Las obras completas de un escritor son casi la única cosa completa que se puede tener en el mundo. Mientras las cucharadas heredadas de la abuela se pierden y la vajilla se rompe con el uso, las obras completas de un autor nos dicen que, después de todo, no es tan cierta la afirmación de Heráclito que asegura que no podemos bañarnos dos veces en el mismo río. Ese universo aparentemente inmóvil, inmodificable, nos da la sensación de que por fin hemos logrado detener el incesante flujo del tiempo.

Por estos días de absoluta incertidumbre apareció el tercer tomo de las crónicas completas de Hebe Uhart en una magnífica edición de Adriana Hidalgo, que antes había publicado con el mismo cuidado sus cuentos y sus novelas. Hebe fue, además de una extraordinaria cuentista y novelista, una cronista fantástica, aunque ella se autoconsiderara una “cronista de cabotaje” porque, como en su narrativa, le gustaba dejar registro de lo pequeño. El volumen tiene una presentación de Julia Saltzman y un prólogo de Mariana Enriquez.

Es bueno encontrar refugio en este tercer tomo de su obra.  Recuerda los tiempos en que se podía viajar, aunque Hebe sería una excelente cronista incluso si no viajara más que alrededor de su cuarto como lo hizo Xavier de Maistre. Todos sus relatos de viaje nos aseguran un viaje extraordinario sin tener que salir de casa y, en conjunto, los tres tomos nos dan la sensación de poseer algo seguro cuando a nuestro alrededor nada lo es, de experimentar quizá un mezquino sentimiento de propietario de una casa a la que siempre podremos volver porque siempre nos estará esperando.

Hebe murió en octubre de 2018. Pocos meses atrás había publicado su último libro de crónicas, Animales. Ella, que egresó de la carrera de Filosofía, seguramente sin proponérselo, le pateó el tablero a Descartes y su centralismo humano. Cuando aparecieron estas crónicas ilustradas por ella, refutando la teoría de que el hombre es el único animal que tiene conciencia de sí mismo, le dijo a Tiempo Argentino: “Cualquier bicho que se mire al espejo, y los chimpancés lo hacen no sólo para ponerse adornos, sino también para mirarse si tienen alguna herida pequeña, demuestra que tiene un protoyo, una especie de conciencia de sí mismo.” Y agregó: “(…) comparto lo que piensan las comunidades indígenas, justamente que el hombre es parte de un todo, porque lo es. Hoy se habla del ´animal humano´, lo que indica que el humano es un animal como cualquier otro, sólo que en un contexto cultural se desarrolló de una manera determinada.”

No participaba de la soberbia de creer que en la superioridad del género humano. Tampoco de las vanidades farandulescas del mundo literario y su exaltación del yo. Solía hablar de “libritos” usando el diminutivo para romper con la solemnidad que conlleva la palabra “obra”. Lo señala acertadamente Enriquez cuando dice: “Si algo caracterizaba a Hebe Uhart era su falta total de pretensión e impostura, la incomodidad extrema cuando se le pedía actuar los rituales del escritor consagrado.”  A veces, a pesar de su aparente fragilidad y de su atildado aspecto de maestra de escuela que va puntualmente a la peluquería una vez por semana, echaba mano de recursos un tanto drásticos para desacralizar los lugares comunes del ambiente cultural. En una nota de El País y en otra de Irene Gruss se reproduce una anécdota contada por Samanta Schweblin que Hebe protagonizó en una mesa organizada por el centro cultural San Martín. Le tocó hablar en último término, cuando el auditorio se debatía entre echarse una siestita en la butaca o huir con disimulo. “Les voy a contar un sueño, dijo cuando le tocó el turno. Soñé que cogía con Maradona.” Y a continuación contó su sueño.

De aquí para allá

“Yo empecé a hacer los viajes –explicó Hebe alguna vez- porque se me agotaron las ganas de escribir ficción y me pareció más revelador salir por el mundo a mirar. Pero si sigo haciendo viajes tengo que pensar qué es lo que hago. Porque no quiero volverme automática. Yo quiero que me salgan plumas nuevas.”

La edición de sus crónicas completas demuestra que, efectivamente, las plumas le salieron. El volumen reúne no sólo sus crónicas editadas –“Viajera crónica” (2011), “Visto y oído” (2012), “De la Patagonia a México” (2015), “De aquí para allá (2016)” y “Animales” (2017)- sino también algunas inéditas en formato libro, como las que hizo para El País Cultura de Montevideo y la que escribió sobre su experiencia con el psicoanálisis para la revista La mujer de mi vida. Además, el volumen incluye, para decirlo en un término antiguo que seguramente le hubiera gustado a Hebe, una yapa: varias crónicas que se encontraron en su computadora referidas a temas diversos, incluida su propia internación.

