“Las alegrías no son amargas cuando las canta Chavela Vargas”, decía Joaquín Sabina en una canción. Tal vez una de las descripciones más acertadas de la voz y la personalidad de Chavela, quien este miércoles 17 cumpliría 100 años.

Nacida en Costa Rica el 17 de abril de 1919 como Isabel Vargas Lizano, huyó de la pequeña localidad de San Joaquín de Flores siendo apenas una adolescente para vivir durante ocho décadas en México hasta su muerte, ocurrida el 5 de agosto de 2012 a los 93 años.

A lo largo de su vida musical, grabó 80 discos. Había llegado a la ciudad de México durante su adolescencia, allí trabajó como empleada doméstica, vendió ropa y sobrevivió hasta que pudo mostrar su voz.

“Los mexicanos nacemos donde nos da nuestra chingada gana”, expresó alguna vez mostrando su ingenio picante y su pertenencia a una cultura que hizo propia desde la ranchera, un género que hasta su irrupción era casi exclusivamente masculino.

Pero, además, fue parte de una generación que marcó la vida artística y cultural del país y trabó amistad con otras celebridades como Frida Kahlo, Diego Rivera, José Alfredo Jiménez, Agustín Lara y Carlos Monsiváis, entre otros.

A ese universo estético, Vargas aportó antológicas y populares versiones de “La llorona” y “Macorina”, por citar un par de piezas emblemáticas que, además, le dieron trascendencia internacional.

Como muestra de ese impacto fue laureada en España por la Universidad de Alcalá de Henares como Excelentísima e Ilustrísima Señora y en 2000 le fue impuesta la Gran Cruz de Isabel la Católica. Pero en 2007 rechazó un Grammy honorífico, máximo premio otorgado por la industria musical.

Chavela ingresó a la canción con el impulso del compositor José Alfredo Jiménez, y al igual que él debió pugnar contra la adicción al alcohol que la alejó de la actividad por más de una década pero su regreso a las grabaciones y los escenarios, ya con 79 años, fue con más gloria y agrandó lo mítico de su figura.

“Fue la lucha más difícil que he librado”, escribió Vargas acerca de esa afición en su libro Y si quieres saber de mi pasado, donde también se ufanó de haberse tomado “todo el alcohol del mundo”.

Una de las últimas frases de Vargas antes de morir fue “yo no me voy a morir porque soy una chamana y nosotros no nos morimos, nosotros trascendemos”.