“Mirá hermana, a nosotros no nos va a matar el Covid, a nosotros nos va a matar el hambre” le dijeron en una comunidad indígena a Orfilia Susy Martínes, una pobladora wichí de Sauzalito, Chaco. Susy estaba recorriendo los territorios, repartiendo lo que consigue por fuera de los canales oficiales. No fue sólo la frase lo que le quedó resonando. “Es muy triste ver cómo vive la gente. Es una necesidad muy grande que hay. Viven en un plástico, duele. Acá tenemos un centro de salud. Hay un compañero que trabaja dentro del hospital. Pero ahí tendría que haber una mujer indígena ayudando a la gente que no entiende castellano”.

Susy sabe que la situación es crítica para las poblaciones indígenas de nuestro país: la pandemia por Covid 19 potenció y expuso desigualdades históricas. Lo dice el informe “Efectos socioeconómicos y culturales de la pandemia Covid-19 y del Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO) en los pueblos indígenas en Argentina”, trabajo realizado en conjunto por equipos de investigación de universidades de todo el país. “Esta coyuntura agrava la situación de desigualdad socioeconómica, la irregularidad en la posesión de las tierras que habitan, la histórica invisibilización, estigmatización y, en ocasiones, criminalización asociada a su condición sociocultural”, dice el informe.


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Ilustración: Florencia Capella

Si en situaciones de emergencias de salud pública, la información es el primer recurso que permite a la población tomar decisiones para cuidarse. ¿Cómo se enteran de los cuidados para protegerse del Covid 19 quienes no manejan el castellano? De acuerdo al Mapa “Idiomas indígenas en el presente” que elaboró un equipo del Centro Universitario de Idiomas (CUI) de la Universidad de Buenos Aires, en nuestro país existen al menos 36 lenguas originarias. De todas ellas, 15 tienen hablantes activos y 9 están en proceso de “revitalización”.

¿Vos podés traducirme?

En Sauzalito, hace diez años que Susy acompaña como “traductora voluntaria a personas de la comunidad que necesitan hablar con la comisaría, el juzgado, el hospital, el banco”. Su intermediación, indispensable para quienes no hablan castellano, no tiene renta ni apoyo económico. De chica Susy trabajó “en casa de blancos” donde aprendió el castellano. Hoy tiene un pequeño bazar y vive frente de la comisaría, en la esquina del banco. Así que muy a menudo es convocada para hacer de intérprete en diversas situaciones.

“’¿Vos podés traducirme? Esta señora quiere hacer una denuncia porque le violaron la hija. Yo no le entiendo a la señora’, me dijo el policía. Entonces me fui y le pregunté en wichí ‘¿Qué es lo que me quiere decir? ¿Qué me quiere contar?’. Ella me contaba en idioma, yo traducía en castellano y ellos escribían en la computadora. El agresor era criollo, pero a veces son violadas por la propia pareja. Acá no tenemos justicia. Siempre pasan estas cosas”, dice.

Laura Méndez es comunicadora coya e integra la Comisión Directiva de la Comunidad Cueva del Inca, Tilcara, Jujuy. Para ella, muchas personas indígenas ejercen el rol de intérprete “de corazón, en sentido humanitario” porque “saben hablar bien el idioma castellano. Ayudan a evitar que más gente muera en sus territorios. Ahora además de la desnutrición, se suma la pandemia”.

La emergencia sanitaria puso en primer plano la centralidad de los cuidados individuales y colectivos. En un país habitado por una diversidad de naciones indígenas, con diversas cosmovisiones de salud y gran variedad lingüística; ¿cuáles son los desafíos de la comunicación pública en salud? ¿es posible hablarle a toda la población de un país sin homogeneizar? ¿son necesarias estrategias diferenciadas para promover el acceso a la salud de toda la población?

