Willie Mays Hayes tiene el bate en la mano y se prepara para el momento más importante de su carrera. Lo abanica como un plumero antes de llevarlo sobre su hombro izquierdo a la espera del golpe. Lo aprieta con las dos manos, casi como a un manubrio de moto. Mastica tabaco, se le infla un cachete y tiene los ojos clavados, allá a lo lejos, en la bola blanca del pitcher de los villanos New York Yankees.

El público trata de hacer silencio, pero no lo logra. Se oyen los corazones latiendo, se salen del pecho de cada uno de los fanáticos de Cleveland Indians. Un murmullo de emoción. El pitcher se acomoda el sombrero típico de los beisbolistas, indica la jugada al catcher con un seña de truco pero con las manos. Un strike más y es “out” y triunfo para los que tiene la casaca blanca y rayada como un pijama, pero nadie contaba con el moreno Hayes.

Escupe tabaco, contiene la respiración y lleva el bate hacia adelante para reventar la bola que sale lejos del estadio. Con los años, un gordito de cachetes colorados la venderá por internet a un precio cósmico. Hayes se toca el pecho mientras avanza hacia el último lugar del diamante, saluda a su compañero Ricky Vaughn con el pulgar en alto y recibe la ovación del estadio. Acaban de hacer historia. Cleveland explota de emoción.

Fue en 1989 y hubiese significado todo un hito para el deporte estadounidense y sobre todo para la ciudad de no haberse tratado de una película, dirigida por David Ward, y que Willie Mays Hayes haya sido Wesley Snipe y Vaughn, el mismísimo Charlie Sheen, con anteojos. Tan increíble era la maldición de la ciudad del noreste de Estados Unidos que tuvieron que hacer una película en la que ganaban algo. 

Lo que no fue una película, aunque bien lo pareció, fue el título que Lebron James y compañía le dieron luego de 62 años de angustia. Los Cavaliers no sólo se quedaron con el primer anillo de campeón de la NBA en su historia sino que se convirtieron en los primeros en dar vuelta una serie desfavorable por 1-3, algo así como levantar dos match points, frente a unos Golden State Warriors históricos, que rompieron todos los records de la temporada regular.

Cleveland, conocida por tener el Salón de la Fama del Rock n`Roll, ya había llegado en dos oportunidades a la final de la NBA: en 2007 fue 4-0 para los Spurs del mejor Manu Ginóbili (más Fabricio Oberto) y el año pasado sufrió la cataratas de triples de Stephen Curry. Antes, la ciudad había alcanzado su máxima gloria con los Indians (existen, no son ficción), que fueron campeones en 1920 y 1948. Los Browns ganaron la NFL (el fútbol de ellos) en ‘50, ’54, ’55 y ‘64, mientras que en la NHL, la de hóckey sobre hielo, los Barons nunca ganaron nada y desaparecieron en 1978.