El volumen de sus crónicas de casi 900 páginas permite ver con claridad que, al igual que sucede con sus cuentos y sus novelas, tal como lo señala Elvio Gandolfo, en Uhart “un modo de mirar produce un modo de decir”.

¿Pero cuál es esa mirada? La de un antropólogo que observa su propio mundo y su propia cultura como si le fueran ajenos y lo que ve le resulta absolutamente extraño. Parafraseando el título de un libro de Oliver Sacks, podría decirse que era y escribía como si fuera “un antropólogo en Marte”. No es retórica poética decir que, cada vez que miraba, estrenaba un asombro. No por casualidad estudió filosofía, una disciplina que nace de la perplejidad. Y tampoco por casualidad a partir de 2011 se dedicó a la crónica. ¿Qué otro género exige más una mirada aguda, una observación asombrada?

A diferencia de lo que nos pasa a la mayoría, Hebe nunca olvidó que vivir es algo realmente extraño; que el mundo, los seres y las cosas constituyen un enigma indescifrable. ¿Hay algo más raro que existir aunque la rutina nos acostumbre a hacer un hecho cotidiano de lo extraordinario?


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(Foto: Gentileza Agustina Fernandez)

Por eso no necesita viajar al país más lejano de Oriente para hacer una crónica maravillosa. Le basta con ir hasta un pueblito cercano a Gualeguaychú o a una comunidad indígena. Lo extraordinario no está en los espacios, sino en la forma de mirarlos. Ella misma lo dice con claridad cuando afirma: “Quién dictamina qué cosas son mínimas o máximas. No hay jerarquías de lo que es importante para escribir. La importancia la da el que escribe.”

Quizá por este asombro siempre renovado, un tesoro de la infancia que suele esfumarse con los años pero que Hebe conservó siempre, es que para hablar de su escritura se han utilizado adjetivos como “simple”, “minimalista” y naïve. Este último adjetivo le resultaba intolerable. “Lo de naïve –se defendió alguna vez- tal vez venga de que y trabajo con material de cosas que pasaron hace ya mucho, y entonces quedan con ese tonito medio elaborado, ya visto; digamos que el conflicto ya está oculto (…) Eso puede ser lo que dé cierta pátina de ingenuidad. Pero yo no creo que sea naïve, porque parece como fama de pelotuda, ¿o no?”

Archivos de Word

Y aquí viene la anunciada yapa: las crónicas que no fueron incluidas en ningún libro y aquellas que sólo parpadearon en la pantalla iluminada de la computadora y luego volvieron a la oscuridad de esa caja misteriosa.

Entre estas últimas “El circo por dentro” muestra a Hebe en toda su capacidad de asombro. Allí narra que va por compromiso y sin ganas a una muestra referida al circo a la que la invitó una alumna de su taller literario. “Deben ser cuatro o cinco fotos, de paso camino un poco, me quedo media hora y para premiarme el esfuerzo me tomo un café por ahí. Pero no eran cuatro o cinco fotos, era un espectáculo en que tocaban las viejas bandas (la música les marca a los artista el momento en que deben entrar) y al terminar, hubo malabares y gimnasia con aro.” Su alumna, Diana, había nacido en el circo. Al escuchar la banda la madre de Diana comienza a llorar y Hebe, que no iba dispuesta a la emoción, también llora desde la butaca, “(…) varios llorábamos por el viejo circo con animales perdido allá lejos…” sin temor de que su nostalgia sea blanco fácil del cinismo de ciertos escritores para los que las emociones no son materia literaria y el circo es un tópico gastado y poco prestigioso.

En “Un recuerdo de mi vida privada” el archivo tiene una anotación en lápiz: ¿publicado? En esa crónica deja de lado el pudor que le provoca el pronombre “yo” para contar un hecho íntimo y narrar la historia de un novio borracho y poeta que tuvo unos 30 años antes del momento en que escribe y al que creía poder curar de su alcoholismo. También aquí saca a relucir su autenticidad que la obliga a prescindir de edulcorantes artificiales para hablar del amor: “(…) estaba cansada de que a la hora en que salía quedaban durmiendo en una de las piezas, absolutamente desocupada, dos o tres borrachos que se pasaban toda la noche jodiendo con Góngora y Quevedo; no me dejaban dormir.”

