Con la punta del botín, tirándose al piso, levantando un poco de tierra, Juan Carlos Livraga pesca un rebote cerca del área chica. Desde el suelo, logra arañar la pelota para darle un pase a Julio Troxler que la frena con la derecha y define de zurda, con el arco semivacío. En el festejo del gol, Troxler enfila hacia el banderín izquierdo y en el camino se abraza a Juan Carlos Rogelio Díaz, Francisco Garibotti y Norberto Gavino. Es 8 de junio de 2016, faltan unas horas para que se cumplan 60 años de los asesinatos en los basurales de José León Suárez y los fusilados viven en las camisetas que usan los jugadores de Central Ballester: los nombres aparecen arriba de cada número, en la espalda del humilde equipo de la D; y sobre el pecho hay una imagen de un hombre a punto de ser acribillado.

Livraga, en realidad, es Facundo Uñate, lateral derecho de 21 años. Troxler es Pablo Lucero, defensor de 23. El martes, ellos y el resto del equipo, otra vez ante Juventud Unida, estrenarán otra camiseta conmemorativa cuando salgan a la cancha de J.J. Urquiza, donde juegan de local. En la manga izquierda, se verá el pañuelo blanco de las Madres de Plaza de Mayo.

La iniciativa la ideó Ezequiel Rodríguez, diseñador gráfico graduado en la UBA, habitante de Villa Ballester y antes de José León Suárez. «Surge de una construcción desde lo territorial: no tenemos sede ni cancha y entonces queríamos generar un vínculo con el barrio», cuenta sobre el diseño referido a los masacrados por la autodenominada Revolución Libertadora, la dictadura que intentó barrer todo lo que oliera a Juan Domingo Perón. Esa remera también incluyó un homenaje a Franco Almirón y Mauricio Ramos, dos pibes asesinados en 2011 por escopetas policiales cargadas de plomo en La Cárcova, partido de San Martín, y un reclamo contra la violencia institucional. «Se trata de usar la camiseta como un canal de comunicación», agrega Rodríguez, que además es el jefe de prensa de Central Ballester. Y el mensaje rebotó en distintos rincones. En esos días de junio, tuvieron tanta demanda que necesitaron armar una estructura especial para responder a los pedidos para comprar la casaca.

La movida, además, visibilizó al club fundado en octubre de 1974, tan relegado de la cobertura cotidiana como el resto de los conjuntos de la quinta categoría del fútbol argentino. Fueron días de exposición y entrevistas. Y una de ellas originó la remera que el martes saldrá a la cancha. Mientras Beto Nacarado, Marcelo Rubio y Gabriel Agugliero contaban la historia en Kriminal Mambo, programa de la Radio Madre, entendieron que había otros símbolos para difundir. Propusieron, entonces, sumar el pañuelo blanco a la camiseta, vincularon a Rodríguez con la organización y la idea tomó forma. Las Madres, además, van a ser socias del club. El diseñador, sin embargo, pensó un pliego más para la historia. Va a ir en busca de las Abuelas para la otra manga, la derecha. Como vecina de Ballester, Delia Giovanoli, una de las primeras en reclamar alrededor de la Pirámide de Mayo y una de las 12 fundadoras de Abuelas, es el contacto con la que trabajan. «Es un homenaje a la lucha incansable de esta organización», sostiene Rodríguez sobre la nueva camiseta, toda amarilla y con unas finas líneas azules verticales.

«Uh, política», comentaron unos pocos, con cierto desprecio, en los posteos en Facebook cuando homenajearon a los fusilados en José León Suárez. «Me tomé el trabajo de contestar esos dos mensajes y explicar por dónde iba el asunto», cuenta Ezequiel Rodríguez. No hubo más que eso. También fue movilizante puertas adentro. Los jugadores de Central Ballester empezaron a indagar sobre ese dibujo que llevaban en el pecho. «Ha sido muy ilustrativo –analiza el jefe de prensa– para ellos, porque se enteraron de la historia a partir del diseño.» Lucero, jugador del plantel, cuenta que despertó interés en el vestuario: «Todos intentaban averiguar qué era, saber de qué se trataba. Muchos chicos se enteraron historias que desconocían.» El defensor, ese 8 de junio, gritó un gol con el nombre de Julio Troxler en la espalda en el último partido del torneo pasado. Desde la tribuna, lo vieron los familiares de las víctimas de la masacre de 1956. También estaba Juan Carlos Livraga, uno de los sobrevivientes. «Nos decían que era el mayor homenaje que tuvieron», recuerda Lucero. «Sabía lo que había pasado, pero escuchar su relato –agrega– generó un vínculo más estrecho.»

Para Ezequiel Rodríguez, trabajar en el diseño de la camiseta fue también su propia búsqueda, un acercamiento a diferentes organizaciones y vertientes políticas. «Estoy descubriendo un montón de cosas, situaciones nuevas y aprendiendo a desplazarme», dice, cruzado por esa introspección que ahora lo llevó a indagar sobre las Madres y los Derechos Humanos. «La cuestión es tomar al fútbol para hacernos cargo de algunas banderas y resignificarlas», resume. Desde el martes, su equipo, defenderá los Derechos Humanos adentro de la cancha. Y llevará el compromiso sobre la piel.