El próximo jueves Mauricio Macri repetirá la foto que hizo a principios de 2015 y que, aunque no era posible saberlo en ese momento, terminó siendo el puntapié inicial que lo llevaría a la Presidencia. El mandatario relanzará su alianza Cambiemos en un acto en el que convocará a quienes fueron sus dos grandes socios políticos para las elecciones del año pasado: el radical Ernesto Sanz, que logró imponer la alianza con el PRO en la interna de la UCR, y Elisa Carrió. Hasta ahora, Lilita no había sido invitada a las reuniones preliminares de la Mesa Nacional de Cambiemos, en la que sí están, entre otros, el jefe de Gabinete, Marcos Peña; la gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal; el presidente de Diputados, Emilio Monzó; el propio Sanz y el presidente de la UCR nacional, José Corral.

Detrás de la foto que mantendrá el estilo de comunicación macrista (ropa casual, sonrisas) existe en varios distritos un proceso de resquebrajamiento de la coalición gobernante. Los motivos de estas fisuras van desde diferencias ideológicas de fondo hasta el puro y duro pragmatismo electoral.

En el principal distrito electoral del país, la provincia de Buenos Aires, son conocidas las críticas programáticas del diputado Ricardo Alfonsín. La mayoría de la treintena de intendentes que tienen hoy los radicales en territorio bonaerense se cuida de respaldar las posiciones del diputado. Están obligados a negociar con Vidal los recursos para sus terruños. La única singular excepción es el patriarca de Tandil, Miguel Ángel Lunghi, hombre de la vieja guardia que en 2015 quería competir con la lista tres. En los distritos donde la UCR no gobierna hay más respaldo a estas posturas. De Quilmes hasta Azul, por poner dos ejemplos, abundan los cuestionamientos al macrismo.

Otro lugar complejo es el bastión macrista. En Capital Federal, Cambiemos tiene un signo de interrogación. Martín Lousteau aparece primero en las encuestas, las que tienen los boinas blancas y los macristas también. Y la relación entre Enrique «Coti» Nosiglia, jefe de la UCR porteña, y el presidente Macri no pasa por un buen momento. «El gobierno fracasa en entender la política», repitió en reuniones recientes.

Los radicales, incluidos los porteños, parten de la base de que su estrategia de recuperación partidaria necesita fortalecerse centralmente en Capital y provincia de Buenos Aires. “Si no somos una federación de partidos provinciales”, repiten en todos los campamentos. El punto es que para esa estrategia de recuperación, evalúan varios operadores, quizás sea más conveniente que Lousteau sea candidato por fuera de Cambiemos el año próximo.

En Santa Fe, la situación es crítica. La UCR de la provincia está al borde de la fractura. Parece ya insalvable la “grieta” entre los correligionarios que están dentro del Frente Progresista, la alianza de radicales y socialistas que gobierna territorio santafesino desde 2007, y los que pretenden trasladar Cambiemos a nivel provincial. Entre ellos está Corral, actual intendente de la ciudad de Santa Fe, a quien Macri le ha pormetido su respaldo para ser gobernador pidiéndole al comediante Miguel Del Sel que dé un paso al costado.

Una situación similar se produce en La Pampa. Allí, el cacique del PRO es el colorado Carlos Mac Allister que repite donde lo quieran escuchar que pretende armar listas de “amarillo puro”. Por eso, el diputado nacional por esa provincia Francisco Torroba ya marcó varias veces distancia del presidente. Incluso lo cuestionó públicamente por “discriminar financieramente” a ciudades, como Santa Rosa, gobernadas por la UCR.

En Córdoba la situación tampoco es clara. Los acercamientos del PRO con sectores del peronismo pusieron en guardia a Ramón Mestre, intendente de la capital cordobesa, que ve en el PJ a su principal adversario. Y hasta en San Luis hay tensiones, en este caso internas, entre el dirigente Walter Cevallos, que respaldó la alianza con Macri, y un histórico boina blanca puntano, Jorge “Pupa” Agúndez, que pretende “recuperar la identidad” de su partido, es decir, tomar distancia del PRO. «