La patota comandada por Mariano Martínez Rojas y los efectivos de la Comisaría 31 se comportaron como aliados. Distintos testigos corroboraron que los violentos actuaron al amparo de la fuerza antes y después de la irrupción.Nahuel De Lima fue el último de los tres trabajadores de Tiempo en ser echado de las instalaciones. Lo despertaron a patadas seis «culatas» que recibían órdenes de Martínez Rojas. Con hostilidad, le dieron sus zapatillas, las muletas –tiene una severa discapacidad– y lo dejaron en la calle.
En la puerta del diario, Nahuel se topó con un patrullero que ofició de testigo silencioso del despojo. Lejos de contenerlo le indicaron que tenía que hacer la denuncia en la seccional, mientras permitían el ingreso al diario de más desconocidos armados con palos, barretas y bolsos en sus manos.
En la Procuración contra la Violencia Institucional, Nahuel dejó asentado que «un policía conversó con uno de los patovicas, se subió al móvil y se fue», quedando las tres víctimas a la intemperie. Cerca de la 1:00, el presidente de la Cooperativa, Javier Borelli, insistió al 911 y otra vez se apostó un patrullero en la puerta. Borelli y sus compañeros expulsados fueron a la comisaría, donde recibieron dilaciones de todo tipo para recibir la denuncia. Lo más sugestivo: unas horas más tarde, cuando finalmente se redactó una denuncia, la policía destruyó el escrito y pidió que Borelli firmara uno diferente.
A la 1:15, bajo la intensa lluvia, un grupo de periodistas observaba con impotencia cómo los intrusos sacaban bolsos de su lugar de trabajo. Alrededor de la 1:30 se presentó el subcomisario Carlos Aparicio e indicó que tenía órdenes de la fiscalía para que nadie ingresara o saliese del edificio. Y agregó que todas las personas que estaba en el interior habían sido identificadas con antelación.
Esta versión coincide con las declaraciones al periódico autogestivo La Vaca realizadas por Guillermo José María Carrasco, uno de los cerrajeros convocados por Martínez Rojas para violar el lugar. Carrasco dijo que llegó al diario a las 12 de la noche y «había dos patrulleros» con Martínez Rojas, por lo que supuso que «estaba todo OK para hacer la apertura. Si la policía me dijo eso, ¿yo qué tengo para oponerme? Si no había policía yo no podía hacer la apertura. No es que yo voy y la abro. Tiene que haber presencia policial», precisó el hombre.
Si bien el oficial Aparicio sostuvo que recibía órdenes de Andrade, en el expediente consta que la fiscal recién intervino a partir de las 2:41, lo que deja una zona gris de dos horas. Cerca de las 3:30, el ingreso de los periodistas a un sector del edificio modificó el cuadro y Aparicio dispuso «negociar» la salida de los violentos. Mientras eso sucedía,  parte de la patota huía por los techos de la casa lindera, ante la mirada pasiva de los agentes que copaban la calle.
A pesar de los graves indicios, desde el Ministerio de Seguridad porteño informaron que «no se plantea realizar ningún sumario», ya que consideran que la fuerza actuó bajo las órdenes de la fiscalía. «