La batalla electoral norteamericana ha dado lugar a la guerra de acusaciones y de forcejeos judiciales. La noche de la elección Trump dijo que había ganado, pero estaban tratando de robarle la elección. Al día siguiente Biden devolvió el golpe cuando señaló que él “sabía” que tenía los votos electorales necesarios. Los respectivos equipos de abogados se lanzaron a solicitar recuentos de votos (los republicanos) o a demandar que “se cuente hasta el último voto” (los demócratas). Digamos, es como dos ladrones acusando al otro de robar.

Los grandes medios, como el New York Times y el Washington Post, plantearon que las acusaciones de Trump eran falsas. La BBC y el Financial Times de Londres se hicieron eco. Hasta la trumpista Fox News puso en duda la veracidad de su candidato. Pero las páginas interiores tenían artículos que por lo menos daban cierto pie a lo que decía Trump. Por ejemplo, mientras el Washington Post, en su portada del día 5 insistía en que no tenía pruebas de fraude, adentro un articulito informaba que el funcionario electoral del municipio de Willow, un zona muy trumpista en Wisconsin, había desaparecido con las urnas. Supuestamente, Biden ganó Wisconsin por 20 mil votos. Otro artículo informaba que por un “error de informática” habían reportado el triunfo de Biden en Arizona cuando en realidad aún faltaba contabilizar el 20% de los votos emitidos, y sólo le llevaba 60 mil votos a Trump.

Rudolph Giuliani y los abogados de Trump presentaron varias demandas en las que solicitaban que se permitiera el ingreso de sus “observadores” para controlar el conteo. A pesar de las decisiones judiciales favorables en Pennsylvania, los observadores fueron impedidos de acceder a menos de 20 metros de los funcionarios que contaban los votos. Y en Wisconsin plantearon que, una vez retirados sus observadores, “a eso de las 4 am aparecieron 120 mil votos que fueron contabilizados”. Alegaron que en Michigan fueron empadronados miles de votantes el mismo día de la elección, mientras que en Detroit miles de votos en blanco o impugnados fueron contados para Biden, y el 72% de las urnas tenía discrepancias entre votos emitidos y contados. La diferencia entre ambos en Michigan es de 140 mil votos. En Wisconsin se informó que había votado el 71% de los ciudadanos en edad de votar; implicaba que el día de la votación habrían empadronado 400 mil personas ya que el 30% de los posibles electores no figuraba en el padrón electoral el 2 de noviembre. Una buena pregunta: ¿cómo hicieron los republicanos para ganar diputados en Michigan, Minnesota, Nuevo México y perder los estados en la presidencial?

La batalla es enconada, aunque hayan declarado el triunfo de Biden. Políticos y tribunales insisten en desestimar las denuncias trumpistas. Y Wall Street celebró los resultados con alzas en la Bolsa. Eso no quita cosas que llaman la atención. El jueves 5, temprano, Trump iba delante de Biden en Pennsylvania por 10 puntos; por la tarde iba detrás por una décima. Eso significaría que el 80% de los votos contados en esas horas fueron todos para Biden. En Georgia pasó algo similar. En los otros estados “indecisos” (Arizona, Carolina del Norte, Wisconsin y Nevada), Biden iba ganando el viernes 6 a la noche por apenas décimas. En Alaska, en cambio, Trump le llevaba 30 puntos al demócrata. De ahí que Giuliani haya solicitado el recuento de votos, sobre todo porque están contabilizando votos que llegan sin sello postal y sin cotejar las firmas de los votantes. Las irregularidades son múltiples. Medios y políticos insisten en que Trump está debilitando el sistema democrático. Parece que los sectores dominantes ya decidieron que ganó Biden. ¿Lo aceptará Trump? ¿Lo aceptarán los trumpistas? Los trumpistas se van a movilizar, aun si Trump cede a las presiones y acepta la derrota. No sería la primera vez que algo así ocurre: recordemos a Ross Perot en 1992 y a Al Gore en la elección de 2000.

¿Quiénes son los grandes perdedores? Primero, los encuestadores que erraron sus pronósticos. Segundo, los mismos demócratas, ya que, al cierre de esta edición, cada partido sumaba 48 senadores, los republicanos aumentaban sus diputados en ocho (los demócratas perdían cinco) y ganaron un estado (Montana), con lo que controlan 27 de las 50 gobernaciones. Pero el gran perdedor de la noche fue la legitimidad del sistema electoral norteamericano. Por eso, durente estas horas, reiteramos gane quien gane, los partidarios del perdedor estarán convencidos de que les robaron la elección. Y lo más probable es que tengan razón. «