El tiempo le dio mayor aplomo a una carrera que a 30 años de comenzada todavía sigue ahí, latiendo con la misma convicción que siempre y renovando desafíos día a día. Puede estar grabando, presentando un nuevo disco, encabezando una gira local o internacional o ideando nuevas aventuras, pero difícilmente el Chango Spasiuk se mantenga alejado de la música. A comienzos de 2019 se cumplieron tres décadas de su debut en Cosquín, el primer paso determinante para transformarse en una figura del mundo del chamamé en particular y nuestra música en general. Y los festejos no se detienen.

Fue precisamente el 27 de enero de 1989 –en YouTube está el video para viajar hacia aquella noche– cuando un Spasiuk de sólo 20 años se subía al escenario central de Cosquín para acompañar a Los Chalchaleros, enfrentando a un público que nada sabía de él. Ese fue el punto de partida de su carrera y un elemento central de los recuerdos que hoy lo llevan a festejar en plena avenida Corrientes tanto tiempo transcurrido.

La idea de Spasiuk es celebrar lo hecho durante todo este tiempo en los escenarios de todo el país y Europa, y ahora le llegó el turno a la ciudad de Buenos Aires. En el camino de la charla se hablará del pasado, presente y futuro del Chango: en octubre retomará una gira europea junto a Raúl Barboza; se viene la edición en el viejo continente de un disco grabado con músicos noruegos; y antes de fin de año llegará la presentación de Pino Europeo (2018), el álbum de música electrónica que grabó junto al proyecto de Pedro Canale, 
Chancha Vía Circuito.
Pero por estos días su obsesión es el show que dará este sábado en el Teatro Ópera. «Cuando toqué en enero de este año en Cosquín se cumplían 30 años de mi primera vez en ese lugar, pero también 30 de sacar mi primer disco. Con cada show que di este 2019 me propuse agradecer a la gente la consideración que me dio durante todo este tiempo. Porque a pesar de que uno se esfuerza mucho para desarrollar proyectos, encontrar un sonido y hacer la música que uno siente, todo eso se logra cuando los demás te acompañan. En el medio del camino perseguí metas que no siempre pude cumplir, pero nunca me detuve. Gracias a eso aprendí que puedo tener capacidad para algunas cosas y no para otras. Hace 30 años buscaba la experiencia que ahora tengo, y todavía hay gente que me sigue después de todo lo transcurrido. El concierto que haremos en el Ópera y los que le seguirán serán para agradecer el cariño recibido por la gente. El mío fue un camino sin canciones exitosas, pero con la música como vínculo ineludible», dice Spasiuk, luego del ritual de la sesión de fotos que ilustran su encuentro con Tiempo.

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–En un video que da vuelta por las redes se te ve justo el día de tu consagración en Cosquín ’89. ¿Recordás algo en particular de esa fecha?

–Algo me acuerdo, pero voy a contarte el contexto. El Festival de la Yerba Mate se hacía en Apóstoles para la época del invierno y Julio Mahárbiz había ido a ese evento para ser el presentador. Me presentó y vio mi concierto, pero enseguida lo encaré y le pregunté qué tenía que hacer para llegar a Cosquín. Me dijo que tenía que escribir una carta, enviarla a tal lugar y otras indicaciones. Realmente me orientó y me dijo que cuando estuviese por Buenos Aires lo vaya a ver. A la semana siguiente estaba por allá y lo fui a ver a Radio Belgrano, después me llevó a Argentinísima en la televisión y me dio una mano bárbara por la cual eternamente le estaré agradecido. Así es como llegué a ese Cosquín más tarde y me consagré revelación, aunque no pude quedarme para recibir el premio porque me tuve que volver a Misiones porque no tenía dinero para quedarme. Recuerdo que un domingo me llamaron por teléfono y me contaron que iba a ser la revelación de esa edición. Inmediatamente más tarde ya estaba grabando mi primer disco de estudio y después me vine a Buenos Aires, así que también llevo 30 años viviendo acá (risas).

–¿Fue problemático instalarse acá definitivamente?

–Mirá, yo siempre veía que no tenía que lavar las zapatillas en la ciudad, porque como se sabe en Misiones hay tierra colorada y todo lo tiñe de ese color. Y con la ropa pasaba lo mismo, así que lavar no era un problema (risas). Recuerdo… el olor a café con leche de los bares del Centro porque caminaba mucho sin rumbo por la ciudad… Eso fue muy intenso, había adversidades pero la música estaba en primer plano y aprendí muchas cosas.