“Yendo de la cama a casa” es una crónica publicada en “Radar Libros” el 21 de octubre de 2018, es decir, 10 días después de su muerte. Es allí donde se transforma en observadora de sí misma y del entorno para narrar su internación, primero, en terapia intensiva y luego, en terapia intermedia y también su regreso a casa. Si hay algo que sorprende en esa crónica es su distancia y su sobriedad para contar la temporada que pasó en el infierno. Ni grandes adjetivos, ni climas oscuros ni lamentos de sufriente. Sólo ese tenaz asombro, esa curiosidad inclaudicable, esa mirada de antropóloga en Marte para hacernos saber qué extraordinariamente extraordinario es lo ordinario.

Hebe Uhart vista por los demás

Fogwill

“Hebe Uhart es la mayor escritora de la Argentina.”

Julia Saltzman

“No hay solemnidad (en HU), pero tampoco simpleza, sino una inteligencia penetrante, aguda y sin sarcasmo, nunca condescendiente pero sí bañada de comprensión y gentileza. Una especie de igualitarismo primordial por el cual cualquier cosa, cualquier ser es digno de atención, de volverse interesante para la narradora y sus lectores.”

Elvio Gandolfo

“Hebe Uhart se encuentra entre aquellos escritores donde un modo de mirar produce un modo de decir, un estilo: Eudora Welty, Felisberto Hernández, Mario Levrero, Juan José Millás, Rodolfo Fogwill o Clarice Lispector.”

Haroldo Conti

«Su escritura es tan simple que por momentos parece infantil. Pero de simpleza en simpleza uno penetra en honduras y laberintos donde solo se puede avanzar si se participa de la magia de ese nuevo mundo. Ni aclara, ni completa una realidad conocida. Revela o, mejor dicho, ella misma es una realidad única. Era la “mirada Uhart”. Haroldo Conti distinta», La gente de la casa rosa (1972).

Carlos Pardo                                             

“Cada frase de Hebe Uhart es una lección de cercanía y la evidencia de que es una de las mejores escritoras de nuestro idioma”.




















Hebe Uhart


vista por 


los demás



Fogwill


“Hebe Uhart es la mayor escritora de la Argentina.”


Julia Saltzman


“No hay solemnidad (en HU), pero tampoco simpleza, sino una inteligencia penetrante, aguda y sin sarcasmo, nunca condescendiente pero sí bañada de comprensión y gentileza. Una especie de igualitarismo primordial por el cual cualquier cosa, cualquier ser es digno de atención, de volverse interesante para la narradora y sus lectores.”



Elvio Gandolfo


“Hebe Uhart se encuentra entre aquellos escritores donde un modo de mirar produce un modo de decir, un estilo: Eudora Welty, Felisberto Hernández, Mario Levrero, Juan José Millás, Rodolfo Fogwill o Clarice Lispector.”



Haroldo Conti


«Su escritura es tan simple que por momentos parece infantil. Pero de simpleza en simpleza uno penetra en honduras y laberintos donde solo se puede avanzar si se participa de la magia de ese nuevo mundo. Ni aclara, ni completa una realidad conocida. Revela o, mejor dicho, ella misma es una realidad única. Era la “mirada Uhart”. Haroldo Conti distinta», La gente de la casa rosa (1972).



Carlos Pardo                                                    


“Cada frase de Hebe Uhart es una lección de cercanía y la evidencia de que es una de las mejores escritoras de nuestro idioma”.




























Hebe Uhart


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“Hebe Uhart es la mayor escritora de la Argentina.”


Julia Saltzman


“No hay solemnidad (en HU), pero tampoco simpleza, sino una inteligencia penetrante, aguda y sin sarcasmo, nunca condescendiente pero sí bañada de comprensión y gentileza. Una especie de igualitarismo primordial por el cual cualquier cosa, cualquier ser es digno de atención, de volverse interesante para la narradora y sus lectores.”



Elvio Gandolfo


“Hebe Uhart se encuentra entre aquellos escritores donde un modo de mirar produce un modo de decir, un estilo: Eudora Welty, Felisberto Hernández, Mario Levrero, Juan José Millás, Rodolfo Fogwill o Clarice Lispector.”



Haroldo Conti


«Su escritura es tan simple que por momentos parece infantil. Pero de simpleza en simpleza uno penetra en honduras y laberintos donde solo se puede avanzar si se participa de la magia de ese nuevo mundo. Ni aclara, ni completa una realidad conocida. Revela o, mejor dicho, ella misma es una realidad única. Era la “mirada Uhart”. Haroldo Conti distinta», La gente de la casa rosa (1972).



Carlos Pardo                                                    


“Cada frase de Hebe Uhart es una lección de cercanía y la evidencia de que es una de las mejores escritoras de nuestro idioma”.