La guitarra, el piano y el canto eran parte del paisaje cotidiano en la infancia del uruguayo Daniel Viglietti. A la idea música como uno de los oficios más serios lo heredó de sus padres. Antes de cumplir 20 años, dio por iniciada su carrera como músico. Al poco tiempo, y seducido por la realidad sociopolítica de su país comenzó a indagar en el género testimonial de la canción, se convirtió en una pieza clave, para la música latinoamericana y en un refugio para todos aquellos cantores que por entonces soñaban y luchaban por un cambio político en la región.

El hombre que escribió temas como “A desalambrar”, “Canción para mi América”, “Milonga de andar lejos” y “Gurisito” llegó a Cosquín para participar del Encuentro de Poetas con la gente y para subir al escenario mayor donde recibió un reconocimiento en lo que fue su primera visita a la ciudad cordobesa. Consternado por las recientes muertes de Juan Gelman y Pete Seeger, el músico recorre las calles laterales a la plaza Próspero Molina. Entre paso y paso, se cruza con alaguna mirada tímida que no da crédito a lo que ve y pregunta “¿Es Viglietti?”. Los que pierden la timidez piden además, una foto.

Ya en un bar, Viglietti espera las preguntas con cierta ansiedad. Detallista con las palabras y claro con los conceptos, el cantautor antes de comenzar la nota saca su lado periodístico, “se graba bien con esa música de fondo?” pregunta. Y luego comienza a responder.

Tu carrera musical y compositiva se extendió necesariamente a lo político y hoy sos un referente ¿qué responsabilidad implicó esto para vos?

Creo que la referencia esencial es en realidad a partir de los luchadores que han tratado de cambiar la historia de nuestro continente. Siempre evité encerrarme en un nacionalismo aún siendo profundamente uruguayo y consciente de la lucha de mi país, pero desde mis comienzos en 1957 empecé a sentir la importancia de ser latinoamericano. Esa referencia es fundamental. Los demás, nosotros, somos traductores porque somos compositores de letra y música. Somos mediadores de esta historia de lucha por la justicia, por la identidad, por la identidad cultural. Somos intermediarios entre esas luchas y esa larga lista de mártires que abarca América Latina porque aquí son decenas de miles de luchadores que existen.

¿Y cómo se da esa “mediación” de la que hablás?

Es una cierta paradoja. Porque el sistema de dominación ha querido hacer cenizas todo esto y por nuestro lado, nosotros hemos tratado, de no dejar que “la canción se haga cenizas”, citando a Mario (Benedetti), y hemos logrado defender la alegría. Somos intermediarios de una realidad histórica que es el principal referente. Ahí está la responsabilidad, pero para mí siempre ha sido un hecho natural cantar lo que canto, que incluye un montón de sentimientos que están tocadas por el tipo de conciencia que tengo. No es lo mismo el canto al río que puede hacer un mediocre hiper nacionalista conservador que lo que pueda hacer otro tipo de poeta. De modo que para mí uno no es el referente, es traductor. Un médium entre la sociedad, la lucha y el objeto cultural. Y así mismo es muy frágil porque una canción no cambia nada, lo que hace es sumar una búsqueda de sensibilidad y despertar un poro de conciencia.

Vos lo concebís así pero ¿qué pasa cuando interviene del modo en que lo hace la industria, como les sucede ahora con las nuevas generaciones?

Creo que estamos en una etapa de transición en cuanto que el mercado discográfico está en mutación. Estamos hablando de una historia pasada nos guste o nos guste, se está dejando de percibir al disco como se lo percibe al libro. Quizás algunos jóvenes pueden imaginar que para nosotros fue más fácil pero porque ahora somos más conocidos. No lo fue. Tampoco fue tan diferente. En estos tiempos, un muchacho que empieza a cantar tiene que hacer mucho esfuerzo para divulgarse y hacerse conocer, pero sobre todo para no dejarse entrampar por el sistema. Es un veneno muy sutil que a veces trabaja sobre el ego del artista o sobre sus apetitos que pueden llegar a ser comerciales.

¿Qué te sucede cuando escuchás versiones de tus temas en músicos muy jóvenes?

Me encanta. Nunca pido fidelidad exacta a la música en el texto ya es complicado si cambia. Yo he tenido versiones de rock para temas como “El Chueco Maciel”. En el exterior también, después de que me cantó Mercedes Sosa, me grabaron muchísimo. Me encanta enterarme, tengo versiones curiosísimas, una muy rara en tagalo, de Filipinas. ¡Lo único que entiendo es cuando dicen “Pedro María Juan y José!”. Pero en realidad, es una prueba de que en ese lugar, la tierra también es un tema de conflicto y de lucha.

¿Seguís escuchando mucha música?

No… Tengo tan poco tiempo. Porque mirá, cuando a uno le cuentan que el veterano tiene más tiempo es mentira. Porque te queda menos tiempo y tenés menos tiempo. Yo digo “allá va la vida ella va por delante y yo voy corriendo por detrás”. Lo que hago es escuchar música haciendo el programa. La radio la hago de la manera más creativa posible porque no me gusta ser un “pasadisco”, hago lo menos que puedo y parto de un archivo enorme. En algún remanso escucho algo que me guste mucho y trato de explorar cosas nuevas.

Además de componer y cantar, Daniel Viglietti cada vez que tuvo oportunidad realizó alguna actividad vinculada a la comunicación. A principios de los 70, fue un de los colaboradores de Marcha, el semanario que fundaron Carlos Quijano y Juan Carlos Onetti. Hoy además tiene dos programas radiales y uno televisivo. 

“Estoy concentrado hace algunos años como tema central de mi conciencia política en los Derechos Humanos”, explica Viglietti. “En ese sentido, saludo a la Argentina por ir por un camino que ha sido muy bueno en ese terreno. Seguramente se podría haber hecho mucho y comparativamente con Uruguay, es mucho mucho. Allá ha sido un proceso muy dificultoso. Nosotros seguimos buscando y rastreando en ese mundo subterráneo donde están los huesitos de nuestros hermanos, compañeros, y padres luchadores. Sigamos buscando combatiendo la impunidad que es una cosa muy perversa porque puede significar no la repetición exacta, pero sí un retorno”.

‑¿Cómo ves el replanteo del mapa latinoamericano, a nivel político?

Ha habido un movimiento de mapa, un progresismo que se ha ubicado en diferentes gobiernos de varios países y eso que es un hecho positivo, no deja de tener contradicciones y dificultades. Pero es parte del camino, creo que es fundamental es que puedan seguir activas las bases sociales. Aún en sus contrapuntos que está bien que existan porque si no quiere decir que hay una dictadura férrea que no nos deja ni respirar. Volver al pasado sería terrible. Ahí la cultura tiene un rol más que activo de mantener el equilibrio y sostener la memoria. Pero todo tiene sus matices. No es lo mismo la Bolivia de Evo que la Venezuela de Chávez, ni el Ecuador de Correa o Brasil de Dilma o el Chile de Bachelet o el Uruguay del Pepe Mujica o la Argentina de Cristina. Están unidas con un hilo de búsqueda de progresismo pero con matices. Nuestra América pero con una diversidad. Creo que hay una semilla se plantó muy bien pero hay que tener cuidado y no ceder a la tentación de acercarse al imperio que a veces ronda. Y tener en cuenta siempre que un gobierno progresista corre el riesgo de dejar de serlo. No porque lo saquen si no porque se saque así mismo.