Prólogo. Para un amplio sector del fútbol, no sólo se gana con estrategias, planteos tácticos, ideas y goles. Allí brota la creencia en fuerzas sobrenaturales que revolotearían en los terrenos de juego y que la pelota se mueve al influjo del talento de quien la patea, pero también por ascendencia de poderes invisibles. ¿Inocencia, ignorancia, profunda convicción? No sólo es meter goles. También, por caso, una parte importante del ambiente considera que se trata de elegir las cábalas correspondientes en el momento preciso. Existen para todos los gustos. Y aunque en mayor o menor medida son utilizadas por la mayoría, no se las considera con seriedad. No tienen buena prensa.(…) 

Puede ser un rezo, una indumentaria, una rutina, o cómo demostraron Alfio Basile y su íntimo ladero, Rubén Díaz, un poco de talco, que llevaban en un bolsillo que compartían, porque es signo de buenos augurios… Se considera que este tipo de creencias y costumbres se arraigaron en la Argentina con las inmigraciones de principios del siglo XX, en especial los españoles de origen vasco que la llamaban “cábula”. En hebreo se acentúa Cabalá.

Cábala es ir a la cancha con la misma ropa, o por el mismo camino, tomar siempre el mismo transporte y hasta convencer al chofer que se detenga en el siguiente semáforo aunque esté encendido en verde, o esperar en el paso nivel hasta que corra el tren. Caminar por ciertos lugares, ubicarse en la cancha en los mismos sitios, ir con tal o cual compañía, pasarla a buscar por esa esquina, saludarla con la mano izquierda o simplemente no tocarse con ella. Llevar el carné en el mismo bolsillo, comer en el mismo puesto, el mismo alimento, decir las mismas palabras, los mismos cantitos, rezar del mismo modo, persignarse, aferrarse a una medallita, a una estampita, a una cruz, o simplemente a un escudo. Tocarse ciertas partes del cuerpo, ingresar con tal o cual pie. Y no olvidar la cinta roja en la muñeca derecha. Incluso rarezas como contar que pasen cinco barcos por el río para recién enfilar por el Puente Labruna hasta arribar a la cancha de River. (…) Rafael Bielsa aporta la insólita de frotarse la yema del pulgar derecho hasta sacarse sangre con la rueda dentada del encendedor descartable. (…) Roger Federer hace culto del orden suizo, predica la teoría del esfuerzo y la sistematización y considera que trabajar duro es esencial para lograr el cometido, tiene una especie de TOC con el número 8: carga 8 botellas, lleva 8 raquetas para cada partido en su bolso y el calentamiento previo a cada partido sólo se completa si logra efectuar ocho aces. Todo porque nació el 8 del mes 8 (agosto) del año 81. (…) El mexicano, Juan Villoro, extraordinario defensor del fútbol jugado con destreza y armonía es fanático del Necaxa de México, del Barcelona de España y de Diego Armando Maradona. Tiene las mismas iniciales que Jorge Valdano y comparten largas charlas futboleras. Escribió un libro fundamental, Dios es Redondo. Pero, además, en pleno siglo XXI, un rato antes de partir hacia la cancha de Boca, a disfrutar de un superclásico, explicó: “En el fútbol, el azar escribe parábolas. Cuando me refiero a tragedias sociales o políticas pido la abolición del azar, pero cuando se trata del fútbol, lo celebro. Lo más atractivo del fútbol se encuentra en su renovada capacidad de hacerse incomprensible. Para mí, las canchas tienen un sótano poblado de supersticiones, complejos, fobias, dramas, esperanzas. Algo ilocalizable y oscuro.”(…)

Mundial ’86, la secta. Casi exactamente un siglo y medio después, frente a la imagen de esa señora del imponente atuendo rosado y la cabellera reluciente, un grupo de jugadores y algunos de los integrantes del cuerpo técnico del plantel, aseguraban que regresarían para venerarla y para agradecerle sus beneficios, si finalmente, ese mismo año, seis meses después, resultaban campeones del mundo. Estaban en Tilcara, en la iglesia Nuestra Señora de Rosario, delante de Nuestra Madre María en la Advocación de la Virgen de Copacabana de Punta Corral. (…) En todos los partidos Giusti era el encargado de dejar un caramelo en el centro la cancha. “Eso no era nada: tomábamos mate siempre a la misma hora, en el ómnibus íbamos en los mismos asientos…”. El Gringo, casi 32 años después, reflexiona: “Hoy me resulta increíble que hiciéramos todo eso pensando que así íbamos a ganar un partido o un campeonato. El cuerpo técnico estaba tan compenetrado con las cábalas que no había ninguna posibilidad de romperlas u olvidarnos de alguna de las miles que teníamos”. Fue él quien calificó la situación como “una secta en la que Bilardo era el gurú”. (…)

2017, Cosa de brujos. A Verón lo conoce desde que sufrió de un insistente problema de rodilla que llevó a verlo. Luego La Bruja lo acercó a Estudiantes, del que se hizo hincha, superando su favoritismo por River. No sólo fue a Belo Horizonte. También, a Emiratos Árabes para el Mundial de Clubes, cuando justo Messi, restando poco para final, marcó un gol de palomita y le dio la corona al Barcelona por sobre Estudiantes. La Pulga no supo que ese 19 de diciembre de 2009 en el Estadio Sheikh Zayed, de Abu Dabi, estaba tan cerca del Brujo Manuel. Por primera vez.

2018. La otra promesa. -Quiero que hagamos una promesa juntos. ¿Vamos caminando a Luján, o caminando de Rosario a San Nicolás? ¿Te animás?

–Sí, obvio.

El periodista le estrechó la mano al jugador que no pudo evitar el compromiso.

–¿Vamos, entonces?

–A San Nicolás.

–Si querés. Vamos a Arroyo Seco, para no caminar tanto.

El jugador se rió, respiró hondo, se pasó la mano por la cabeza y reiteró: “Vamos, sí, si querés vamos…”. Se apagó la cámara. A las 72 horas, Argentina vencía a Rusia (…) El encuentro se produjo en uno de los pasillos internos del estadio. (Martín) Arévalo volvió a la carga sobre la promesa: “En realidad fuiste vos (dirigiéndose al periodista) el que lo propuso. Yo te seguí”, dijo el futbolista con su sinceridad brutal. Y otra vez realizó el gesto de pasarse la mano por la cabeza. Abrumado, molesto aunque sonriente. Lo que parecía, lo ratificó: “Yo te seguí y ahora quedó así”. Pero esa frase que encerraba una promesa, ya había crecido, hora a hora, día a día, como una bola de nieve, como la necesidad de sensacionalismo de un periodismo que cruje, como la ansiedad de la mayoría de los hinchas argentinos porque la Selección se consagre campeón. Y entonces, antes de despedirse para zambullirse en el micro que lo retornaría al hotel, entonces sí, Messi lanzó la frase que oficializaba la promesa: “Si llegamos a ganar el Mundial, va toda la Argentina”.