Recomendar cinco películas sobre la amistad es prácticamente tan difícil como dar consejos sobre el amor, que todo el mundo sabe que es como las tallas de zapato: cada cual tiene una distinta, que además de no calzar de la misma manera según el modelo y la marca, tampoco lo hace si se trata del pie derecho o el izquierdo. Así que acá van cinco títulos (a los que se puede acceder por distintas plataformas, incluida Youtube), que con las dificultades del caso, intentan una mirada poco convencional sobre la amistad. Una que no se acerca a las palabras elogiosas y grandilocuentes, sino más bien a poder transmitir esa sensación inigualable que se siente al encontrar un igual, un par con el o la que, tal vez, el vínculo no se prolongue en el tiempo, pero que con lo vivido no sólo alcanza para recordarlo toda la vida, sino para sentir esa hermosa sensación de que ese cruce cambió la vida para siempre.


Cuenta conmigo (1986, de Rob Reiner)

Una contada a partir del recuerdo, que todo lo vuelve más bello y también más terrible, y acaso, por eso mismo, más real: el sedimento que dejó lo hace inmortal y permite revivirla una y otra vez, siempre de distinta manera. Cuenta cómo Gordie Lachance (Richard Dreyfuss), al ver publicada en el diario la muerte de un viejo amigo, se pone a recordar (y a escribir) sobre el viaje que los unió para siempre. Uno que hicieron al final de su niñez, una despedida prodigiosa de la etapa en la que las aventuras siempre parecen ser fantásticas. Así, un grupo de cuatro amigos, en septiembre de 1959, emprende la búsqueda de un joven desaparecido. Ellos resolverán lo que los adultos son incapaces. Casi ideal para que los niños de hoy descubran cómo eran los de ayer.


Thelma y Louise (1991)

Dirigida por Ridley Scott, la película protagonizada por Geena Davis (Thelma) y Susan Sarandon (Louise) se transformó en un clásico de clásicos cuando muy pocos lo imaginaban. Se trata de una road movie que une a dos amigas en un antológico escape plagado de obstáculos y alimentado por la empatía que une a dos personalidades distintas que sufrieron maltratos y postergaciones similares. El empoderamiento y la hermandad que construyen las protagonistas a lo largo del camino es el alma de un film que ya es parte de la cultura popular global. El drástico final hizo que los productores desconfiaran sobre las posibilidades económicas del proyecto y hasta dudaran en concretarlo. Afortunadamente, «Thelma y Louise» se hizo realidad y su resolución saltea los lugares comunes del cine comercial.


El tren de las 3.10 a Yuma (2007, de James Mangold)

En agosto de 1884, en ese país que se abre impetuoso al futuro, los hombres se miden por lo que consideran coraje: eliminar a quien se interpone entre él y lo que cree que merece, sea esto un pedazo de tierra para labrar, sea el botín de un banco. Con esa falta de escrúpulos se desarrolla el capitalismo en Estados Unidos, y allí hace su fortuna Ben Wade (Russell Crowe), exitoso asaltante de trenes que resulta atrapado y es trasladado a juicio. En el camino, caen uno a uno a manos de su banda, los hombres que ejercen su custodia. Antes de llegar a la última estación de tren (la del título) que seguramente lo lleve a la cárcel, el comisario ya no tiene a quién contratar. Pero en ese puesto en el que hacen la última parada vive Dan Evans (Christian Bale) ranchero empobrecido, mutilado (le falta un pie, parte de una herida de la Guerra Civil) y con serios problemas de confianza por parte de su mujer y, peor, de su hijo mayor. Ambos ponen en duda su virilidad: no muestra el coraje suficiente como para ser lo que socialmente se considera un hombre. El periplo hasta la estación de tren será una verdadera odisea en la que ambos hombres, empezarán a reconocerse mutuamente a partir de sus disímiles valores. Y en ese reconocimiento, establecerán un vínculo inigualable que, en el caso de Evans (Bale), lo llevarán a un reconocimiento total de su hijo.


Dersu Uzala (1975, de Akira Kurosawa)

Una maravilla del maestro japonés que se puede encontrar en Youtube en versión doblada y subtitulada (según youtube, con audio ruso, ya que es una coproducción japonesa soviética). A principios del siglo 20, en pleno auge de los viajes expedicionarios -y conquistadores- un capitán ruso en su incursión a Siberia conoce y entabla amistad con un guía lugareño mongol. En tres partes vivirán distintas aventuras, todas matizadas con un decálogo de enseñanzas de sobrevivencia (para tener en cuenta en las actuales circunstancias de pandemia) que provocan la admiración del racionalista (casi Iluminista) capitán: un reconocimiento a la sabiduría ancestral que los conocimientos y saberes populares construyeron a través de los milenios. El final, a la manera que acostumbró hacer Kurosawa, es un lamento de que todo ese saber, que tan admirablemente humanos nos había hecho, el arrolladoramente revolucionario siglo 20 aplastaba a una velocidad que no dejaba vestigio en pie.


El verano de Kikujiro (1999, de Takeshi Kitano)

Masao, un niño de 9 años que vive con su abuela y hace tiempo no ve a su madre, al llegar el verano, abrumado por la soledad porque todos sus amigos se van de vacaciones, decide emprender viaje en búsqueda acompañado de una fotografía de hace años. La abuela, preocupada, acepta los servicios de un matrimonio vecino: él, un antiguo yakuza, se ofrece a llevarlo. Sólo un gigante como Kitano podía hacer esta belleza que refleja como pocas obras qué es eso de ser niño, su fragilidad, su lealtad, su comprensión del mundo mucho más allá de lo que los adultos creen. Y cómo, desde la adultez, sólo es posible entenderlos cuando se vuelve a conectar, aunque sea por unos días, con eso estado tan particular de la vida: la única manera de volver a ser algo parecido al ser humano que se prometió ser. “Juega muy duro, después llora un poco”.