dormir es perder tiempo. Quiero prepararme, estudiar, no sólo en el fútbol. Todo es muy vertiginoso: tengo 37 años, me siento bien, pero soy un jubilado. Es difícil de entender. Cada uno vive cosas diferentes pero el luto lo tenemos que hacer todos.

-¿Cómo lo vas a hacer?

-El vacío que deja el fútbol va a ser difícil colmarlo. Lo que me deja tranquilo es que fue una decisión mía, nadie me fue llevando, no fue en decadencia: no renové con el Torino porque tenía una idea de darle más espacio a los jóvenes. Fuera del fútbol, ya lo empecé: con mi mujer compramos una finca en Mendoza, somos apasionados por los vinos. Pero no quiero ser bodeguero… Al fútbol lo necesito para pensar. Pienso, vivo a través del fútbol. Entrenar no es una elección: es una necesidad, una vocación. Muchas veces, para explicar algo, hablo de ciertos valores que aprendí en el fútbol. Lamentablemente queda lo más llamativo, el dinero, los traspasos, los títulos.

-¿Cuál es el valor del resultado en el fútbol?

-Es nuestro objetivo, vivimos por esa competitividad que alimentamos día a día y tenemos credibilidad en base a ese resultado. Lamentablemente, y afortunadamente, es así, porque no hay nada más lindo que ganar un partido, esa sensación. Obvio que después podemos hablar de cómo se ganó y eso. El resultado tiene que ser un objetivo real: si estás jugando en Boca, y vas a jugar por Copa Argentina con un equipo de otra categoría, el resultado tiene que ser a tu favor. Cuando vas a jugar contra Real Madrid por la final del mundo, sabés que la balanza está más para el otro lado que para el tuyo. Entonces, claro que el objetivo es ganar, pero es real que puedan ganarte. Muchas veces nos ponemos objetivos que no son reales, como el último Mundial de Argentina. Eso es lindo explicarle a los futbolistas cuando son chicos: explicar el valor del resultado, y cómo llegar al resultado con valores.

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(Foto: Prensa Boca)


-“Los jugadores son esclavos del resultado”, dijiste. ¿De qué más?

-De nuestras actuaciones, y para el después, de la imagen. Es lo único que el jugador se lleva, más allá de haber ganado o perdido. La imagen se construye durante años. La gente se puede acordar de un gol, un campeonato, pero junto a una imagen. Durante 20 años te vas construyendo una manera de actuar, afuera y adentro de la cancha, sobre todo con la actual visibilidad. Al momento que dejás de jugar, te queda eso. En este mundo de exposiciones, cuidarla y reforzarla, es casi un patrimonio.

-¿Te quedó la espina de no haber vuelto a Boca?

-No. Si no volví a Boca fue por cuestiones futbolísticas. No tengo problemas con nadie. Ni con Guille (Barros Schelotto) ni con la dirigencia, que la conozco. No se dio porque no se dio. Claro que me hubiese gustado, pero la realidad es que lo que tuve que jugar y disfrutar, lo hice por cinco años, y con jugadores muy grandes. Son recuerdos fuertes. Hoy veo el torneo argentino y veo muchos jugadores interesantes, y sería lindo tenerlos un par de años más, como Palacios, Meza, Bustos, Vargas, Pavón. Elevaría mucho el campeonato.

-Con Boca le ganaron a Real Madrid la Copa Intercontinental en 2000 y a Milan en 2003. Pero en los últimos 12 años, sólo dos veces ganaron los sudamericanos el Mundial de Clubes. ¿Por qué cada vez es más grande la diferencia entre Sudamérica y Europa?

-Y en 2001 jugamos con el Bayern Múnich, que fue el equipo que más miedo nos dio, que era una máquina. La brecha se estiró más en Sudamérica que en Europa. Acá los equipos siguen siendo potencias. Basta ver a algunos jugadores. Nosotros teníamos equipos de “hombres”. Eso te ayuda mucho a jugar ese tipo de partidos. Cuando Estudiantes tuvo que ir a jugar con Barcelona, tenía un equipo parecido a los nuestros. Perdió el partido en una jugada de Messi, que se iluminó y lo ganó. Pero estuvo a la altura. Eso de tener referentes en los equipos se perdió, y bajó el nivel en Sudamérica.

-¿Por qué no volviste a la Selección?

-Decir que fue porque me peleé con Messi fue un chiste en el contexto que se dio, en un programa de televisión. No fue así. Me rompí la rodilla en veinte pedazos y cuando volví a jugar en la Roma al mismo nivel, el entrenador ya había encontrado otro. El fútbol es así: funciona con meritocracia, y está bien. Por eso nunca dije nada. Tenía diez años de Selección, había jugado dos Mundiales, y me sentía un referente de Sabella, pero me dejó de llamar y ya está. Me pasé de rosca porque cuando volví a jugar con la Roma tenía entre ceja y ceja volver a la Selección y no supe ser equilibrado, apreté el acelerador a nivel físico, cuando el problema estaba en la cabeza. Son momentos que ayudan a crecer. Me ayudó haberlo metabolizado.

-Quizás en diez años, cuando seas entrenador, entiendas otros puntos de vista.

-Hace poco hablaba de eso con (Gian Piero) Gasperini, un entrenador que tuve en Genoa. Me decía: “Vos no necesitás ver entrenamientos, ya tenés más o menos la idea”. Y le decía que no: “Lo que estoy tratando de entender es cómo funciona el sistema cinco metro afuera de la línea”. Mientras estaba adentro, entendía todo. Ahora pienso que sé cómo son algunas cosas, pero no son así. Me sirve hablar, confrontarme, tener otras opiniones. Tengo vocación de enseñar, empatía, pero necesito lo que entrega el fútbol a nivel profesional: estar en detalles, organizar grupos, equipos de trabajo, en comunicación, en motivación, en preparación.

-Lo hiciste como capitán.

-Sí, pero ahora cinco metros afuera de la línea.