Hoy soy esto. Ayer fui otra cosa. Se llama evolución. Molesta. Perdón», tuiteó Jorge Rial el viernes a la noche. Un rato después retuiteó a una tal @rorypasteura: «Mi vieja miró Intrusos toda la vida. Capaz, si esto pasaba diez años atrás, mientras mi padre me violaba, mi historia era otra.» El súbito acceso del feminismo a los programas de chimentos, con un considerable rédito en términos de rating, sorprendió tanto a los competidores de Rial, todavía fondeados en la proverbial guerra de vedettongas, como al movimiento de mujeres, que aceptó el convite y puso a algunas de sus más conspicuas referentes –la politóloga Florencia Freijo, la actriz Malena Pichot, la periodista Luciana Peker– en el mismo set donde acostumbran dirimirse los triviales asuntos de la farándula. Pero parece que ya no. 

El cambio de época, manifiesto e irreversible en ciertos ámbitos de la clase media urbana, universitaria, politizada, pero todavía latente en sectores postergados, donde las mujeres son carne de cañón de la violencia machista, del abuso, de la disparidad laboral, se está llevando puesta a la misoginia berreta que hasta aquí había sido norma en el microclima del show business y los medios. Ya no hay margen para los Castaña, los Pettinato, para el elogio canchero de la depredación machista. Aquí con el #NiUnaMenos, en Estados Unidos con el #MeToo, en todo el mundo con movilizaciones que arreciarán el 8M, las mujeres dijeron basta, y hay quienes, enrolados durante años en otro palo, toman debida nota. Rial, por ejemplo. 

¿Cuál es el público de Rial? Sus programas de la última semana, dedicados a las demandas del feminismo, tuvieron una audiencia de medio millón de televidentes, de seguro muchas mujeres que, por diversas razones socioculturales, tienen vedado el acceso a las proclamas de paridad de género, a reivindicaciones impostergables que no les llegan. ¿Existe el riesgo de que la tevé basura se fagocite el debate por la violencia de género, lo banalice? Desde luego. Algún productor retorcido imaginará factible un debate entre una feminista y, digamos, Rolando Hanglin, para que haga la apología del cavernícola proveedor. No importa. Los «chimenteros» se aprestan a debatir sobre aborto. ¿Cuándo lo hará el Congreso? Felizmente para las mujeres –y para los hombres–, nada de esto tiene vuelta atrás. «