La República Popular China cumple en 2019 sus 70 años, pero en estos días celebra los 40 de las reformas económicas que ya convirtieron al Imperio del Centro en la primera economía del planeta y lo pusieron en el podio como para ser la potencia hegemónica antes del 2030. Esa es una de las razones para explicar la guerra comercial que el gobierno de Estados Unidos puso en marcha desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Paralelamente, desde Washington habían dado vía libre para el rearme japonés y como un intento de escupirle el asado, justo este martes en Tokio se anunció la construcción de dos portaaviones, algo inédito desde la derrota nipona en la Segunda Guerra Mundial. Datos que tuvo muy en cuenta el líder chino Xi Jinping en un discurso de hora y media en el Gran Salón del Pueblo, el Palacio Legislativo de Beijing.

«Nadie puede dictar al pueblo chino lo que debe o no debe hacer», dijo Xi, elevado en octubre de 2017 a la categoría de guía de la sociedad tras una reforma constitucional que puso su pensamiento a la altura del de Mao Zedong, el fundador de la RPCh, y Deng Xiao Ping, el hombre que el18 de diciembre de 1978 inauguró esta era de Reforma y Apertura como se llamó al proceso de paulatino ingreso de esa nación en la rueda del capitalismo. Y que ahora permite decir al presidente-guía que «China ha sacado a 740 millones de personas de la pobreza en los últimos 40 años y reducido la tasa de pobreza en 94,4 puntos porcentuales, todo un hito en la lucha de la humanidad contra esta plaga».

La China que se encontró Mao el 1 de octubre de 1949, cuando oficialmente se fundó la República Popular -al fin de la guerra civil contra los nacionalistas de Chiang Kai-shek, que huyó a la isla de Taiwan con lo que le quedaba de sus tropas- era un país agrario sumido en la miseria y que había sido devastado por la invasión japonesa.

Con Mao comienza una lenta recuperación de los valores de esa cultura milenaria que mucho antes que por Japón, había sido doblegada por el imperio británico a través de las Guerras del Opio. Un extenso período que se conoció como el Siglo de la Humillación (1839-1949) de una cultura que se jacta de haber inventado casi todo (el papel, la pólvora, la brújula, y hasta los fideos, entre otras cosas) y de haber sido por más de 4000 años verdaderamente el centro más avanzado de la civilización mundial.

Pero los ganadores de la II Guerra habían decidido que el sitial de China en las Naciones Unidas fuera para Chiang, y Taiwan ocupó un puesto permanente en el Consejo de Seguridad. Una anomalía que recién en 1972 subsanó el presidente Richard Nixon, bajo al asesoramiento de Henry Kissinger. Que la representación de esa nación estuviera un gobierno que solo tenía jurisdicción real sobre algo más de 15 millones de personas cuando en el continente había otro estado en el que vivían entonces cerca de 900 millones no podía sustentarse demasiado tiempo más.

Si bien es cierto que la razón de fondo era socavar el poderío de la Unión Soviética, y meter una cuña entre Beijing y Moscú, no es menos cierto que era una medida de real politik imprescindible. Desde entonces, poco a poco China fue acercándose a Occidente, aunque manteniéndose como un país comunista y con sus propias características.

Es así que a la muerte de Mao, en 1976, luego de los primeros escarceos sobre qué grupo interno lo habría de suceder, tomó el mando Deng Xiao Ping, liderando una experiencia de profundas reformas con el objetivo de ir poco a poco eliminando la pobreza y el atraso que a esa altura ya era inocultable.

Primero se liberó la venta de productos del campo, para incentivar a los agricultores, remolones por la estatización. Luego se permitieron pequeñas fábricas y talleres fuera de la órbita estatal y en un par de años se privatizaron grandes empresas públicas y se dictaron leyes para la inversión extranjera.

Las multinacionales pronto descubrieron que un mercado que para entonces superaba los mil millones de personas, ávidas de consumir y que verdaderamente no tenían nada, no era para nada despreciable, por más que tuvieran que negociar con funcionarios del Partido Comunista.

En los 80 China apuntaba a ser el taller del mundo y poco a poco sus productos fueron adquirieron calidad, pero también fueron desarrollando tecnología propia. Y a la caída de la URSS, en 1991, ya se especulaba con que sería un gran protagonista del Siglo XXI. Fue en esos años que se acuñó la frase «crecer a tasas chinas» para ilustrar índices de aumento del PBI de dos dígitos y por períodos continuados.

