Las organizaciones sociales de la más variada dimensión se multiplican, buscando aliviar los problemas de alimentación en la comunidad, a medida que se profundiza el perverso camino de desprotección de los sectores más humildes que está íntimamente asociado a la evolución económica del neoliberalismo.

Hay grupos cuyo origen es definidamente político partidario; otros son de centros estudiantiles universitarios; de iglesias; de gente de buena voluntad, en el límite.

Hay un objetivo claro: bajar el costo final de los alimentos.

Podríamos identificar dos metodologías centrales, más allá de algunas variantes menores:
a) Vincular de la manera más directa posible a productores con consumidores, eliminando la apropiación de renta que realizan intermediarios pasa manos, comerciantes mayoristas o minoristas de cualquier dimensión.
b) Apelar a grandes distribuidores de producto, sean Mercados Centrales de frutas y verduras o mayoristas de productos envasados, buscando en sus intersticios las ofertas, las competencias ocasionales por exceso de oferta o segundas o terceras marcas que logran llegar hasta allí.

La virtud del primer camino es que puede rescatar a los productores más pequeños de su camino a la desaparición, por el trabajo a nivel de subsistencia que le imponen las cadenas de proveedores, dueños de la tierra o mayoristas, de las que dependen. El problema es que se busca dos objetivos a la vez: recuperar renta para los productores y conseguir mejor calidad y precio para los consumidores, metas que no siempre son totalmente compatibles.

La práctica demuestra que esta lógica de productor a consumidor es especialmente seductora para los sectores medios, que se identifican con relativa facilidad con el propósito de la tarea y son flexibles en cuanto a las condiciones de precio final, poniendo mayor énfasis en la calidad del producto.

El camino alternativo, de concentrarse en conseguir el mejor precio para el consumidor, sin poner en foco al productor, es el que eligen quienes se dirigen a la población con tan pocos recursos económicos que no puede distraer un peso – eso se postula – en consumos de alguna sofisticación, porque en esencia es probable que ni siquiera llegue a completar la canasta necesaria con los fondos que dispone.También participan de esas compras una fracción de sectores con mayor poder adquisitivo, pero con una mirada estrictamente de consumidores, que se desentienden de la posible explotación a productores que hay detrás de precios del Mercado Central o de La Salada en el caso de la indumentaria.

Específicamente para la población con recursos muy limitados, se busca garantizar el menú básico de calorías – aceite, grasa comestible, fideos, harina, arroz, yerba, azúcar – recorriendo el mismo camino que esos grupos transitan cuando no hay asistencia externa, pero buscando reducir su costo. A esa lista se procura agregar pollo y menudencias vacunas, dejando de lado casi totalmente las verduras y frutas, salvo la papa, cebolla, tomate, naranja y poco más. Es decir: Se configura de entrada una canasta alimenticia sesgada e incompleta, porque se considera que el escenario es todo el tiempo fronterizo con la indigencia.
Lo descripto es lo que parece estar sucediendo en el ámbito de cooperación social con la comunidad, a partir de las visiones y prácticas de varios grupos en el terreno concreto.

Con la gente adentro

El análisis que sigue difiere de casos anteriores, donde se analizó acciones de gobierno, planteando las opciones que surgirían al aumentar la participación de los involucrados.

Por lo dicho, el gobierno actual ni siquiera ha tomado nota que las cadenas de producción y comercialización están concentradas, al punto tal que hasta los productores de leche o de pollos están amenazados por el avance sin pausa de las grandes corporaciones. Todo lo que se ha descrito aquí para mejorar la disponibilidad de alimentos, surge de iniciativas populares variadas y hasta ahora dispersas, que comienzan lentamente a aglutinarse.

Demos dimensión al escenario actual. Tomando como referencia al área Metropolitana – donde por cierto es mayor el número de iniciativas – los esquemas de acercamiento de productores a consumidores involucran a cerca del 1% de la población de clase media que podría participar. Respecto de los compatriotas más pobres, el efecto de las iniciativas sociales es aún menor, pasando directamente a los merenderos o comedores comunitarios, un esquema asistencial por definición transitorio y no deseable, que marca justamente la falta de abastecimiento autónomo de alimentos para millones de personas.

Pensar este tema – básico si los hay – con la gente adentro, lleva a identificar cómo sumar voluntades en caminos correctos – como es eliminar intermediaciones – y además cortar nudos gordianos evidentes, ya que nadie podrá consumir los alimentos que requiere si los debe conseguir con dinero que no dispone, por más baratos que sean.

Primera condición: Aumentar el involucramiento de la clase media en esquemas de relación cercana de productores y consumidores. Aspirar a que en pocos años el 10% de la población de recursos medios entienda y asuma esta práctica permitiría que las organizaciones que se aplican a esta tarea, articuladas entre sí y agregando las que se sumen debidamente, aumentaran un 1000% los volúmenes que distribuyen, generando los siguientes beneficios en paralelo:
. Capital operativo para sumar productores directos al sistema, de toda la Argentina.
. Seguridad de los productores – la inmensa mayoría familiares – de una demanda en volumen importante que les permitiría planificar su actividad y su vida con otra esperanza de trascendencia.
. Creciente diversidad de oferta a los consumidores, con la calidad consolidada y precios ya definitivamente más convenientes que por los canales actuales.

Un sistema robusto de abastecimiento sin especulación a los sectores medios habilita además a sumergirse en el núcleo más duro: cómo asegurar la alimentación de los más humildes.

Segunda condición: Sumar a la militancia social y política, incluyendo las iglesias de sana orientación, a esquemas de abastecimiento barato de alimentos combinados con esquemas de auto producción en la base social.

No cabe duda que la solución definitiva del problema pasa por sumar al trabajo digno a los millones de personas hoy sumergidas por un sistema que en lugar de redes de contención utiliza cernidores, con los que descarta a su suerte a cada vez más gente. Las propuestas y acciones que un gobierno popular debería ejecutar o que se debería reclamar a cualquier gobierno, son motivo de otros documentos. Pero en paralelo es necesario mejorar la alimentación popular, contra viento y marea.

Hay formas no exploradas, que tal vez estén disponibles con rapidez.

Los pequeños quinteros del Gran La Plata tienen posibilidad de acordar programas de trabajo voluntario y temporario con barriadas humildes, entregando en pago producto, valorizado en términos justos para ambas partes.

Es posible apropiarse con alcance comunitario de la lógica del excelente Plan ProHuerta, en vigencia hace muchos años, agregándole mecanismos de distribución barrial de excedentes.

Las panificadoras sociales han demostrado su viabilidad absoluta y ya hay suficientes ejemplos diseminados por el país como para pensar en convertirlas en parte de una propuesta de movimientos sociales.

La producción de pollos y huevos en pequeña escala puede repotenciarse si se integra con fuerza a una demanda popular. Y así siguiendo.
Se reitera: No es posible conseguir que quien no tiene dinero compre su comida, por barata que se le ofrezca. Es posible, en cambio, organizar que produzca parte de ella. Ese desafío, invisible e ignorable para los tiempos liberales, puede ser asumido por el caldero social que comienza a ebullir en toda la patria sumergida.

Enrique M. Martínez
*Instituto para la Producción Popular