“Lo que se difunde en campañas mediáticas se hace desde un imaginario que no tiene nada que ver con nuestros pueblos. Te dicen ‘lávate las manos‘ y no hay agua. Se descontextualiza, no tiene que ver con los contextos comunitarios. La persona que oficia de intérprete no hace una traducción literal sino cultural y social, temas que no contemplan las campañas”, agrega la comunicadora coya.

En Argentina, casi 1 millón de personas pertenece a algún pueblo indígena según el censo 2010, es decir, el 2,4 por ciento de la población. Y el Registro Nacional de Comunidades Indígenas reconoce al menos 36 pueblos originarios. No obstante, las organizaciones alertan que su presencia está subrepresentada tanto el censo como el registro. Por un lado, por el borramiento identitario que es herencia de la persecución y el terror instalados por aquel genocidio originario en el que se fundó nuestro país. Y por otro, por críticas a las propias técnicas censales y registrales, tanto por la metodología estadística como por la burocracia necesaria para registrar una comunidad.

Identificación étnica en tests


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Ilustración: Florencia Capella

Las estadísticas en salud en nuestro país aun no consultan ni registran la pertenencia étnica. Pero por primera vez, la ficha de notificación de caso sospechoso o confirmado de Covid 19 pregunta si se declara “pueblo indígena” y “etnia”.

“Se incorporó la identificación étnica en algunos tests, pero sin ninguna difusión previa. Así que hay que insistir en la afirmación de los derechos a la identidad para que cada persona testeada sepa que puede decir su pertenencia”, explica Verónica Azpiroz Cleñan, una politóloga mapuche que vive en la comunidad rural Epu Lafken, cercana a la ciudad de Los Toldos, provincia de Buenos Aires.

Doctoranda en salud colectiva (UNLA), integra el Tejido de Profesionales Indígenas, organización que encabezó la campaña “Que la peste no te borre”, destinada a la población mapuche en el marco de los operativos de detección de Covid. “Somos mapuche en el campo y en la ciudad”, narra en el spot bilingüe que se puede ver en Instagram. Y en relación al acceso a la salud, es tajante: “si solamente el sistema público de salud va a seguir siendo castellano-parlante se está generando la primera barrera de acceso al sistema, que es la lingüística”.

Estigmatización y maltrato hospitalario

Al inicio de la pandemia, Chaco fue el tercer distrito más afectado del país, luego de Ciudad de Buenos Aires y provincia de Buenos Aires. El epicentro de los contagios por Coronavirus fue el Barrio Toba, habitado por el Pueblo Qom en las afueras de Resistencia. Algunos medios nacionales en seguida se encargaron de estigmatizar el lugar como “peligroso” donde es “difícil entrar” porque sus pobladores “no acatan las disposiciones de aislamiento”. En ese momento, diversas voces se alzaron para marcar que las políticas estatales debían involucrar a las mujeres indígenas de Barrio Toba, quienes cumplen un rol fundamental en la transmisión de los cuidados comunitarios.

Fundación Napalpí también alertó que “debido a la situación de los pueblos indígenas, la medida de cuarentena no es vivida de la misma manera: las familias indígenas no pueden cubrir las necesidades básicas para combatir al coronavirus, un claro ejemplo es que la gran mayoría de las comunidades no accede al agua segura, es decir no accede al agua en un día normal y ni que hablar del servicio eléctrico, sumado a la falta de solvencia económica que impiden la adquisición de alimentos y medicamentos por muchos días, entre otras cosas indispensables para la higiene”.

El maltrato histórico del sistema de salud también se potencia en pandemia. Aureliana González, dirigente qom de Pampa del Indio, Chaco, dijo a Presentes que durante la pandemia “muchas mujeres qom no quieren ir al hospital por el maltrato. Hay madres que no entienden el castellano. Entonces es difícil de expresar. Mi mamá fue partera indígena y en ese momento, todas las madres podrían tener su parto domiciliario. No estamos en contra del médico. Pero también tenemos nuestros saberes. En algún momento nos van a tener que entender los roqshé (no indígenas en qomlaqtac)”.

