“Lo que nos ponen frente a los ojos no es el resultado de un error, una consecuencia no prevista. No, este genocidio responde – como el uso de los desfoliadores en Vietnam – a una planificación. Lo que debe sorprendernos es que no fueron monstruos quienes urdieron el exterminio. Fueron hombres, de carne y hueso, padres de familia. Más de 13.000.000 de víctimas confirman la validez de la denuncia. Y acá una conclusión: lo menos que debería empujar la visión de estas fotos es hacia una política de estado que se haga cargo de las consecuencias del uso del glifosato y castigue a los responsables de tamaño genocidio. Una pregunta que no es chicana: ¿qué le importan estas víctimas a quienes cotizan la soja en Wall Street? Sin embargo, las víctimas contribuyen desde su calvario a la cotización. Y aquí la desesperanza a la que aludía al comienzo de estas reflexiones -, ¿acaso el capitalismo se puede punir a sí mismo? ¿Acaso el capitalismo puede ser humano?” Este fragmento forma parte de un texto de Guillermo Saccomanno que figura en el prólogo de El costo humano de los agrotóxicos, el desgarrador ensayo fotográfico que durante tres años Pablo Piovano hizo en poblaciones de Entre Ríos, Chaco y Misiones y que muestra seres devastados por el cáncer y las malformaciones que produce el glifosato. 

Antes de integrar un libro, sus fotos recorrieron Europa, ganaron premios internacionales y fueron expuestas en 2016  en una gran muestra en el Palais de Glace. Este volumen bilingüe español / inglés fue publicado por una importante editorial alemana, se presentó en Arles, Francia, y también en Buenos Aires. Además de Saccomanno escriben notables científicos, escritores y periodistas.

Registro, documento, alegato, la imagen muestra lo que se pretende ocultar, el costado sangriento de los grandes negocios de las corporaciones, los crímenes legales que se cometen en nombre del dinero. El autor de estas fotos por las que es imposible no sentirse interpelado, dialogó con Tiempo Argentino sobre el libro y sobre la capacidad de la fotografía para convertirse en un instrumento político.


-¿Cómo nació tu interés por registrar fotográficamente los efectos que tienen en el cuerpo los agrotóxicos?
-Nace de los informes que vienen llegando de la Red de Médicos de Pueblos Fumigados. Es una red que nuclea a una gran cantidad de médicos que empezaron a evidenciar en el año 2000 que a las salitas de los pueblos donde se fumiga, luego de la fumigación llegaba gente con cuadros respiratorios, con problemas en la piel y que, con el tiempo, esos problemas se fueron intensificándo y pasaron a ser enfermedades como cáncer, como malformaciones. Dada la complicidad mediática con estos hechos, estos médicos comienzan a actuar de voceros. Son ellos los que empiezan a alertar y, con algunos medios alternativos, a informar sobre lo que estaba pasando en buena parte del territorio nacional donde se hace agricultura con el paquete tecnológico. Ese fue el puntapié inicial en el intento de salir a documentar qué estaba sucediendo. 

-¿Saliste de manera independiente y luego pudiste publicar tu trabajo?
– Yo salgo, hago el trabajo durante un año y medio. Acá no lo podía publicar y en un momento lo publicó Página 12. Hablé con el director, le mostré lo que estaba sucediendo y lo publicamos. De todas maneras, a mí me pareció que era un tema muy importante porque estamos hablando de 370 millones de litros de agroquímicos sobre el 60 por ciento del territorio cultivable del país. Es una de las tasas más altas de agroquímicos por persona. Luego de haber acordado con el gobierno la comercialización de soja transgénica y el uso de glifosato, en veinte años la matriz productiva cambia y se intensifica poniendo a nuestro país y a parte de la región como Brasil y Paraguay como un territorio de experimentación. Al mismo tiempo, también cuerpos de experimentación porque las fumigaciones no discriminan a nadie ya que los agrotóxicos llegan a la mesa cotidiana de todos nosotros. La forma que vi de visibilizar mi trabajo fue mandarlo a festivales y a premios internacionales. Comencé a buscar, descubrí uno en México, los envié y lo gané. Luego mandé a Francia y sucedió lo mismo. A todos los lugares donde lo mandaba entraba o quedaba finalista y eso le dio una difusión internacional muy rápida, muy fuerte. Además, me ayudó a poder continuarlo porque era un trabajo de investigación que necesitaba muchos recursos. Siempre eran viajes largos. Fui dos veces a Misiones en mi auto. La segunda vez lo hice con un periodista, Carlos Rodríguez, casi sin tomar fotos, solamente para mostrarle lo que yo había visto. Finalmente fueron siete viajes hasta la conclusión del libro. 

-El libro fue antes una gran exposición en el Palais de Glace en 2016. ¿Vos ya tenías la idea de hacer un libro con ese material?
-No, fue una casualidad. Efectivamente, primero fue una exposición muy grande en el Palais de Glace que tuvo mucha repercusión. Generalmente cuando uno hace una exposición de fotografía van amigos, familiares, uno toma unos copas y se acaba. Pero yo mismo me sorprendí de la cantidad de gente que había, entre ellos, compañeros de Tiempo Argentino. Estuvo Fabián Tomasi que es un afectado por agrotóxicos que apenas puede moverse e hizo un esfuerzo muy grande para llegar y dar su palabra. Yo leí la situación casi como un acto político, porque ponía en imágenes algo sobre lo que se ha escrito mucho, que lleva una gran cantidad de investigación médica y científica. Evidentemente era necesario ponerlo en imágenes. Luego,  me dan el Premio de la Fundación Rivera Ortiz, que tiene sede en Arles y en Nueva York que consistía en dinero pero también me daba la posibilidad de hacer una exposición allí. Arles es uno de los lugares más importantes para la fotografía contemporánea del mundo. Allí asisten directores de museos, dueños de las editoriales más importantes del mundo. Entonces ve mi trabajo el titular de la editorial Kehrer, se conmueve y decide publicarlo. La publicación se concretó un año después de ese encuentro y se presentó ahí mismo, en Arles, este año. 


