La postal en el centro de la ciudad de Córdoba es mucho más parecida a la de febrero, cuando el coronavirus se veía lejano, que a la de una metrópolis en cuarentena. El caos en la esquina de las avenidas Colón y General Paz y en los alrededores del Paseo del Buen Pastor parecen el de siempre, de no ser por los tapabocas obligatorios. La imagen bajo el frío de junio es icónica también por su notable diferencia con la del 20 de marzo: para esa fecha, Córdoba ya contaba con ocho casos de coronavirus y el movimiento mermaba día a día. La noche en la que Alberto Fernández anunció la cuarentena diferenciada para cada región, Córdoba ya había superado los 400 contagios. La foto del interior es distinta: sin circulación viral, el gobierno provincial habilitó reuniones familiares de hasta 10 personas, sábados y domingos.

El primer caso de coronavirus se registró el 7 de marzo y la primera muerte llegó el 29. Con el gobernador Juan Schiaretti recluido por pertenecer a un grupo de riesgo por la edad, el peso de la estrategia provincial se centró en el vicegobernador Manuel Calvo y en el ministro de Salud, Diego Cardozo, quienes coordinan las áreas hospitalarias, de seguridad y sociales para definir los protocolos. La declaración de emergencia sanitaria aprobada por la Legislatura significó que el Centro de Operaciones de Emergencia (COE) recibiera 1200 millones de pesos para poner a punto los hospitales públicos. Se establecieron controles estrictos en todos los puentes de la Capital, en sus accesos y en las principales rutas y ciudades del interior. Luego se diferenció entre las “zonas blancas”, donde la incidencia del Covid-19 era mínima o nula, y las “zonas rojas”, como la del Gran Córdoba. Allí la cuarentena dejó ver calles y veredas vacías. La contracara son los barrios de las periferias y los pueblos más pequeños, donde la poca presencia policial, la necesidad de trabajar para subsistir y el cansancio del aislamiento motivaron a los vecinos a salir de sus casas.

La disminución de las frecuencias y las restricciones en la cantidad de pasajeros se tradujo casi de inmediato en una notable caída en la recaudación de las empresas de transporte y al poco tiempo los empresarios se retrasaron en el pago de salarios. Esto derivó en paros: el 13 de abril, de los choferes de Aoita, gremio que nuclea a los choferes de los colectivos interurbanos y urbanos del interior provincial; y el 8 de mayo, de UTA Córdoba, sindicato de los trabajadores del transporte urbano en la Capital. Durante casi un mes no hubo un solo colectivo circulando en la provincia.

A pesar de haber visto reducido el riesgo de contagio por no haber aglomeración de pasajeros en el transporte público, el COE se enfrentó a tres grandes brotes de coronavirus que aumentaron exponencialmente la curva y sumaron 120 casos de Covid-19, poco menos de un tercio del total registrado a la fecha. Dos ocurrieron en la Capital, más precisamente en el Hospital Italiano y en la zona del Mercado Norte, que derivaron en cercos barriales por los que los vecinos ni siquiera tenían permitido ir a trabajar.

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El otro caso, quizás el más resonante a nivel nacional, fue el que se originó en el geriátrico Santa Lucía, de la localidad de Saldán, donde murieron ocho pacientes. La posterior decisión de imputar a dos médicos, junto a los constantes ataques discriminatorios hacia el personal de salud, desencadenó caravanas en defensa de los trabajadores de ese sector. Esta nueva forma de protesta sería imitada por distintos gremios.

Hoy, a tres meses del primer contagio, Córdoba busca recuperar esa cotidianeidad de la que gozaban sus habitantes hasta marzo. Sin sus bailes de cuarteto, sin los encuentros en los bares, con reuniones familiares solamente en el interior y con parte de sus fábricas aún con las persianas bajas, los cordobeses siguen expectantes cada anuncio ansiando volver a su ritmo habitual y recuperar su humor tan característico.

Recuperado, donó plasma

Gabriel Pinto tiene 30 años, es abogado y vive en Alta Gracia. A fines de marzo regresó de Estados Unidos con algo de tos, nada que le hiciera sospechar de Covid-19. Pero el hisopado determinó que tenía el virus y decidió aislarse de su familia y amigos durante 16 días. En diálogo con La Nueva Mañana, el cordobés explicó la importancia de la reclusión y el testeo temprano para evitar que la enfermedad se propague, inclusive sin presentar síntomas.
Durante su cuarentena, Gabriel aprovechó para investigar sobre el virus: descubrió que uno de los métodos posibles para el tratamiento en pacientes crónicos era la transfusión de plasma extraído a personas que ya superaron la enfermedad y habían generado los anticuerpos. Técnicos de la Universidad de Córdoba le hicieron la extracción.
El abogado ahora invita a otros pacientes recuperados a convertirse en donantes: “Es un procedimiento tranquilo y rápido. Contribuye mucho a la sociedad y es fundamental hacerlo porque una sola persona podría salvar hasta cuatro vidas”.

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