Si hay algo que define a la política china es que planifican a largo plazo -una ventaja que puede atribuirse a un régimen de partido único y a 4000 años de historia- y en el plano exterior, cultivan la «paciencia estratégica». Esto es, que no se conmueven por tormentas pasajeras ni responden a las apuradas.

Dicen que alguna vez le preguntaron a Mao qué opinaba de la Revolución Francesa y que dijo «es demasiado pronto para evaluar». Cuenta Kissinger en su libro «China», que había generales en la época de la Guerra de Corea (1050-1953) que pensaban poner fin a la contienda entre el norte comunista y el sur capitalista arrojando bombas nucleares sobre China.

Agrega que un enviado del gobierno de Harry Truman se lo dijo a Mao a modo de amenaza. A lo que el líder de la revolución china respondió»: Tenemos 600 millones de habitantes, pueden matar 50 millones de personas, 100 millones, 200 millones. ¿Todavía nos quedarían 400 millones». Al representante de Washington le corrió un frío por la espalda. Estados Uniodos tenía entonces 150 millones de habitantes.

Así, con esa determinación, China fue volviendo a ocupar un lugar que había tenido por milenios. La llegada al poder de Xi, el 14 de marzo de 2013 (curiosamente un día después de que Jorge Bergoglio fuera elegido Papa en Roma) significó una profundización de esa senda. Y los planes en vigencia llegan hasta justo el centenario de la toma del poder por el PCCH, en 2049.

Para esa fecha habrá finalizado la Ruta de la Seda, un megaplan de desarrollo de infraestructura para comerciar entre China y el resto de Eurasia por vía terrestre.

Mientras tanto, los últimos escarceos con Trump tienen mucho de desesperado intento de Estados Unidos por recomponer un tablero mundial que desde hace mucho lo sabe adverso. De hecho, en lo que va del siglo China construyó diversas mesas de integración regional y mundial que sirven de plataforma para su despegue como potencia no solo económica.

La Ruta de la Seda es precisamente el resultado de este tipo de políticas que Occidente mira con temor y preocupación porque percibe que su influencia internacional va disminuyendo a medida que crece el gigante asiático. Organizaciones como los BRICS (Brasil, Rusia, China, India y Sudáfrica) o la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN por sus siglas en inglés) junto con 10 países de esa zona del mundo en pleno crecimiento, son una prueba.

Trump anunció una guerra comercial y aumentó aranceles a productos chinos para equilibrar una balanza comercial que es desfavorable desde hace décadas. En Buenos Aires, el presidente estadounidense y su par chino sellaron una tregua por seis meses para ver como recomponer una situación que si se desmadra involucrará a todos los países.

Pero las amenazas se chocan con realidades ineludibles. China es el principal tenedor de bonos del Tesoro de Estados Unidos. Una estampida puede provocar un huracán que la crisis del 30 podría parecer un simple soplido al lado de eso.

Este martes Beijing anunció que volvió a desprenderse de papeles de la deuda estadounidense. Le quedan 1,39 billones de dólares, la suma mas baja desde 2017.Suficiente para crear zozobra.

La pelea de fondo a largo plazo es por la supremacía militar, claro. Por ahora en ese terreno Estados Unidos es patrón, pero sigue vigente al frase de Mao, ahora con 1400 millones de habitantes para poner sobre cualquier teatro de operaciones.

Sin embargo, una mirada a futoiro revela que en los campos de batalla se debe computar al desarrollo tecnológico, donde la supremacía que se disputa es sobre la inteligencia artificial.

La punta de ese iceberg pudo verse estas semanas con la detención en Canadá de la presidenta de Huawei, el gigante de telefonía celular, Meng Wanzhou. Ya liberada, la ejecutiva quedó en medio de esa guerra porque la justicia de EEUU acusa a la firma de haber violado la prohibición de comerciar con Irán desde territorio estadounidense.

Meng es hija de Ren Zhengfei, ex integrante del Ejército chino que en 1987 pasó a la actividad privada y fundó Huawei Technologies en la ciudad de Shenzhen, en el sur de China.