Aturdida todavía por los coletazos de la suspensión del camarista federal Eduardo Freiler (mediante una maniobra de la que fue parte), la Corte Suprema busca cómo posicionarse «en» el poder y no «frente» al poder. Las encendidas críticas que recibió desde la oposición, especialmente de los más leales soldados de la expresidenta Cristina Fernández, parecen balas de salva ante la verdadera discusión de poder que persiste al interior del tribunal. Respetan, eso sí, las formas y los buenos modales. Y consiguieron armonizar posturas en cuestiones sensibles. ¿Cuáles?, por ejemplo demorar la toma de juramento del nuevo consejero de la Magistratura, el senador peronista Mario Pais, para facilitarle al gobierno que se quedara con una de las cabezas que más deseaba, la de Freiler. Para la otra, la de la procuradora general de la Nación, Alejandra Gils Carbó, todavía no encontraron la forma. Solo comparten el deseo de sacársela de encima.

Nadie desmiente en el máximo tribunal que el miércoles pasado hubo una comunicación desde la Casa Rosada al cuarto piso del Palacio de Tribunales reclamando la postergación, por unas horas, de la asunción de Pais. Si hubiese jurado a las 9 de la mañana, habría abortado la suspensión de Freiler por un matemático juego de mayorías calificadas. Pero no le tomaron juramento porque precisaban tiempo para elaborar una Acordada, que pudieron firmar cuatro horas más tarde. Para entonces, Freiler ya estaba afuera de Comodoro Py 2002.

¿Fueron la Corte y el gobierno los únicos actores de ese contubernio, con el Consejo de la Magistratura como escenario? Esos actores estuvieron, pero falta al menos uno más: el senador devenido en furioso anti K Miguel Ángel Pichetto, una suerte de jefe político de Pais. Tirios y troyanos aseguran que Pichetto, aunque más no fuera por omisión, fue funcional a la estrategia para sacar a Freiler de su cargo, al menos momentáneamente. De hecho, ni él, ni Pais, estaban en el cuarto piso de tribunales el miércoles temprano por la mañana.

Pichetto quería ser juez de la Corte. «Si hay un peronista, tengo que ser yo», le dijo enojado a sus interlocutores de Cambiemos cuando se enteró que ese sillón al que aspiraba estaba destinado a Rosatti. Próximo a cumplir los 70 años y con una anunciada promesa de que la próxima vacante será para una mujer, Pichetto ve disminuidas sus posibilidades de llegar al alto tribunal. No obstante, juega desde la periferia. Su presencia en la foto junto a Ricardo Lorenzetti en la jura de Pais causó sorpresa incluso entre los propios jueces de la Corte, que lo vieron cabildear largamente en la previa a ese momento.

¿A qué juega Lorenzetti, en ese marco? Allegados al propio Pichetto y a Sergio Massa deslizaron que el pedido de juicio político que impulsó en su contra la legisladora de Cambiemos Elisa Carrió está cerca de archivarse. Incluso habían esbozado que una fecha tentativa para ello podría haber sido el 16 de agosto pasado, pero para ese entonces habían ocurrido dos hechos que desaconsejaban tamaña aventura: la aplastadora victoria electoral de Carrió en Capital Federal y la decisión del presidente Mauricio Macri de acabar con Freiler a como diera lugar.

Sin embargo, por aquello de «los enemigos de mis enemigos son mis amigos», Lorenzetti recibió inesperadas solidaridades (todas informales, a través de mensajes indirectos) ante la posibilidad de un juicio político en su contra, entre ellas las de diputados de Cambiemos y hasta un mensaje  a través de terceros comunes del propio ex secretario de Comercio Interior Guillermo Moreno.

La imagen que construyó Lorenzetti durante el kirchnerismo, especialmente en los últimos años (cuando ganaba consenso interno confrontando sordamente con Cristina Kirchner) aparece ahora desdibujada. Tiene un fluido y aceitado contacto con Macri, sin intermediarios. Y el gobierno no pone obstáculos a sus reclamos (presupuestarios, esencialmente) para mejorar el funcionamiento interno. Pero a diferencia de lo que ocurría con CFK, hoy no edifica poder en la confrontación y en el plano interno, los últimos ministros en llegar al tribunal, Carlos Rosenkrantz y Horacio Rosatti, terminaron de desembarcar y ya se mueven en tribunales como en el living de sus casas.

No hay enfrentamiento abierto con ellos; menos aún: la Acordada que posibilitó la jura de Pais cuando ya se había concretado la maniobra para suspender a Freiler fue firmada por todos. Y todos sabían de qué se trataba. Todos sabían lo que estaban haciendo.

La Corte tiene por delante cuatro decisiones importantes: la situación de Milagro Sala, el fallo por el Fondo del Conurbano Bonaerense, la situación de Carlos Menem y la obligatoriedad o no de la enseñanza católica en las escuelas públicas de Salta.

A día de hoy, no se pronunciará de manera inminente sobre el fondo del reclamo de la líder de la Tupac Amaru contra lo que considera su detención ilegal, prevé demorar hasta después de las elecciones el fallo por los fondos bonaerenses (y prepara una resolución favorable al planteo de la gobernadora María Eugenia Vidal), evalúa una decena de alternativas sobre el expresidente y actual senador riojano (probablemente la causa vuelva a Casación sin definiciones) y mira con enorme expectativa al 31 de agosto próximo, cuando deberán presentarse en audiencia pública autoridades salteñas a fijar su postura sobre la educación religiosa.

En el mientras tanto, Lorenzetti espera que la ancha y asfaltada avenida que lo comunica con el gobierno no termine bloqueada y llena de pozos como le ocurrió con el anterior gobierno. «