Todo comenzó en 2010, antes de que estallara la guerra civil. Cynthia Edul estaba visitando a sus familiares en Damasco cuando el tío la tomó de los brazos, la miró fijo y le dijo: «Sobrina, eres nuestra escritora y tienes que contar la historia de Siria». En aquel momento no le hizo caso, no imaginó que su informal diario de viaje y las fotografías tomadas con su camarita algún día iban a tener formato de libro. Lo descubrió un año después, cuando estalló el conflicto y aquellos familiares buscaron refugio en la Argentina para escapar del horror. Apenas llegaron, fue la tía quien la tomó de los brazos, la miró fijo y le dijo: «La Siria que conociste ya no existe más». Sus palabras fueron determinantes. Le dejaron huella. Y ahí nomás se puso a escribir.

El resultado fue La tierra empezaba a arder. Último regreso a Siria (Lumen), una exquisita obra que combina el tono intimista de un reencuentro familiar, la didáctica de un libro de viajes y la mirada académica de un ensayo histórico, y de género, sobre la invisibilizada problemática de Medio Oriente. «La única forma de entender Siria es comprender el islam. Los árabes hoy sienten que son los peones del ajedrez global», explica a modo de presentación la escritora y dramaturga.

–¿Cómo recuerda su contacto con Siria?

–Siria me llevó puesto el cuerpo y debo reconocer que la realidad me superó. Mientras iba tomando notas sobre lo que pasaba, sentía que estaba muy tomada por la experiencia, algo que fue muy fuerte y al mismo tiempo lo mejor que me pudo pasar.

–En sus descripciones apela a los contrastes con la Argentina.

–Lo hice para que se entendiera lo que es Siria. Por ejemplo, rescaté un relato de mi abuela que está muy presente en mi familia. Ella siempre decía que quería volver a la Argentina por el simple hecho de que abrías la canilla y salía agua caliente. Es un símbolo detrás del cual hay un montón de significados. También comparé lo de Siria con la dictadura militar, porque es impactante ver cómo funciona el sistema global de la represión. Estas comparaciones fueron como un diccionario de sinónimos. Tener dos tierras y compararlas. El lado de acá y el lado de allá.


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–¿Su familia todavía se siente de allá?

–Hay una pertenencia muy fuerte. De hecho, en la novela cuento el reencuentro con mi primo, que nació en la Argentina y era secular, pero cuando se fue a vivir a Siria se puso muy ortodoxo. Apenas llegué a Damasco mi primo me dijo «bienvenida a tu país», lo que de alguna forma expresó que para ellos soy una expatriada. Fue impactante descubrir que me miraban como alguien que había negado su nacionalidad siria.

–¿Cómo reacciona frente a ese rechazo?

–Jamás me afirmaría en una identidad, aunque sea parte de mi identidad personal. Si bien me interesa desarmar ciertas miradas nacionalistas, me subleva ese discurso que demoniza a los árabes y los muestra como sospechosos de todo.

–¿Ese manto de sospecha también lo sufre en la Argentina?

–Sí.Ponen una bomba en cualquier lugar del mundo y la gente te mira y te dice «uh, qué garrón», como si yo tuviera algo que ver y me acusaran por portación de identidad. Yo voy a los aeropuertos y, por el hecho de tener un apellido árabe, me demoro más en los controles de migraciones.

–En la novela plantea que esa desconfianza es recíproca.

–Exacto. Es un tema que el historiador Eugene Rogan desarrolla en su libro Historia del pueblo árabe. En el comienzo de su investigación plantea que «no es fácil ser árabe hoy», citando a Samir Kassir, el intelectual libanés autor de La enfermedad árabe, que fue asesinado en 2005. Rogan explica que hay un nudo en el que Occidente identifica al mundo árabe como autor de todos sus males, sin entender que el mundo árabe también responsabiliza a Occidente por sus problemas.

–¿Cómo se escribe acerca de un país como Siria sobre el que hay tanto desconocimiento y prejuicios?

–Eso fue lo que en un punto me impulsó a escribir. En la novela cuento que voy caminando con mi tía y mi madre por Damasco, y nos encontramos con cientos de mujeres que llevaban el rostro tapado. Ellas, que habían vivido allá hasta los ’80 y que se sacaban fotos en bikini cuando esos países todavía eran seculares, se preguntaban qué había pasado. Entonces mi tía me explica que desde 2001, cuando empezó la campaña contra los árabes, las mujeres empezaron a cubrirse como una forma de reafirmar su propia identidad.

Por algo sostiene que la única forma de entender Siria es comprender el islam.

–El conflicto político tiene que ver con la forma en que los países de Occidente se repartieron las posiciones de poder en Oriente. Como también dice Rogan, los árabes sienten que son los peones del ajedrez global. Con el libro quise sacarle la careta a esa idea tan arraigada sobre unos pueblos que se están matando entre ellos.

–Pero coincidirá en que algunas tradiciones, como el reparto de las herencias, suenan anacrónicas.

–En el libro cuento que en el Código Islámico, la sharía, la mujer está en una posición secundaria en torno a la herencia. Cuando muere el padre, los que heredan son los hombres de la familia y a las mujeres les queda muy poco. Lo sorprendente es que eso sigue sucediendo hoy. En el mundo árabe la mujer tiene una posición de segunda.

–En la novela utiliza al personaje de la tía para expresar la resistencia ante esta discriminación.

–Eso es clave. Si bien la tía exhibe una actitud que molesta, también tiene un costado fascinante en su actitud de plantarse frente a la ley masculina. No le importa nada. En la novela todas las mujeres están en una posición compleja, incómoda.

–¿En algún momento del libro sintió esa incomodidad?

–Todo el tiempo. No fue un libro fácil porque tiene algo de allá y de acá. Vivir la guerra a distancia fue algo muy duro por la angustia de mi madre, la sensación de enterarse de que explotó una bomba en el centro de Damasco y empezar a llamar, a llamar, a llamar, hasta que te atienden y sabés que están bien. Como me dijo mi tía, la Siria que yo conocía ya no existía más. «

De Siria y Japón, en un abrir y cerrar de libros

Reconocida dramaturga, Cynthia Edul es autora de las obras Miami (premiada en 2006 por la Sociedad General de Autores de la Argentina), Familia Bonsai, La excursión y A dónde van los corazones rotos.

En 2009 creó la plataforma de dramaturgia Panorama Sur, junto con Alejandro Tantanián.

En 2012 escribió la novela La sucesión y en 2014 recibió la beca del International Writing Program de la Universidad de Iowa, que aprovechó para terminar su última novela.

En la actualidad está escribiendo un libro de viajes sobre Japón, donde vivió:  «Fue una experiencia intensa, porque es una cultura que combina un capitalismo extremo con un contexto milenario», explica.