Durante la Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay (1864-1870), entre batalla y batalla, Cándido López –voluntario y teniente del ejército argentino– dibujaba, trazaba bocetos, documentaba a través de imágenes los hechos de los que era partícipe. Si bien la muerte era, por supuesto, una eventualidad, en la Batalla de Curupaytí –septiembre de 1866– el destino inexorable del hombre sudamericano, como diría Borges, lo enfrentó con una granada que le voló el brazo derecho, el brazo útil, que tuvieron que amputarle.

Reeducar el brazo izquierdo para volver a la pintura le llevó varios años. Entonces encaró una serie de cuadros sobre la Guerra del Paraguay, aquella de la que Sarmiento dijo: «Concluye por la simple razón -horror referens- de que hemos muerto a todos los paraguayos de diez años para arriba». De las noventa obras previstas completó unas cincuenta. De ellas, veintitrés, que forman parte del patrimonio del Museo Histórico Nacional, son expuestas en una muestra temporaria curada por Viviana Mallol, coordinadora del museo.

Cándido López -uno de los pintores más personales del arte argentino del siglo XIX- proyecta lo grandioso en la geografía, y lo pequeño en el mundo humano a través de microestampas de escenas de la guerra, ya sean batallas, campamentos, cruces de ríos. Miguel Ruffo, investigador del museo, explica que «Cándido se diferencia de todos los otros pintores de la época, que fueron a estudiar a Europa, especialmente a Florencia, con el pintor Antonio Ciseri. Este hecho preservó en él una forma de representación regional, que abreva en la cartografía militar de la época y en la influencia de algunas obras de Juan José Blanes («el pintor de Urquiza»), y alcanza su clímax con estas obras sobre la Guerra del Paraguay”.

Desde lo formal el artista encuentra que las pinturas apaisadas, tipo cinemascope, le permiten una narración amplia de los eventos de la guerra al mismo tiempo que la descripción minuciosa de escenas humanas (desde los uniformes de cada facción hasta las armas utilizadas, pasando por los trabajos realizados en los campamentos) que construyen desde dentro la acción. Ruffo destaca que la visión panorámica proviene de un punto de vista aéreo que le da mayor profundidad a la perspectiva, y señala ciertas constantes: «Por un lado, el cielo es al menos la mitad superior de la representación, por otro, en el plano de la tierra suelen aparecer dos elementos, el agua -un río o un arroyo- y la vegetación. El cielo, el agua y el bosque son componentes que se continúan a través de su trabajo». Y como una obra no se agota en la intencionalidad de su autor, interpreta que «los cielos, generalmente con nubes que ocultan la luz, muestran la congoja del mundo celestial por lo que está ocurriendo en el mundo de los hombres: la guerra».

El proyecto original del artista, según noticias de su familia, era realizar un ciclo de noventa óleos, de los que llegó a pintar poco más de cincuenta. Veintinueve de ellos fueron expuestos en los salones del Club Gimnasia y Esgrima en marzo de 1885 y luego adquiridos en 1887 por el Poder Ejecutivo Nacional que son los que forman parte del patrimonio en guarda del Museo.

El reconocimiento de Cándido López comienza con José León Pagano en El arte de los argentinos (1938) que realiza una revaloración en términos estéticos y no sólo como un cronista histórico. Él mismo consideraba su obra de esa manera, cada lienzo lleva la fecha exacta del hecho que referencia, incluso llegó a escribirle a Bartolomé Mitre para que diera fe de la veracidad de sus pinturas. Mitre respondió: «sus cuadros son verdaderos documentos históricos por su fidelidad gráfica y contribuirán a conservar el glorioso recuerdo de los hechos que representan». 



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