El gobierno de Donald Trump inició una fase más agresiva en su intento de domesticar a los gobiernos díscolos de América Latina y tomar control de la estratégica zona del Caribe, tal como denunció el presidente de Cuba, Miguel Díaz Canel. «Denuncio ante el pueblo y el mundo que Estados Unidos ha comenzado a actuar con mayor agresividad para impedir la llegada de combustible a Cuba. El plan genocida es afectar, aun más, la calidad de vida de la población, su progreso y hasta sus esperanzas, de herir a nuestra familia en su cotidianidad, en sus necesidades básicas, y paralelamente acusar al gobierno de ineficacia», señaló hace días el mandatario en un discurso oficial en la ciudad de Bayamo.

Muy lejos de aquel intento de deshielo de Barack Obama, la administración Trump viene intensificando el embargo vigente desde 1962, con restricciones para envíos de combustible y amenazas de demandas para los socios extranjeros que operan en la isla. Esto en sintonía con el ala dura de su gobierno, representada por el asesor para la Seguridad Nacional, John Bolton, uno de los más feroces halcones en la batalla contra el castro-chavismo, y también con la profundización de las presiones contra el gobierno venezolano de Nicolás Maduro. El propio Trump mencionó a un periodista que está «considerando» un posible un bloqueo a la cubana, contra ese país (ver aparte).

Si bien la intensidad retórica con la que el gobierno estadounidense ha tratado el caso Venezuela parecía haber dejado de lado el conflicto con la isla, eso es sólo una apariencia. En los planes geopolíticos de Trump, Cuba sigue siendo un objetivo fundamental, por se parte de la «troika de la tiranía», en palabras de Bolton, junto con Venezuela y Nicaragua. A estos tres países les critican su cercanía con el nuevo eje del mal, a los ojos del gobierno de Trump, conformado por Rusia, China e Irán.

En un documento desclasificado del Comando Sur del 7 de febrero, su comandante Craig Faller señala como «amenazas» a «seis actores: Rusia, China, Irán, y sus aliados autoritarios Cuba, Nicaragua y Venezuela». Faller describe que «un sistema de amenazas interrelacionadas desafía a la seguridad de nuestros socios y la región» y asume que «potenciar la seguridad es el primer paso». Para el jefe del Comando Sur, la «influencia cubana» ha sido cómplice del supuesto devenir «dictatorial» de Maduro.

En esa línea, se trabaja «codo a codo» con otros comandos militares y según afirma Faller, la decisión es tener «presencia» en la región que «fortalezca a nuestros socios» y a la vez «envíe señales poderosas» a Rusia, China, Irán, Venezuela, Cuba y Nicaragua.

«Trump tiene que apurarse a definir la situación con Venezuela, Nicaragua y Cuba porque son un elemento fundamental en su campaña para la reelección (de 2020)», apunta Silvina Romano, politóloga e investigadora del CELAG, especialista en la relación entre EE UU y América Latina. «Su primer acto de campaña fue en Miami en un acto contra Maduro, entonces es inminente que se ajusten las tuercas para dar cuenta del ‘America First’ (primero EE UU), que no puede imponer a Rusia y China, los verdaderos enemigos en términos geopolíticos pero muy poderosos como para enfrentarlos, entonces ajusta contra estos enemigos más débiles», señala.

Esta semana, cuando se reunió en Caracas con Maduro, el presidente cubano habló en ese sentido. «Respaldar y defender a Venezuela es enfrentar decididamente el retorno de la Doctrina Monroe y la escalada imperialista contra nuestros pueblos. Hoy es contra Venezuela, Cuba y Nicaragua, mañana será contra otros y al final irán contra todos», dijo al lado del chavista. «EE UU amenaza y calumnia a Cuba y a Venezuela para no reconocer su fracaso en el intento por derrocar la Revolución Bolivariana y tergiversa la altruista cooperación que aquí y en más de 80 naciones nuestro país ofrece», dijo.

El XXV Foro de San Pablo (ver página 25), en una de sus conclusiones pareció anticipar el escenario de esta semana. «Contra Venezuela se ejecuta un plan integral, multifacético, de guerra no convencional, que pretende consolidar y ampliar una estrategia dirigida a ejercer el control total de la Amazonía y el arco energético andino, convirtiendo a Latinoamérica y el Caribe en retaguardia estratégica del imperialismo estadounidense en su objetivo de mantener la hegemonía mundial».  «