La confluencia de un puñado de fenómenos contemporáneos –la privatización de la llamada «sociedad del entretenimiento», la centralidad financiera de los grandes desarrollos en real state, el temor a la inseguridad y el auge del teletrabajo, entre otros– ha generado una modalidad habitacional que no para de crecer: las «amenities». Convertidas en una especie de sine qua non de la actual oferta inmobiliaria urbana en términos de propiedad horizontal, no sólo prosperan en las zonas más acomodadas del corredor norte –Recoleta, Palermo, Belgrano, Núñez– sino que se instalan en nuevos edificios de otros barrios porteños, donde la alternativa pasa por ceder metros cuadrados de vivienda propia a cambio de pileta, salón de usos múltiples (SUM) y otros espacios comunes dedicados sobre todo al ocio, con una carga nada desdeñable en concepto de expensas.

En un contexto de fuerte déficit habitacional, devaluación y encarecimiento crediticio, en el que, sin embargo, este tipo de desarrollos sigue dinamizando el mercado inmobiliario, esa vida «amenizada», como en un club, parece conjugar todas las expectativas de los nuevos aspirantes a propietarios. Pero el modelo, ya instalado –y trasladándose lentamente al segmento oficinas–, está mutando. Y dibuja un menú de opciones que se multiplican, dispuestas en dos ejes: por un lado, la composición etaria de los vecinos, que claramente rige sus preferencias; por el otro, su poder adquisitivo, expresado en «amenities» cada vez más sofisticadas.

«Las amenities se buscan porque resuelven el día a día. Antes la gente iba al club o eventualmente a una casa de fin de semana; ahora procura tener ciertas opciones de esparcimiento en casa, moviéndose lo menos posible. Es cierto que el costo de expensas es más alto, pero si hubiera que pagar un gimnasio, la clase de natación, los costos de movilizarse, los estacionamientos, el tráfico… Quien realmente le da uso a las áreas deportivas comunes suplanta todos esos gastos y suma confort», explica Javier Escriña, responsable de la división Emprendimiento del Grupo Adrián Mercado.

Escriña señala otra tendencia en alza: la oferta de monoambientes con amenities, una vida doméstica organizada en 35 metros cuadrados en medio de «periféricos» que se tornan esenciales: por ejemplo, el quincho, el solárium, el SUM con cocina y sanitarios, donde entren las 30 personas que no entrarían en el departamento. Eso sí, reservado con la debida anticipación, porque, en cierto modo, los ámbitos comunes  de este tipo de complejos suelen ser objeto de un uso exclusivo, sin socialización real entre los copropietarios. 

Una encuesta titulada «Trayectoria emocional de las amenities», realizada por el Grupo Adrián Mercado, permite entender la evolución actual de este modelo de vivienda en el gusto de los vecinos, de acuerdo a sus edades.

La llamada «generación Y» (de 19 a 35 años) valora positivamente la pileta, el SUM, el gym, el servicio de laundry y un sector para mascotas, pero entre sus prioridades están la «zona kids» (plaza de juegos para sus hijos pequeños) y la cochera, y se dejan seducir por instalaciones más novedosas y exclusivas como la sala de ensayo y la cava para sommeliers aficionados. La parrilla individual, antes una demanda central, ya no figura para ellos al tope del listado. Los propietarios de 36 a 51 años comparten esas preferencias, aunque en ellas sobresale el indispensable relax en la pileta y señalan la importancia de un business center, «un espacio ambientado para reuniones de trabajo que sea parte de tu casa», describe Escriña. En tanto, para el segmento etario que el estudio llama «baby boomers» (de 52 a 70), la única amenity que consideran imprescindible es la seguridad 24 horas, ahora con «control digital» de acceso al edificio, junto a raras excentricidades edilicias como el minigolf. Delicias –para pocos– de la «cultura amenity». «