Después de haber vivido en plena democracia con el efímero gobierno de Salvador Allende (1970-73) y padecer una sangrienta dictadura (1973-1990) y siete presidencias civiles, una verdadera farsa republicana que se extiende hasta estos días, los chilenos pueden empezar a soñar hoy con un camino de cambios. Con un plebiscito en el que se les pregunta si quieren sentar las bases de una nueva convivencia, se pretende dar un primer paso hacia la redemocratización de verdad. Eso implica dotarse de una nueva Constitución que acabe con la presencia institucionalizada de los militares en el manejo del Estado y la consagración del neoliberalismo como doctrina de la libertad. Que acabe con la Constitución pinochetista de 1980.

Para responder a dos preguntas esenciales (¿Quiere usted una nueva Constitución? y ¿Qué tipo de órgano debería redactar esa nueva Carta?) están habilitados a votar 15 millones de nacionales o extranjeros con un mínimo de cinco años de residencia. La primera se agota con un “apruebo” o “rechazo”, y todo apunta a que el Sí será acompañado por una mayoría aplastante, tanto que para no quedar marcados por la derrota, hasta pinochetistas de todas las horas optaron por decir públicamente que aprueban el cambio. Para la otra pregunta hay dos variantes. Si se dice que el órgano que debe redactar la nueva Carta es una “convención constitucional” de 155 miembros elegidos en su totalidad o una “convención mixta” de 172, mitad legisladores en funciones y mitad electos. Dado el rechazo ciudadano a la dirigencia política (sólo el 2% la respalda), se cree que ganará la primera opción.

Las gigantescas movilizaciones, primero estudiantiles y luego de todos los sectores –actos que en algunos casos superaron el millón de participantes–, comenzaron el 18 de octubre del año pasado y forzaron a que el 15 de noviembre el Congreso convocara al referéndum de hoy. Pocos creyeron que aquellos pequeños grupos iniciales de jóvenes que protestaban por un aumento de cuatro centavos de dólar en el precio de los boletos del transporte, “contagiaran” a toda la sociedad y generaran un aluvión que sumó a padres, docentes, oficinistas, obreros, transportistas, profesionales y pequeños comerciantes. De la suba del boleto se pasó a militar contra los resabios de la dictadura, básicamente esa Constitución que consagró todas las inequidades y ningún gobierno civil se atrevió a tocar.

Sin embargo, he ahí la clave y he ahí el terror que asaltó a esa dirigencia cómplice. Durante 47 años los grupos fácticos, sus voceros internos y sus aliados externos mintieron al mundo sobre las imaginarias excelencias de ese modelo de exclusión cuyas bases redactó José María Piñera y llevó a la Constitución pinochetista de 1980 en su carácter de ministro de Trabajo de la dictadura. José María es el hermano mayor del presidente Sebastián Piñera, otro pinochetista de ley. Era obvio que semejante monstruo no iba a temblar por un aumento de cuatro centésimos de dólar. Era lógico, en cambio, que empezara a crujir por todo el enunciado neoliberal que muestra hoy el fracaso de una doctrina exhibida como modelo, que instaló a Chile como el país paradigma de la disciplina fiscal.

Ese modelo llevó a una concentración extrema de la riqueza. Basado en datos oficiales, el diario La Jornada (México) estableció que menos del 1% de los chilenos tiene el 26,5% (unos 90.000 millones de dólares) de patrimonio y que el 10% más poderoso suma el 66,5% de la riqueza. En contraposición, el 50% de los hogares de menores ingresos accede apenas al 2,1% de la riqueza neta. La mitad de los asalariados gana 550 dólares mensuales para cubrir los gastos familiares de vivienda, educación, salud, alimentación, recreo, vestido y todos los etcéteras comunes a los seres humanos del mundo. La pensión básica de los ancianos aumentó en noviembre pasado de 132 a 150 dólares, “un monto miserable”.

La Fundación Sol, un grupo interdisciplinario que denuncia las “verdades mentirosas o las mentiras verdaderas” del neoliberalismo, sostiene que la economía chilena creció gracias al endeudamiento: hay más de 11 millones de personas mayores de 18 años, el 82% de la población, que están endeudadas, y de ellas 4,6 millones son morosas. La deuda total de los hogares asciende a un 73,5% de sus ingresos anuales. “Este cóctel explosivo –esa extrema concentración de la riqueza, bajos salarios, privatización de los servicios públicos y alto endeudamiento para financiar el consumo y otros gastos básicos– resultó ser una mezcla que estalló por culpa de aquellos cuatro centavitos del bus”, señaló Sol.

Difícil aventurar cómo será el Chile post referéndum. Lo único seguro es que los “cuatro centavitos” fueron, apenas, un disparador. Movieron las células de la dignidad y marcaron el retorno del pueblo al camino trazado hace medio siglo por Allende. Y los jóvenes, como Allende, retomaron en son de pacífica guerra los versos de Fernando Alegría y gritaron en las calles: “…cuando alzado a medianoche nos sacude un terremoto,/cuando el mar saquea nuestras casas y se esconde entre los bosques,/cuando Chile ya no puede estar seguro de sus mapas y cantamos,/ como un gallo que ha de picar el sol en pedazos,/digo, con firmeza: ¡viva Chile mierda!” Para los chilenos, hoy puede ser un gran día.