Después de 81 minutos, recién cuando faltan nueve minutos, la vuelta de la semifinal de la Copa Libertadores acaso llega a la altura esperada para un cruce -el séptimo- internacional entre Boca y River. En el enésimo centro y cuando el partido parecía desfilar hacia un anodino cero a cero, Jan Hurtado empujó la pelota y la ilusión de la remontada después del cabezazo de Lisandro López. Pero fue tan solo eso: una leve sensación de cercanía con Santiago de Chile, el escenario de la final que tendrá a River y al ganador de la serie entre Flamengo y Gremio.

Apoyado en la tranquilidad de la ventaja en el Monumental, el equipo administrado por Marcelo Gallardo se cobijó cerca de Franco Armani acaso siendo conciente de las limitaciones de su rival para poder lastimar de tres cuartos hacia adelante. Ocurre que Boca salió a presionar, a apretar arriba sin ideas-fuerza, menos con juego y casi sin conexiones entre sus intérpretes. Le quedó, entonces, la pelota parada, casi el único recurso para arrimar peligro y cascotear el área solo con centros. River jugó mal, sí. Aunque nunca la pasó mal. Ni siquiera en los minutos posteriores a la desventaja. Boca jugó en modo Alfaro: sin funcionamiento, avanzando sin saber qué caminos tomar y solo aferrado a algún tiro libre.

A River ahora le importa poco el modo en el que se instaló en Santiago de Chile. El análisis llegará en unos días. Este es el tiempo de otra alegría, del desnivel en los enfrentamiento en los torneos de Conmebol. Los problemas son de Boca, de Daniel Angelici, insultado por los hinchas segundos después de concretarse la eliminación. Intentó revertirlo, darlo vuelta, incluso Alfaro eligió un equipo con mayor protagonismo, más adelantado y agresivo. Pero no hubo caso. La ventaja en el Monumental -pudo ser mayor- fue irreversible.

La final se disputará el 23 de noviembre en el estadio Nacional de Santiago de Chile, hoy convulsionado entre las protestas y el toque de queda. De Flamengo-Gremio saldrá el rival. «Mi cabeza está en lo que viene. Siento mucha felicidad», dijo Gallardo, el arquitecto de este River coleccionista de títutulos, finales y, también, superclásicos.