Comienza una nueva etapa para aquellos países que dejaron de estar al otro lado de la cortina de hierro a principios de los ’90. Las últimas décadas han marcado para el oriente europeo una suerte de bifurcación en la que puede optar por acercarse a la Unión Europea o aliarse a Rusia. Algunos, como Polonia o la República Checa, se han encaminado indudablemente con dirección a occidente, mientras que otros, como Ucrania o Moldavia, fluctúan de acuerdo con sus propios resultados electorales. Para todos ellos representa un desafío la llegada al poder de Donald Trump, un hombre que ha denostado a la OTAN, ha celebrado el Brexit y cuenta con la particular simpatía del Kremlin.

Al menos por lo que ha sido su campaña y el proceso de transición, el nuevo presidente estadounidense promueve políticas mucho menos intervencionistas que sus antecesores para buena parte del planeta. La Unión Europea pasaría entonces a cumplir con el rol de supuesto garante global de la seguridad, pero en Bruselas siguen lidiando con el duro golpe que significa la salida del Reino Unido del bloque. Mientras el Oeste mira hacia otro lado, el oso del Este se despierta y comienza a reclamar terreno.

En ese sentido, el candidato propuesto por Trump a secretario de Estado, Rex Tillerson, es un punto fundamental. El ex CEO de la gigantesca petrolera ExxonMobil se opuso fuertemente a las sanciones económicas a Rusia impulsadas por la gestión de Barack Obama, y mantiene estrechas relaciones con Vladimir Putin, quien en 2013 le entregó la medalla de la Orden de la Amistad.

Dos años antes promovió un acuerdo de cooperación con la petrolera estatal rusa Rosneft para la explotación de yacimientos en Siberia. Mientras aún se discute la influencia del Kremlin en las elecciones estadounidenses de noviembre, la candidatura de Tillerson está en manos del Senado y su cercanía con Rusia no es vista con buenos ojos ni por demócratas ni por republicanos.
Pero la relación con Putin no solo preocupa al Congreso estadounidense. Desde que se anunciaron los resultados electorales, Ucrania en particular carga con un predecible alarmismo. El país comenzó un largo proceso de inestabilidad en 2013, cuando el por entonces presidente Viktor Yanukovich decidió darle la espalda a la Unión Europea, siguieron las protestas en casi todo el país y los interminables enfrentamientos en el este, donde la mayoría de la población es rusa.

El magnate norteamericano dijo en campaña que consideraría aceptar la anexión de Crimea y dejaría de apoyar financieramente a Kiev en el marco de sus enfrentamientos en Donetsk y Lugansk con separatistas pro-rusos. La semana pasada fue aun más lejos y sugirió terminar con las sanciones impuestas a Rusia desde su intervención militar en Ucrania. Para Kiev, Trump será un aliado de Putin o al menos no lo enfrentará abiertamente, y las dos opciones son malas.

En cambio, en pocos países se celebró tanto el triunfo de Trump como en Serbia, el más fuerte aliado de Rusia en el sudeste europeo. Para muchos serbios Hillary Clinton representaba los bombardeos que en 1999 asolaron el país, ejecutados por la OTAN y promovidos por el entonces presidente Bill Clinton. Especialmente los más nacionalistas ven en Trump no solo a un enemigo de los Clinton sino también a un amigo de Rusia y, por carácter transitivo, a uno de Serbia. Y no faltan los que guardan la esperanza de que el nuevo presidente retire el tradicional apoyo estadounidense a Kosovo, territorio independiente que Serbia reclama como propio.

Del otro lado, los albanokosovares no quieren temer ningún cambio de rumbo de Estados Unidos, por eso la semana pasada la embajadora en Washington aprovechó un breve encuentro con Trump para recordarle que Kosovo es “la nación más proamericana de la Tierra”.

Además, parecería que las luces brillantes de las elecciones estadounidenses ocultaron que Putin se llevó no uno sino tres triunfos en noviembre pasado.

La misma semana en la que Trump se convirtió en presidente electo también ganaron elecciones dos pro-rusos en países que llevaban años alejados de Moscú. Por un lado, hoy asume como presidente de Bulgaria Rumen Radev, un excomandante de la Fuerza Aérea Búlgara que nunca antes había tenido relación con la política partidaria. Su país forma parte de la OTAN y de la Unión Europea, y no va a renunciar a ninguno de los dos, pero Radev se ha mostrado en más de una oportunidad cercano a Rusia, e incluso ha reclamado que la UE levante las sanciones que recaen en la tierra de Putin desde la anexión de Crimea.

Por el otro, desde 2009 la ex república soviética de Moldavia mantenía un fuerte proceso de acercamiento a la Unión Europea que incluía la firma de un acuerdo político-comercial en 2014. Como respuesta a estas negociaciones Moscú impuso severas restricciones a la importación de productos agrícolas moldavos. Por eso fueron los campesinos los que más festejaron el triunfo de Igor Dodon, miembro del Partido Socialista y declarado admirador del gobierno ruso, que anunció que cancelaría aquel acuerdo y buscaría acercarse a la Unión Económica Euroasiática. Punto para Putin. «