La tensión internacional ha llegado a un pico que no se veía desde la crisis de los misiles en 1962.

Hoy la situación es mucho más compleja y peligrosa por la diversidad de actores, la capacidad de destrucción de las armas desarrolladas y la disposición de poderosas armas en manos de grupos irregulares no controlados directamente por los estados nacionales.

El poder profundo norteamericano y el gobierno de Donald Trump, que no coinciden en cuanto a las estrategias y fines a perseguir en varios aspectos, parecen haberse puesto de acuerdo en que hay que frenar como sea a los países emergentes y sobre todo a la República Popular China, el verdadero enemigo declamado explícitamente.

Está claro que las disputas arancelarias son solo una escenografía que esconde algo mucho más profundo. El verdadero motivo es la primacía en la carrera tecnológica y sobre todo su aplicación en la fabricación de bienes materiales, aspecto en el cual el país oriental le ha sacado ventaja al poder anglosajón.

Es paradójico lo que ocurre: los defensores del libre mercado y la competencia, impulsores de la globalización, cuando se ven superados por una potencia que está fuera de su control deciden patear el tablero y desconocer las instituciones que ellos armaron para garantizar su dominación.

Por otro lado, la dirigencia china, que tiene la costumbre de planificar a mediano y largo plazo, ya preveía esta situación y hace varios años que se viene preparando para un escenario inevitable, una reacción de un imperio en decadencia, de dimensión directamente proporcional a su perdida de influencia global.

Públicamente estas previsiones se hacen presentes a inicio del año 2018 cuando el Partido Comunista de China celebra su Congreso anual. En ese encuentro se toman una serie de decisiones dirigidas a cerrar todo tipo de fisuras internas ante el advenimiento de un escenario global de fuerte disputa y agresión.

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Las permanentes agresiones norteamericanas, contra la República Islámica de Irán, en Sudamérica contra República Bolivariana de Venezuela, sobre Cuba ejecutando en su plenitud la ley Hells-Burton, en el mar de China, y retirándose de varios acuerdos internacionales, muestran hasta dónde están dispuestos a llegar para mantener la hegemonía.

Estamos en presencia de una combinación de estrategias: Teoría del Loco, Teoría del Caos y fractura de los estados nacionales, la teoría del ex secretario de estado Henry Kissinger referida a tratar de acercarse a la segunda potencia enemiga (Federación Rusa) para tratar de romper una alianza China-Rusa y la apertura simultanea de varios frentes de conflicto.

Por otro lado la política de China está centrada en poder mantener la paz y evitar por todos los medios caer en la trampa de Tucidides (que habla de imposibilidad del paso de una forma de orden mundial a otro sin guerra).

Las disputas son por los beneficios de la tecnología de 5ta generación y en ese marco las sanciones a la empresa Huawei pusieron al rojo vivo el conflicto.

Queda claro que los distintos componentes del poder norteamericanos están coincidiendo, por lo menos por ahora, en frenar a China utilizando cualquier medio.

China se prepara para un conflicto de largo aliento teniendo muy presente la historia, las experiencias de su derrota en el conflicto con Gran Bretaña y otras potencias occidentales inaugurando el siglo largo de la humillación del pueblo chino (1840-1949) y también las sanciones que sufrió Japón en el siglo XX cuando asomaba como un serio competidor de Occidente y entre 1985 y 1990 había alcanzado el 60 % del PBI de Estados Unidos.

Esta claro que hoy el escenario es otro así como el poder norteamericano y la densidad nacional de la R.P.China pero la partida esta en pleno desarrollo y el futuro se construye día a día.

En ese aspecto los chinos tienen la ventaja de ser una civilización de cinco mil años que como dice Jorge Castro no solo forma parte de la historia sino que está presente hoy.