Mientras la Real Academia noruega otorgaba el pasado viernes al presidente Juan Manuel Santos el Premio Nobel de la Paz, en La Habana se decidía prolongar indefinidamente el cese del fuego, un protocolo de seguridad para los guerrilleros hasta la consolidación de la paz y “escuchar” a los votantes que optaron por el No en el plebiscito del domingo pasado.

Por su parte, la clase política tradicional se reunifica aceleradamente para condicionar el camino hacia la paz. Contra esta maniobra de las cúpulas se alzan las clases medias progresistas que esta semana protagonizaron manifestaciones masivas. De la competencia entre ambas corrientes depende el futuro de Colombia.

Al otorgar el premio a Santos, el Comité Nobel noruego llamó a que se continúe y se respete el cese del fuego y advirtió a las partes que no podrán zafar de la presión internacional por la paz.

La distinción se terminó de definir bajo la presión popular interna. En la noche del miércoles 5 de octubre se realizaron en Bogotá y otras ciudades manifestaciones multitudinarias por la paz y la democracia, y la céntrica Plaza Bolívar de la capital sigue ocupada por decenas de tiendas erigidas como reclamo de una paz democrática. Según los organizadores, más de 100 mil personas se habrían congregado entonces en Bogotá. La marcha se reprodujo en Barranquilla, Cali, Santa Marta y Cúcuta e incluso tuvo eco en Londres, París y Nueva York.

Todos buscaron apropiarse de la manifestación. Aunque Santos finalmente no asistió, envió miembros de su gobierno. También «Timochenko», el jefe de las FARC, mandó una adhesión por Twitter. No obstante, los responsables de la movilización se resisten a la cooptación. Los “indignados” colombianos dicen que salieron a la calle impulsados por la “plebitusa”. En Colombia, llaman la “tusa” a lo que se siente al perder un amor.Ese fue el sentimiento de miles de colombianos cuando el domingo pasado ganó el No en el plebiscito. La “plebitusa” es, entonces, la energía que empuja a salir a la calle para sacarse la desazón.

Esta movilización salió al cruce del entendimiento entre las élites. Ese mismo miércoles por la mañana, Juan Manuel Santos había recibido en el Palacio Nariño a su antecesor, Álvaro Uribe Vélez, mientras que, en simultáneo, el ex presidente conservador Andrés Pastrana se reunía con el también ex, pero liberal, Ernesto Samper en su oficina de Bogotá. La casta dominante colombiana ve en la derrota política de la guerrilla la posibilidad de retomar las riendas del país y se apresura. Sin poder volver al monte, las FARC son las únicas perdedoras netas de la jornada del domingo 2.

Sacando las adecuadas conclusiones del proceso de esta semana, el gobierno de Colombia y las FARC acordaron el viernes mantener el alto al fuego «bilateral y definitivo» y discutir las propuestas de «ajuste» al acuerdo de paz que sean necesarias. Aunque en el plebiscito triunfó el rechazo a las concesiones jurídicas y políticas a los dirigentes rebeldes, ahora se impone renegociar un acuerdo que guarde las formas. En estas condiciones es determinante la carrera por el poder. Si desde abajo se forma rápidamente una coalición de fuerzas democráticas que vincule la paz con la democratización del país, Colombia puede tener una paz duradera por primera vez en 200 años. Si, por el contrario, la oligarquía reunificada impone la paz de los cementerios, el renacimiento de la violencia está programado. ¿Podrá la “plebitusa” convertir la tristeza del domingo pasado en una energía creadora que abrace a todo el país? «