El aviso sonaba a la enésima proyección de alguna de Rocky, de Sylvester Stallone. Pero no, era el anuncio del enfrentamiento de Joe Smith y Maxim Vlasov por el título de la OMB en Tulsa, Oklahoma. Y el locutor presentaba a los boxeadores como un estadounidense contra un soviético. ¿Soviético? Mmmmh.

En diciembre se cumplen 30 años de la disolución de la Unión Soviética. También por estos meses se cumplió un siglo de la fundación de los Partidos Comunistas europeos y latinoamericanos. Pero los PC (que no eran Personal Computer) dejaron de tener la influencia determinante que solían y la Guerra Fría perdió sentido desde 1991.

Sin ir más lejos, en 2017, para celebrar el centenario de la Revolución de Octubre, el PC de la Federación Rusa –que ocupa el segundo lugar en las elecciones– apenas juntó unos miles de manifestantes que recorrieron un carril de la avenida Tverskaya desde la plaza Pushkin hasta la de la Revolución, en Moscú.

Eso no impide que “comunismo” y “soviético” sean herramientas útiles como recurso político a todo nivel y en todo el mundo. A falta de un enemigo adelante, qué mejor que hurgar en el pasado, como quien compra una vieja marca en una quiebra para ganar el mercado de los nostálgicos. Y no le echen la culpa a Donald Trump, aunque es cierto que el exinquilino de la Casa Blanca aportó mucho para el renacimiento de la fobia comunista. Pero él se ensañó más con el PC chino, responsable del coronavirus, como se sabe.

En España la presidenta de la Comunidad de Madrid –Isabel Díaz Ayuso, del Partido Popular– sostuvo que en la elección regional del próximo 4 de mayo la disputa es entre “libertad o comunismo”. Le respondieron desde Unidas Podemos y ella dobló la apuesta: “Si te llaman fascista es que lo estás haciendo bien”.

Los muchachos de Vox –la agrupación neofranquista que viene creciendo a expensas de la derecha tradicional– llaman a “frenar el avance del comunismo” en América Latina combatiendo al Grupo de Puebla y al Foro de San Pablo, dos espacios progresistas. Por Argentina, adhieren los influencers libertarios Javier Milei, José Luis Espert y Luis Rosales.

Hay otros nativos que avizoran un peligro rojo en ciernes. Una es Florencia Arietto, que pasó de enfrentar a las barras bravas del rojo de Avellaneda al Frente Renovador de Sergio Massa para recalar finalmente junto a Patricia Bullrich.

Arietto alertaba hace poco desde un video que el partido peronista había sido cooptado por comunistas. Y calificó a la vicepresidenta Cristina Fernández de “burócrata soviética”. Ya que estaba con la moto en marcha, puso quinta. “Cuando Cristina dijo que ella iba de vacaciones a New York y Disneyworld confirma que son comunistas. Los comunistas estatizan los medios de producción, intervienen los precios, empobrecen a los ciudadanos mientras se van de vacaciones a EE UU con la guita del pueblo”. Lo publicó en su cuenta de Twitter.

No es la única sommelier de peronismo. Miguel Ángel Pichetto había acusado a Axel Kicillof de tener «una ideología soviética, cubana y chavista». A la derecha peronista de los ’70 le bastaba con autodefinirse como «ni yanqui ni marxista».

El columnista de La Nación Carlos Pagni publicó en 2012 una semblanza del entonces viceministro de Economía donde lo calificaba de “marxista (…), hijo de un psicoanalista, bisnieto de un legendario rabino llegado de Odessa” para rematar con que su ideología “parece ser una sucesión de dogmas”.

Seis atributos alarmantes por donde se los mire: soviético, cubano, chavista, marxista, hijo de psicoanalista y nieto de un rabino. Para colmo, según el mismo diario, el gobernador bonaerense facilitó las negociaciones para la adquisición de la vacuna Sputnik V. Que sigue siendo la “vacuna rusa”, denominación de origen que comparte con las elaboradas en China y Cuba, pero no con las Pfizer, AstraZeneca o Moderna.

Hubo una presentadora de noticias de TN que fue trending topic cuando aseguró que: «Argentina es la primera nación fuera de la Unión Soviética en aprobar la Sputnik V. Por eso somos noticia en el mundo». Lo raro es que no hubiera hablado de que la traían del Imperio Zarista, si se tiene en cuenta que la desarrolló el Instituto Gamaleya, fundado en 1891 por Alejandro III y no en tiempos de la URSS ni de Vladimir Putin. Un descuido.

La confusión también llegó a la serie Stranger Things, que emitió Netflix desde 2016. Los malos son los rusos. El problema es que la historia está ambientada entre 1983 y 1985, plena era de Ronald Reagan y con la Unión Soviética en crisis pero vivita y coleando.

Claro que para aplicar epítetos izquierdofóbicos no es necesario conocer la nacionalidad de la vacuna. El diputado español Rafael Caracuel, del PP también, asegura que Asturias recibió mayor cantidad de dosis de anti Covid-19 porque está gobernada por comunistas y Pedro Sánchez, del PSOE, les hace un guiño. Es que la Unión Europea no aprobó la Spuntik V, de modo que no hay vacunas soviéticas. O zaristas. Ni siquiera chinas.

PD: Maxim Vlasov nació en septiembre de 1986 en Kuybyshev, Rusia. Técnicamente, vino al mundo en la Unión Soviética. ¿Qué culpa tiene de que cuando tenía cinco años ese país se disolviera, su ciudad natal pasara a llamarse Samara y para cuando le hicieran los documentos, haya resultado ruso?