La dirigente integra el grupo Qomlashepi “Madres cuidadoras de la cultura qom”, un espacio que trabaja en red con el objetivo principal de recuperar la cultura de ese pueblo indígena. En tiempos de pandemia, el escaso acceso a internet y las fuertes tormentas dificultaron su trabajo: “Tuvimos talleres virtuales sobre nuestra cosmovisión, capacitando a otras mujeres de Roca, de Fortín Lavalle, Espinillo y Miraflores. Les damos actividades y empezamos a recordar lo que escuchamos de nuestras madres y abuelas por la pandemia”.

Tensiones y propuestas

Por un lado, el modelo médico hegemónico; por otro, saberes indígenas. En el medio, diversos paradigmas de salud que viven en tensión y generan preguntas y propuestas. “¿Cómo sería la referencia y contrarreferencia entre una obstetra y una püñeñülchefe (una partera tradicional mapuche)? ¿Acaso hay una sola manera válida de acompañar el embarazo? ¿Por qué le damos criterio de verdad a la ecografía y no al pellontun (técnica de visualización o diagnóstico de una dolencia)?”, se pregunta Verónica Azpiroz Cleñan desde Los Toldos. Desde Sauzalito Susy Martines subraya: “acá falta una persona que hable con las chicas y los varones de educación sexual integral en lengua wichí”.

Algo de eso realiza Griselda Villalba, promotora de salud mbya guaraní de la Comunidad Yryapú, Puerto Iguazú, Misiones. Ella trabaja en el Ministerio de Salud Pública hace siete años, es la encargada de la oficina de salud intercultural del SAMIC donde oficia de traductora y vive en la aldea donde realiza controles y talleres de Educación Sexual Integral y métodos anticonceptivos.

“Acá la mayoría de las chicas están con métodos. Lo que más se usa es el inyectable y el implante. Hacemos charlas en guaraní y en español. Vienen las doctoras y las ginecólogas, con el apoyo de los caciques. Y yo hago la traducción. No hay quien nos frene”, dice y sonríe.

Griselda ama su trabajo y está “muy orgullosa de ser guaraní”. En su aldea, la mayoría de las personas no entiende castellano y muy pocas saben leer. Y en su tarea se expresan las tensiones entre el modelo biomédico y otros saberes ancestrales: “Yo tengo un pacto con las ancianas. Donde me ven, me preguntan cosas, a veces me hablan de mi trabajo, me dan fuerza, me fortalecen. Y hacemos un intercambio con las chamanas. Acá nos curamos con medicina indígena, pero no podemos abusar de los remedios caseros, sobre todo con los chicos. La medicina guaraní también tiene un límite. Es un desafío muy grande y muy lindo”.

Diversas investigaciones etnográficas dan cuenta que las campañas “civilizatorias” colocaron a las mujeres indígenas en un rol secundario, marginalidad que les permitió conservar en mayor medida la lengua y gran parte de su cultura. Por eso, hoy tienen roles clave, tanto formales como muchas veces informales, para acompañar y compartir mensajes de prevención y promoción de salud.

Informar los riesgos para la salud que representa la Covid 19 en un país como Argentina -habitado por diferentes pueblos indígenas con distintas concepciones de salud- es sin lugar a dudas un desafío. Y construir políticas que acompañen el crecimiento de comunidades más sanas, implica reconocer las opresiones que se dan desde la interseccionalidad: clase, etnia y género.

No se trata de “traducir” el modelo médico hegemónico, sino de encontrar diálogos entre los distintos saberes, de generar canales de confianza y de reconocer las estrategias que tienen los pueblos para enfrentar colectivamente sus problemas.


*La nota fue publicada originalmente en Presentes como parte de la alianza entre Tiempo y la agencia de comunicación feminista con base legal en Argentina y alcance regional.