“Mi vida comenzó en Columbia, Georgia, en 1917, donde nací con el nombre de Lula Carson Smith. Celebré mi quincuagésimo y último cumpleaños el 19 de febrero de 1967 en el Hotel Plaza de Nueva York. Yo era una mujer enferma, tan enferma que vivir era al mismo tiempo un martirio y la única razón por la que superarse cada día, porque si había algo que yo deseaba de veras era sobrevivir. La escritura estaba fuertemente ligada a mi propia sobrevivencia, pero para escribir debía sufrir de unos dolores terribles. Tocar el piano era una de mis actividades principales cuando aún no me había convertido en la escritora McCullers y una gran fuente de consuelo. A menudo el arte tenía que ver con mi estabilidad, pero una neumonía con complicaciones a los 15 años, que no resultó serlo y necesitaron 30 años para darse cuenta de que era una crisis de reuma cardíaco, y mi convalecencia dan cuenta de la primera vez que cambié de idea. Sustituiría el piano por la escritura. (…) Finalmente entro en coma. El ataque me ha paralizado todo el lado derecho, es decir, el bueno y sabiamente mi cuerpo elige no despertar (…) Esta fue una breve autobiografía desde el Más Allá.” 

Todavía, como todos los grandes escitores  Curson McCullers sigue hablándonos desde el Más Allá, como dijo en su autobiografía publicada de manera póstuma bajo el título Iluminación y fulgor nocturno. Su deterioro físico era tal, que tuvo que dictarla, ya que no podía escribir. Le bastaron 50 años de vida marcados por los padecimientos físicos para ser considerada, junto con William Faulkner, una de las mayores representantes de la literatura del Sur de los Estados Unidos. Graham Greene escribió acerca de ella: «Carson McCullers y quizá William Faulkner son, tras la muerte de D. H. Lawrence, los únicos escritores con una sensibilidad poética original. Prefiero Carson McCullers a William Faulkner porque escribe de modo más claro; la prefiero a D. H. Lawrence porque no tiene mensaje.» 

Este año, se cumplen medio siglo de su muerte y un siglo de su nacimiento y la parte fundamental de su obra, como ya lo informó Tiempo Argentino en una nota anterior será reeditada con prólogo de notables escritores. 

Tenía sólo 23 años cuando escribió una novela que se convertiría en un clásico: El corazón es un cazador solitario. Quizá ya intuía que no tendría el tiempo suficiente y que debía apurarse si quería dejar una obra literaria. Por eso, conoció el éxito desde muy joven. “Sus obras la honraron casi sin que ella moviera un dedo”, dice la gran escritora mexicana Elena Poniatowska.

 Se definió a sí misma como “una escritora trágica” y puede decirse que en su vida no faltaron las tragedias. Gore Vidal la definió como “la desgraciada más talentosa”. Su marido, Reeves McCullers, terminó finalmente cumpliendo su amenaza de suicidio no sin antes haber intentado matarla. «Fue mi primer amor, no me di cuenta de que estaba perdido hasta que fue demasiado tarde para salvarlo o salvarme», dijo ella.

Ella sufrió, además, como suelen sufrir todos aquellos que no se adaptan a los valores instituidos por la sociedad: era adicta a la ginebra, bisexual, contraria al apartheid y en algún momento se afilió al Partido Comunista para dejar sentado su falta de acuerdo con los valores vigentes, aunque luego se fue de él decepcionada ya que, según ella misma lo manifestó, no tenía una naturaleza gregaria. 

Su apasionado enamoramiento  de Reeves, no le impidió enamorarse de las escritoras Anne Marie Schwarzenbach y Katherine Anne Porter en una época en que la bisexualidad y el lesbianismo eran estigmas sociales. 

Quizá fue su vida trágica la que la llevó a poner el foco en su literatura en los seres que a primera vista podrían parecer poco “novelables”, seres grises con una vida común que ocultan, cuando se los sabe ver con el talento literario con que ella lo hizo, una existencia rica en sufrimientos silenciados. También desfilan por su escritura seres que son marginados por su condición física o su origen racial como sordomudos, jorobados o negros. No fue por casualidad que el Ku Klux Klan la amenzó de muerte –“no nos gustan los amantes negros ni los maricas, ésta será tu noche.” 

Dice acertadamente de ella la escritora Esther Cross: “La historia clínica de McCullers parece un récord del martirio: ACV, ceguera, varias cirugías, hasta el colmo de la mandíbula rota durante una extracción de muelas. Pero también podría leerse como la capacidad inaudita de una persona para sublimar el dolor y comunicarse en vez de ceder al aislamiento que impone la enfermedad. McCullers tipea una novela inolvidable con un solo dedo cuando padece una hemiplejia. Escribe otra novela postrada en la cama. ´Las limitaciones físicas de mis personajes simbolizan sus limitaciones espirituales para amar o recibir amor, su aislamiento espiritual´. Cuando tenía cuatro años pasó por un convento, vio que había una fiesta, no la dejaron entrar y durante años imaginó esa fiesta prohibida para ella. Le gustaba explicar el dolor de la exclusión con esa anécdota y dejaba entrever, de paso, el poder compensador de la imaginación.” 

Una obra como la de McCullers, por supuesto, no puede explicarse sólo a partir del sufrimiento físico, pero ella tuvo el talento de convertir sus propios padecimientos en literatura como si su dolor fuera la cantera de su escritura. “Todo lo que sucede en mi escritura –dijo- me ha sucedido o me sucederá.” 

Carson McCullers fue la primera hija del matrimonio formado por Margara Waters Smith y  Lamar, un joyero y relojero de éxito. Murió el 3 de octubre de 1967 y fue enterrada en el cementerio de Oak Hill, Nyack, Nueva York. 

En la cronología de El aliento del cielo, con prólogo y cometarios de Rodrigo Fresán, se consigna que The New York Times la despidió el 30 de septiembre con estas palabras: “Ella dignificó la idea de lo individual, en especial a los perdedores de la vida (…) No puede afirmarse que sus personajes sean heroicos, pero aún así consiguen hablar más allá de las generaciones con tonalidades tan humanas como místicas. Es como si la tragedia de la vida demasiado breve de su creadora se las arreglara, al final, para triunfar por encima de las contingencias que dominan a gran parte de la humanidad. Carson McCullers reflejó el corazón solitario con una mano dorada.”