-Hace poco, se presentó también en Argentina.
-Sí, yo compré algunos ejemplares porque la editorial tiene una muy buena distribución en Europa y en Estados Unidos, pero no en América Latina. Por eso estoy haciendo algunas presentaciones. Lo presenté en la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (ARGRA) y también en la Fototeca Latinoamericana (FoLa) para que pueda llegar a quien lo quiera tener. 

-¿Qué tiene que hacer alguien que quiera comprar tu libro?
-Hay una persona que me está ayudando, Flor Guzzetti, porque para mí no es fácil distribuirlo. Quien quiera acceder al libro tiene que escribirle a [email protected] Es un libro de 148 páginas, con una excelente impresión porque Alemania tiene las mejores imprentas, con tapa dura.

-Dicen que nadie es profeta en su tierra. Sos argentino, te publican en Europa y luego vos compras los ejemplares para traerlos acá.
-Sí, es raro. La Unión Europea decidió prorrogar por cinco años más la decisión de frenar el uso de glifosato, pero en este momento tengo una muestra en uno de los museos más grandes de Berlín, otra en Londres…En Europa ha dado muchas vueltas, ha circulado por los lugares más altos de la fotografía y ha sido un instrumento político. También aquí ha circulado. Hace cinco meses está en una muestra  del Museo de Bellas Artes de Córdoba. Es decir, rompió el cerco. Costó mucho al principio pero cuando vieron que en Europa le estaban dando bola y que mi trabajo circulaba por lugares muy prestigiosos, acá comenzaron a quererlo. Cuando uno hace un trabajo como free-lance, sin tener un destino sabido, todo es sorpresa. Nunca hubiera imaginado que mi trabajo fuera a terminar en un libro y fuera a dar las vueltas que dio. 

-¿Cómo es hacer un trabajo de este tipo, trabajar con gente con gente afectada por los agrotóxicos?
-Yo trabajaba en Página 12 desde los 18 años y acabo de renunciar hace unos dos meses, de tomar un retiro voluntario para dedicarme a hacer proyectos de largo aliento, investigaciones. Creo en la construcción de memoria transformadora que puede tener la fotografía cuando se la utiliza como un instrumento de poder. Puedo parecer medio quijotesco, pero creo que hay varios trabajos que han funcionado en ese sentido, que han transformado situaciones, que han impulsado a mover leyes. Con este trabajo aprendí mucho porque tuve que hacer de productor, de chofer, de periodista, de fotógrafo, todo al mismo tiempo. Entré en relación con el dolor, que no es mi dolor, sino el dolor del otro. Pero para poder comprender y respetar eso tenemos que estar en una fibra de entendimiento, sensible, para poder conectar. Me han abierto casi un centenar de casas y eso no es otra cosa que abrir algo tan sagrado como la intimidad de cada familia, mostrar la vulnerabilidad de sus hijos que están padeciendo un dolor muy fuerte que es no poder caminar, no poder correr, no poder avanzar. Intento estar en una sintonía de conexión y de respeto frente a eso. 

-¿Te sentiste agobiado en algún momento?
-Creo que fue bastante fluido. Recorrí unos 15.000 kilómetros a lo largo de tres años. Hice la cuenta porque en el libro hay un mapa del recorrido. Las distancias son muy largas y muchas veces los pueblos son muy pequeños, pero todo se va conectando de una manera casi natural. Siempre hay pequeñas asambleas en esos pueblos y siempre hay cinco o seis que resisten y terminan convirtiéndose en los demonios del pueblo porque estos pueblos viven de la agricultura y se enfrentan a su alimento, a su forma de ganarse la vida. Eso causa una ruptura social entre ellos. Es un fenómeno interesante y yo tenía muchas ganas de dar cuenta de lo que pasaba. Mi trabajo se alimenta, además, de la ciencia. Los estudios que se están haciendo vienen de dos lugares: las corporaciones y los espacios independientes. Los que vienen de las corporaciones dicen todo lo contrario que los que vienen de los espacios independientes.

-Bueno, tampoco la ciencia o la utilización de la ciencia es neutral.
-Exactamente, pero es un tiempo muy importante para que la ciencia se pronuncie con dignidad. Aquí lo que está en juego no es otra cosa que la soberanía alimentaria, que nuestra mesa cotidiana, nuestra energía vital. Lo que está sucediendo es que las semillas del mundo han quedado en muy pocas manos, en muy pocas corporaciones y si tienen el control de los alimentos entonces también tienen el control de nuestra salud y si tienen el control de nuestras salud, tienen el control de nuestra libertad. Ya Kissinger en los 60 decía que había que controlar los alimentos y el agua para controlar a la humanidad. Y la verdad es que lo están haciendo muy bien. Lo que está en el centro del trabajo es la soberanía alimentaria de los pueblos, de la Argentina, de la región y eso se extiende al mundo. 

-¿Este trabajo fue un punto de inflexión en tu vida?
-Sí, realmente, me movilizó mucho desde lo profesional y desde el espacio íntimo. Es un tipo de trabajo que te obliga a tomar una posición, a ver el mundo de otra manera. Me requiere de manera cotidiana. Ahora hablo con vos, luego me llaman de un pueblo fumigado o alguien quiere hacer una monografía sobre el tema. Estoy muy involucrado, cotidianamente estoy dando respuesta.