Alberto Cormillot lleva más de medio siglo luchando contra la obesidad, y el gobierno de Cambiemos ha decidido apostar a su prestigio y experiencia para atender una problemática que se ha vuelto epidémica. Desde hace dos semanas coordina un área del Ministerio de Salud pensada a su medida e inédita hasta hoy: el Programa Nacional de Alimentación Saludable y Prevención de la Obesidad.
Según la última Encuesta Nacional de Factores de Riesgo, de 2013, el 57,9% de la población adulta tiene exceso de peso (el 37,1% tiene sobrepeso y el 20,8%, obesidad). Y el aumento de esos índices respecto de estadísticas previas muestra un incremento de un punto porcentual por año, “lo que nos deja en 2016 con un 60% de la población mayor de 18 años excedida de peso”, dice Cormillot, con una creciente incidencia en las tasas de diabetes, hipertensión y colesterol, entre otras patologías derivadas. El programa a su cargo buscará multiplicar la prevención, con guías de alimentación saludable y proyectos como el de incluir una materia en la currícula escolar, pero enfrenta dos desafíos mayores: los intereses de las grandes corporaciones de la llamada Big Food y las posibilidades reales de acceso a alimentos saludables de un amplio sector de la población acuciada por el recorte de su poder adquisitivo.

–Nosotros haremos propuestas: lo que podemos hacer, lo que se puede legislar. La idea es trabajar con la industria de los alimentos para que bajen grasas y/o azúcar y/o sal y/o harinas y/o calorías.
–¿Mediante acuerdos o regulaciones?
–Eso voy a poder contestarlo dentro de seis meses. Hoy estoy procurando hacer acuerdos. Ya los hubo en estos años, como el de reducción de sodio. Y regulaciones, como con las grasas trans. Y en los dos casos fueron progresivos. Hay empresas que están dispuestas a cambiar. Por ejemplo, Coca Cola va a presentar este miércoles una serie de cambios, que no me los puedo atribuir porque son globales.
–¿La idea es avanzar con un etiquetado frontal de los productos, que advierta sobre los contenidos no saludables? En diez días entra en vigencia en Chile una normativa muy rigurosa al respecto, resistida por las empresas.
–En Chile batallaron cuatro años para que saliera la legislación. Mi idea acá es ver cuál es el etiquetado posible, y que se legisle. La industria está viendo que si emprende ciertos combates está destinada a perderlos. Algunos empiezan a plantearse tener una presencia responsable ante la sociedad. El cigarrillo es una industria que, después de mentir mucho tiempo, tuvo que irse de los países centrales y ahora mata gente sin parar en Asia y África. Pero está destinada a desaparecer. La industria de la alimentación no puede desaparecer. Tiene que cambiar, reconvertirse. Y el azúcar tendrá que ir a la producción de combustibles.
–Este es un gobierno poco dispuesto a involucrarse en los costos empresarios. ¿El cambio se plantea sólo en términos de responsabilidad empresaria?
–Yo le digo a la COPAL (Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios): si entre todos toman la decisión de bajar, sal o azúcar o grasas o harinas, la regulación va a ser distinta. Porque las leyes tendrán que salir: la de etiquetado, la de sodio. Es el único modo de cumplir el desafío de ser el primer país que detenga la epidemia de la obesidad.
–¿No le teme al lobby empresario? La Ley de Obesidad, por la que usted tanto bregó, nunca se reglamentó.
–¿Sabés por qué se paró la Ley de Obesidad? Por tristeza, por indiferencia. Quedó muerta ahí, nadie la siguió. Fijate que otros sectores más militantes lograron muchas cosas, los diabéticos, los celíacos, pero los gordos no, porque se sienten culpables. No tiene prestigio la gordura como enfermedad. Pero volviendo a la industria de la alimentación, claro, los intereses son fuertes. Algunos acordarán y otros no.
–¿No es un contrasentido que, mientras se aboga por una alimentación saludable, se subsidie a McDonald’s?
–No conozco los detalles. En todo caso, yo no lo hubiera hecho, no parece una buena idea. Si es por generar empleo, se puede generarlo en otro lado. McDonald’s puede hacer cosas: ofrecer más frutas, agua más económica, bajar el sodio…
–O no promocionar comida hipercalórica para chicos con regalitos…
–Las comidas para los chicos no pueden venir con juguetes.
–¿Cree posible regular la publicidad engañosa sobre alimentos?
–Yo te digo cuál es mi postura, en esto soy talibán. Después vamos a lo posible. Yo creo que es delincuencial dar un mensaje pretendidamente saludable, falso. Contra eso tiene que ir la ley, porque hace daño a la población.
–¿Cómo se puede cambiar el paradigma de los alimentos hipercalóricos en los sectores más vulnerables en un contexto de inflación, despidos, aumento de tarifas?
–Bueno, hay cosas por las que puedo abogar y otras que me exceden. La primera entrevista que tuve fue con la gente de la Secretaría de Comercio. Les pedí que pongan más productos saludables en Precios Cuidados, y que lleguen para los comercios de proximidad, en los barrios. Y accedieron. A ver, yo he dado toda mi vida un mensaje a favor de la alimentación. No lo voy a cambiar ahora. (El ministro Jorge) Lemus me llamó y me ofreció hacerme cargo del área de nutrición, me dijo: «Queremos darle visibilidad a este tema». El jueves me encontré en la radio con (el jefe de Gabinete) Marcos Peña, me dijo: «Tenemos que avanzar con todo para mejorar la alimentación de la gente». Yo voy a ponerme objetivos, reducir tanto de esto y de esto otro en tanto tiempo, y tendré que mostrar hechos. Y si veo que no funciona, que no puedo producir un cambio, me iré, mi amor propio quedará lesionado, y el que se jode es el país, porque los chicos seguirán engordando. Nunca existió este puesto, me honra, todo bien con el bronce, pero voy a estar contento si puedo hacer algo. Si no, es un papelón. Cuando yo me siento con la industria, yo sé que lo que ellos quieren es vender y ganar plata, pero les da lo mismo si venden Coca común o Coca light, y ellos saben lo que quiero yo, que lo ideal es que tenga sabor pero sin azúcar, porque es lo que vengo diciendo hace 50 años. Habrá que acordar. O regular. «