–Y a la distancia, ¿qué fue lo mejor y lo no tan bueno de todo este tiempo transcurrido?

–(Piensa)… No soy tan consciente de todo lo caminado, no soy una persona que mire mucho para atrás. Siempre estoy pensando en proyectos nuevos, en lo que estoy haciendo ahora. Pero creo que lo mejor es no haber tenido miedo, y por eso estoy eternamente agradecido a mis padres, que con 16 años me dejaban venir a Buenos Aires en tren. ¡En aquellos años no existían ni los mensajes de texto! Lo único que teníamos disponible era poner cospeles en un teléfono público y hablar lo más rápido posible, antes de que se corte, cada dos o tres días. Mi padre me tuvo una infinita confianza, no me transmitió sus miedos para que yo pueda caminar por el mundo con tranquilidad. Después, podría decir que el camino fue generoso porque la música fue de esa manera conmigo. También conocí a gente muy valiosa.

–¿Algunos de ellos te deslumbraron?

–Hay gente que cuando te acercás enciende tu vida. Atahualpa (Yupanqui) fue al primer grande que conocí en ese Cosquín del ’89, coincidimos en el camarín. Pero en ese momento yo no tenía ni idea de la dimensión de estar al lado de él. Y si lo había leído no había tenido ni el sabor de su cosmovisión americana. También pude conocer a Mercedes (Sosa), gente del rock como (Luis Alberto) Spinetta, León (Gieco), Divididos, Ramona Galarza… Luis Landriscina me ayudó mucho, me llevó a la televisión y gracias a eso pude conocer a Juan Manuel Fangio. La vida fue muy generosa conmigo y mientras tanto pude llevar adelante muchos proyectos.

–Más allá de tu incursión en múltiples géneros, para la gente sos un emblema del chamamé. ¿Te percibís de esa forma?

–La música popular abreva en un montón de folklores y raíces vinculadas con las características de quienes viven en determinadas zonas. El nordeste de la Argentina tiene sus características y el chamamé tiene un color predominante de esa zona, pero es un género formado por muchos elementos que dan forma a esa textura sonora con cosas que trajeron los europeos inmigrantes que se asentaron en la región. Los más mestizos fueron formando el chamamé, sobre todo en Misiones, porque está encajada entre Brasil y Paraguay, lo que favoreció una mixtura muy compleja que para mí es un tesoro. Esa diversidad es la que me da forma porque estoy hecho de todos esos pedazos que para mí son una sola cosa. Yo me considero un hombre del chamamé porque nací en esa tradición, pero no significa que sólo toque ese ritmo. Es una música popular, pero que está compuesta de otros elementos y que en mi caso se pueden ver bien las influencias de polcas, lo rural, el paso doble. De todas formas, estos 30 años generaron en mí una amplitud de la que se compone mi música. Entonces, no me siento un representante del chamamé, pero sí tengo la responsabilidad de dar a conocer dónde aprendí a tocar el acordeón y la música que hago. Mi música es hija
del amor por mi tierra y la diversidad, y mi pasión es la misma hace 30 años: desarrollar proyectos, encontrar un sonido y hacer lo que siento. «

La cultura y el entretenimiento

Como hombre de la cultura, la preocupación del Chango Spasiuk se une a la de muchos colegas. En su análisis, la necesidad de establecer prioridades se vuelve algo ineludible: «Nosotros deberíamos separar a la cultura de la idea del entretenimiento. Una película como Toy Story es muy buena, está excelentemente hecha, pero eso es entretenimiento, pochoclo, gaseosa. La cultura es otra cosa. Se trata de expresiones comunitarias que hablan de nosotros, espejos en los cuales vernos para reflexionar sobre de qué estamos hechos y cómo estamos parados. Es un compromiso de todos, pero necesitamos que las instituciones que deben proteger a la cultura efectivamente lo hagan. Ellos son quienes tienen las herramientas para sostener y darle más lugar a nuestra cultura. En ese marco deben existir los presupuestos y los escenarios de contención para toda la diversidad de contenidos que hablan de nosotros mismos. Es la única forma de que no desaparezcan», concluye.

¿CUÁNDO?

Chango Spasiuk, 30 años. Sábado 21 de septiembre a las 21:30 en el Teatro Opera, Av. Corrientes 860.